Diego Fonseca

Crónicas de intelectuales latinos en EE.UU.

viernes, 18 de enero de 2013 00:00
viernes, 18 de enero de 2013 00:00

“Estados Unidos es una de las naciones más abiertas a la inmigración en todo el mundo, pero la presencia hispana todavía no acaba por fluir en el relato general de la nación. De algún modo, la impronta latina todavía no fue legitimada”, afirma Diego Fonseca, cordobés y uno de los editores de “Sam no es mi tío” (Alfaguara), toda una ironía en el título para un ensayo con veintidós crónicas.

- “Sam no es mi tío” fue publicado en EEUU y en Argentina ¿de qué trata el libro?

- “Sam…” son un grupo de crónicas y un ensayo sobre los latinos y Estados Unidos: cómo es vivir en el país, cómo es mirarlo desde fuera. Son un grupo de historias personales, en primera y tercera persona, donde intelectuales —escritores de no ficción y ficción y académicos— narran la conflictividad de la construcción de identificaciones en relación a la nación que sigue siendo no sólo el mayor crisol de inmigrantes sino quien todavía produce los rasgos más notorios de la cultura pop global —y con eso puedo decir de la cultura global “media”. El libro se propone mirar la dinámica entre los latinoamericanos y los hispanos desde diversos ángulos, no sólo el de la agenda caliente de la migración. En varios sentidos, es un libro de temáticas universales: en “Sam…” verás la soledad, el desamparo, la lucha para hacerse un lugar en el mundo, las alegrías, la decepción, las épicas y sus ausencias. Por lo que aún si no fueras latino podrías identificarte con los casos narrados. La crónica nos permite eso: mostrar en profundidad un caso, sus contextos y sus aristas más humanas junto a las lecturas políticas y sociales que cada lector y autor quiera construir.

- Hay varios autores ¿cómo fueron elegidos, qué criterios usaron?

- No hubo un criterio único sino confluencia de factores. Partamos de la base de que explicar una nación —cualquiera sea— es un imposible. Podrá haber puntos de acuerdo sobre ciertos tópicos, pero incluso en un país el modo de apropiarse de la idea de “la nación”, de sus ficciones orientadoras, cambia de región en región y entre grupos. Por ende, había que mostrar el caleidoscopio que es Estados Unidos. Allí conviven múltiples agendas, pues tampoco hay una agenda latina unificadora. Sí dimos importancia a la demografía —si los mexicanos aportan el grueso de los migrantes, debíamos tener una sólida presencia mexicana—, pero también a los nuevos contextos políticos —Brasil como potencia emergente debía tener algo para decir y convocamos a casi media docena de autores— y a la vida interna en Estados Unidos, por lo que una buena proporción de los autores vive o ha vivido allí. La tónica general, si pudiera mencionar una y aun a riesgo de una generalización, es que cada autor mira Estados Unidos pero también lo pone en contexto y relación con su propio yo y con alguna lectura macro desde su nacionalidad y cultura. Ha habido temas que, por transitados, los dejamos fuera, como la relación entre lo cubano y Estados Unidos, que tiene bastante literatura al respecto.

- ¿En qué lugar, realmente, de la agenda pública estadounidense está la cuestión de los inmigrantes?

- Depende de los momentos. La agenda migratoria fue parte de la agenda de las elecciones de 2008 pero no tuvo espacio favorable para las demandas latinas durante el primer mandato del presidente Obama. Es esperable —y sería deseable— que lo recupere ahora. Hace poco leía que si cabe esperar hitos en la segunda administración de Obama uno de ellos ha de ser la reforma migratoria. Han comenzado a darse algunos pasos, como los waivers para obtener la residencia, y tiendo a creer que en su segunda etapa, cuando los presidentes americanos dejan su marca en la historia pues dejan de estar sujetos de las demandas de una reelección, Obama podría cumplir sus promesas de avanzar con firmeza en una reforma. Igual, aún cuando los latinos han demostrado su importancia demográfica para elegir —o no elegir, como espero hayan aprendido los republicanos— a un candidato, cualquier avance quedará subsumido, me temo, a la evolución de la crisis económica del país, que es el punto uno de todas las agendas.

- Así como nadie imagina a EEUU sin los negros y su música ¿cuál sería el aporte que hacen los migrantes latinos a la cultura en general?

- Yo soy partidario de ver los vasos medio llenos y diría que en este punto está un cuarto lleno. Las industrias han identificado el peso de su público, en especial las industrias masivas, pero todavía no saben bien cómo abordarlas. La TV, la industria discográfica y, en menor medida, la editorial, que están enfocadas en los hispanos tienen una masa crítica y la están aprovechando. Las empresas culturales de raíz sajona ven y saben eso pero todavía no han aprendido a resolver el gap cultural, a vincularse con esos públicos. Hace poco, en The Washington Post, Paul Farhi hablaba de la muerte de Jenni Rivera, una cantante nacida en Estados Unidos pero que cantaba en español. Farhi recordaba que Rivera había vendido más de 15 millones de discos, pero nadie en el mercado de medios en inglés de Estados Unidos había prestado atención, jamás, a ese fenómeno. Esto es: la capa freática de cultura en español, que es enorme, está emergiendo cada vez más a menudo sobre la superficie. Es asunto de tiempo una consolidación de un mercado en español o basado en el español dentro de todo Estados Unidos. En 2050, más de un tercio de la población será de origen hispano: por la propia supervivencia de la industria —y por la necesidad de mínimos balances sociales—, deberán prestarle atención, o serán reemplazados por otros que lo hagan. Por eso quiero mirar la insularidad como emergencia y no como hecho aislado. Bolaño (escritor chileno) fue traducido y la recepción ha sido excelente, ya no hay una sino dos ferias literarias importantes —Miami y la creciente LeALA de Los Angeles. El Pulitzer de Junot Díaz (escritor dominicano en inglés) o la aparición de Daniel Alarcón (peruano) en “Granta” no son fenómenos de circunstancia: es el principio de algo mayor. Ya hubo una antología de ficción sobre latinos, “Se habla español”, y ahora llega “Sam…”, la primera de no-ficción, la primera que busca “releer” la relación EEUU-latinos y la primera que se apoya en la calidad de la crónica latinoamericana, una exportación no tradicional, para mostrar y analizar un fenómeno de sincretismo cultural impresionante.

- Volviendo al tema de las migrantes, visto de afuera uno puede creer que los controles son permanentes ¿esto es así? ¿o hay regiones? viviendo en Washington la capital del país más importante del mundo o del imperio si se quiere ¿cómo es el clima con los migrantes?

- El “ground zero” para los migrantes indocumentados es la frontera porosa con México. Arizona aprobó una norma restrictiva que se presta al profiling, a la detención de alguien por portación de rostro. Hay tensiones en la frontera que se prestan a la narración cinematográfica pero tienen la crueldad de la realidad en los huesos. En Washington no se respira eso, al menos en la superficie, pero en el sur, la existencia de llaneros solitarios como los Minutemen, hace suponer que alguna gente supone la persecución de indocumentados como un servicio patriótico para un Estado vigilante. Digo esto y recuerdo algo: estoy escribiendo ahora un libro, una larga crónica, sobre el edificio en el que vivo y, en él, menciono a los inmigrantes como el personal de las zonas oscuras, los maquinistas del submarino. Muchos son indocumentados y no transitan por las zonas abiertas del edificio, sino apenas por los pasillos secundarios. No puedo dejar de verlos escapando de la luz como ratones que pasan del fondo de la heladera a la parte baja de la cocina. Por ende, aunque no se vea, el temor a las deportaciones se respira. Es como el pulso del que está escondido en el placard mientras uno de los chicos malos recorre la casa: espera que la mano negra no le caiga encima mientras reza para que todo sea, al final, un mal sueño.

- ¿Es estereotipada la imagen que se tiene de los estadounidenses? ¿cómo los describirías?

- Lo es, si es que, como cualquier imagen estereotipada, se basa en recortes de información. No creo que exista un americano tipo, aunque a veces es muy útil crear la etiqueta y dotarla de ciertos valores para hacer más manejable la identificación de una sociedad y su gente. ¿Existe la argentinidad? ¿La latinoamericanidad? No lo creo, y me resulta todavía más difícil totalizar para un país tres veces más grande en población y N veces mayor en volumen de producción cultural que, por ejemplo, una nación mediana de Sudamérica como la nuestra. Mirado por dentro, además, no es igual un gringo de Peoria, Illinois, que una portuguesa que hace treinta años que vive en Virginia o un méxico-americano de tercera generación. Miami, el territorio de mayor afluencia de latinos, ha cambiado profundamente, por ejemplo. Y allí se reproduce el fenómeno: ¿hay una Miami? No, hay múltiples. No existe un solo Estados Unidos como tampoco hay una Argentina. Creo que camina cada vez más a una nación multinacional, no necesariamente multiculturalista, donde habrá de redefinirse hasta el sueño americano. Por lo tanto, si hoy ensayase una definición de cómo son los gringos, basado en los resultados electorales, por ejemplo, caería en el reduccionismo, así pareciera estadísticamente válido decir que la mitad son algo progresistas y la mitad muy conservadores.

Entrevista: Alba Silva / Télam

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