Eduardo Aroca

“Hay que acercar el arte a la gente”

jueves, 17 de enero de 2013 00:00
jueves, 17 de enero de 2013 00:00

Llega de la Puna, de Belén, de Antofagasta, de los Campos de Piedra Pómez. Es que el Negro no para, en cuanto tiene tiempo a disposición se va de gira por Catamarca a cazar imágenes. Si bien hace tres años que no expone por falta de espacio, material tiene para unas cuantas…

- ¿No hay lugares para muestras?

- Hay respuestas a nivel cultura, tenemos el Cine por ejemplo, cualquiera que quiera hacer algo va y lo pide, te dan buen sonido, buena iluminación… por primera vez en mucho tiempo tenemos un Cine de Catamarca, el Urbano Girardi está espectacular, para Cine y Teatro está bárbaro; pero los artistas visuales estamos en la lona. Nos sacaron la del frente de la plaza que ahora es un Banco, ¡mirá ese progreso! Nos sacaron Arte más Arte , un local lindísimo con una arquitectura increíble.
Lo que lamentablemente pasó ahí es que la gente no iba, no sé por qué, nunca pegó. Yo hice varias exposiciones y mucha gente amiga también, ahora es una oficina del Poder Judicial. El Calchaquí no existe, colgás cinco cuadros y se acabó, El Club Social es bastante precario. Nos quedamos sin sala.
Está buena la onda de sacarla a la gente de la vuelta de la plaza. Teatro del Sur está bárbaro como espacio pero nadie quiere exponer porque la gente no va. Van a caretear en la inauguración y después olvidate.
Donde es la sede de la Municipalidad ahora, había una sala de espectáculos y dos salas de exposiciones que ya no existen más, son oficinas. De ahí están los proyectos privados, La Primitiva que está bárbaro el laburo y el esfuerzo que hace esa gente, pero pinchó y se tuvieron que ir a las Chacras; el otro muy rescatable es el Espacio Castillo de Germán Bormann.
Queda la esperanza de la casa de Octaviano Navarro, pero sabiendo con los bueyes que uno ara, te puedo asegurar ya que se va a llenar de oficinas.
No obstante yo sigo laburando, ya se darán el momento y el lugar. Todas mis cosas están hechas con mucho respeto, seriedad, compromiso y profundidad. Una muestra fotográfica íntimamente ligada a la identidad de los catamarqueños
- ¿Cómo fue el proceso de dejar la pintura y agarrar la cámara?

- A mí me iba muy bien con la pintura, yo estaba en el último año de la carrera de arte y los monstruos de la pintura catamarqueña me invitaban a exponer con ellos, a integrar el GAPCA (Grupo de Artistas Plásticos Catamarca). Estaban todos los capos, el Negro Guaraz, Páez, Eduardo Varela, Hugo Feliciano Córdoba, Dolores Dellatorre, Estela Suayter de Fedullo que eran mis profesores, imagináte. Expuse muchísimo, pero en esa época ya había empezado a hacer montañismo, y lo primero que hace un tipo que viaja a lugares inhóspitos es agarrar una cámara. De fotografía cero en ese entonces, no sabía nada de nada, me compré una instamatic y descubrí un campo muy profundo. Fui cambiando máquinas hasta llegar a una réflex donde encontré una veta muy buena, y me dije, voy a seguir pintando, pero con una cámara.
Con el tiempo la gente que veía las fotos me alentó a exponer, pero como no me animaba a hacerlo solo me inscribí en un concurso de fotografía y colgué dos fotos. Vi que gustaron y me animé así que armamos una muestra conjunta con Víctor Bulacio, otro montañista. ¡Y nos fue muy bien!
En la plástica soy un surrealista a morir, y me interesa mucho el tema de los sentidos, de como uno puede jugar real o imaginariamente con los sentidos, y empecé a experimentar con las instalaciones. Me acuerdo que usé el Club Social, ¡que fue un lio! Porque es un ghetto de timberos, muchos amigos míos por suerte, y me abrieron las puertas para exponer, corrieron la mesa de billar a un rincón y listo.
La planifiqué tanto, ¡con tanto cariño! Me conseguí un canasto y el día anterior me fui a juntar yuyos, ruda, payco, burro, albahaca, romero, tomillo, y el día de la exposición las puse a la Laurita y la Sole (dos de sus hijas) que eran chiquititas, a armar ramitos con lanas de colores; eso era lo primero que recibían en la puerta, entonces olían y ya algo empezaba en ellos, de ahí pasaban a una salita donde se los invitaba una copa de vino, y cuando se reunió el grupo de invitados pasaron a la sala principal, que estaba a absolutamente a oscuras. Prendimos una bola de espejos quieta con luz blanca, todo quedó estrellado, y así se ubicaron. En cada extremo de la sala había un escenario pequeño con luz cenital, en uno estaba María Elena Barrionuevo, y en el otro Rafael Toledo y su guitarra. Ibamos alternando entre poemas y canciones, hasta que prendimos las luces y recién ahí vieron la muestra.
De ahí en más no paré de hacer instalaciones. ¡Se experimentan cosas mágicas!
En otra, hice unas fotos de una artesana haciendo una frazada multicolor bellísima en una habitación de adobe. Estábamos en el Norte de Belén, yo sentía que las fotos estaban buenas, porque fotógrafos buenos eran los de rollo, mientras que ahora, voy gatillando y viendo lo que saco. Antes te jugabas la vida porque la foto saliera bien. Le pregunté cuándo estaría lista la frazada y se la compré, así que en la instalación debajo de las fotos estaba la frazada terminada. Después Hernán Colombo me compró la foto con el frazadón.

- Te formaste solo entonces, a medida que cambiabas de cámara incorporabas conocimientos.

- Si, prueba y error. Además de tener la suerte de empezar cuando los grandes maestros se estaban retirando de la fotografía, así que no es que haya sido el mejor, es que era el único en un momento. Y lo que me diferenciaba de los changos del diario, es que ellos eran unos maestros gatillando, tenían toda la técnica, yo no… a mí me ponés a hacer foto de estudio o sociales y me muero de hambre. Yo soy intuitivo, a mí me faltaba la técnica pero tenía la formación artística.
Reconozco como grandes maestros a Acosta (integrante del GAPCA) a Lindor Ocampo, a Manuel Bustos, y a Xavier Kriscautzky, un loco pero loco de atar, hermano de Néstor, que en una época vino a dar unos talleres en el local de Lindor, un maestro; he visto su último trabajo con las comunidades aborígenes de Brasil… ¡espeluznante!

- Lo tuyo es muy retratista, muy de meterte en la gente… ¿qué es lo que buscás cuando ves fotografías?

- Tal vez suene demagógico, pero yo hace un tiempo que siento que tiene que haber un compromiso social. Guayasamín, el pintor ecuatoriano colombiano, sobre la fotografía dice que tiene que ser un grito, una denuncia además de un mero gozo, tiene que rasguñarte el corazón, y yo así lo tomo.

- En tus instalaciones, ¿Siempre invitás a otros artistas?

- Sí, soy de la idea de que las muestras deben involucrar a muchos artistas, en “Catamarca, mi lugar en el mundo” busqué los referentes de la poesía catamarqueña, Hilda García, Rosarito Andrada, Horacio Monayar, Luis Taborda, María Elena Barrionuevo, Celia Sarquís, a cada uno le di a elegir una foto y ellos le escribieron un poema, poema que de puño y letra escribieron en los muros. El impacto es otro, leer una hoja impresa, o ver con felpón escrito de mano del poeta el muro, es otra cosa, y más que la satisfacción de la gente -ya entre risas- era mi satisfacción de verla a la Rosarito haciendo equilibrio en la escalera para escribir la pared. Ya no es el lugar aséptico, acartonado.

- ¿Y para vos mismo un descubrimiento, porque en esos contextos surgen cosas inesperadas para el artista también, no?

- En “Hijos del arraigo” armé un corral, y en Belén me habían regalado unas ushutitas hermosas de bebé, de recuerdo. Así que puse tierra bien blandita, dejé las ushutas en una punta y lo hice caminar a mi sobrinito desde ahí, puse una luz bien al ras y se veía hermoso. Y ahí se me ocurrió otra cosa, compré pintura, le pinté las patitas, lo alcé y lo hice “caminar por las paredes”, ya estaban los cuadros colgados y éste pisa uno… quedó una pata en una foto y yo me calenté, pero después me di cuenta de que quedaba buenísimo así que seguimos y pisó algunas más, uniendo todos los cuadros iban sus huellitas. Creo que ahí hay que apuntar, para acercar el arte a la gente.

- Y para cerrar, ¿qué crees que es lo que la gente mira?

- En estos tiempos de globalización desenfrenada, afortunadamente muchos se están dando cuenta de que hay que volver a lo local. Alguien lo dijo ya, muéstrame tu aldea y te mostraré el mundo. Me alegra que la gente esté mirando al origen, que se esté rescatando.

Eduardo empezó a escribir inspirado en sus fotografías, no se sentía a gusto con los escuetos epígrafes y de a poco se encontró escribiendo poesías. En el 2004 publicó “Historias azules de un caminante”, poemas y ensayos que nacieron de sus viajes a las minas de Culampajá. Cuando a través de un diario se enteró de la muerte de Santos Alankay a quien conocía, sintió la necesidad de rescatar y homenajear a todos “esos viejitos” de la Puna. Así nació la novela, que presentará este año y de la que se reserva el título.

Entrevista: María Schaeffer
 

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