Ángela Urondo: Cuando reconstruir la realidad se vuelve palabra

“Tuve que leer mi propia historia”, dice la hija del poeta “Paco” Urondo y de la periodista Alicia Raboy.
viernes, 8 de febrero de 2013 00:00
viernes, 8 de febrero de 2013 00:00

Un 17 de junio de 1976 en Mendoza, a poco de nacer, Ángela viajaba junto a sus padres, el poeta Francisco “Paco” Urondo y la periodista Alicia Raboy, en un auto que fue interceptado violentamente por fuerzas policiales y militares. Su papá murió a causa de los golpes, su mamá fue trasladada al centro clandestino D2 y todavía sigue desaparecida.
Ángela (1975) fue secuestrada junto a su madre pero nunca lo supo. A los 18 años descubrió su verdadera identidad e inauguró el camino de las preguntas eternas: “Tuve que leer mi propia historia para conocerla. No sabía quién era Urondo, ni Montoneros, me hablaban de siglas y para mí eran todas ensaladas”, explica la mujer.
“En 2008 empecé a escribir con la sensación de necesitar testigos, de hacer público lo que me pasaba. Cuando en 2010 empiezan los juicios a los genocidas en Mendoza y simultáneamente en Buenos Aires el juicio civil por mi identidad, me llega una propuesta de la editorial (Capital Intelectual) y me pareció un reto enorme y un momento súper interesante para plasmar”, cuenta Urondo Raboy, cuyo apellido recuperó legalmente el 7 de agosto de 2012.
El libro bosqueja el recorrido de reconstrucción de su identidad, que arranca con palabras de otros (documentos, noticias, informes, citas) y termina con las suyas (“crípticas, íntimas”), una lectura atravesada por el humor, el dolor y la alegría de quien a lo largo de veinte años encastra, de a poco y sin ansiedades, las piezas del rompecabezas de su historia.
La autora advierte que no estudió letras, acaso para resguardarse de la poesía de su padre o la redacción de su madre. “Soy ilustradora y dibujante pero encontré en las palabras el sentido de la escritura, el significado propio, la exactitud y la precisión. A medida que escribía fui profundizando en pensamientos”, dice Urondo Raboy sobre su primer libro.
Con un contraste muy marcado, “ser hija de un papá reconocido y que le pertenece a mucha gente y tener una mamá y una hermana (Claudia Urondo, hija mayor del poeta) que nadie sabe quiénes son”, la autora echa raíces sobre su experiencia rescatando los juicios de los otros, aunque alerta, sin transformarlos en propios.

-¿Cómo descubriste a tu padre?
-Primero desde la literatura. Papá dejó toda su obra de testimonio. Cuando recuperé mi historia, salí a buscar sus libros (que no fue fácil porque todavía no estaban reeditados) y lo empecé a conocer desde ese lugar. Es muy lindo el diálogo mental y atemporal que tengo con él a través de su escritura; siento algo musical, como el latido de mi corazón, que lo que escribió se conecta con lo que soy, mi ideología. Lo dicho entre líneas tiene respuestas para mí, tenía la capacidad de anticiparse a la historia, dejar miguitas de pan del por qué y el sentido de las cosas.

-¿Y cómo fue el contacto con tu mamá?
- Siempre me llamó mucho la atención qué tipo de mujer era, su rol político y como periodista dentro del diario Noticias, donde estaba encargada de la sección gremial, típicamente masculina. Tengo cerradas algunas etapas pero hasta ahí, hay años de ella de los que no supe nada y ahora estoy reconstruyéndola. Descubrí que es una tipa muy apasionada, vital, buena escritora, bien instruida, literariamente, y con una gran claridad política.

-¿Qué te impactó de los dos, como pareja?
-Creo que mamá tenía una virtud intelectual enorme y eso debe haber conquistado a papá. Entiendo que para él, con todas sus aventuras y desventuras, era un remanso encontrar el amor. Tuvo parejas muy importantes pero sentía que había fracasado muchas veces. Las personas que los conocieron hablan de ellos como muy románticos, comprometidos y con un amor genuino, aunque a contramano de la situación política y personal de los dos.

- ¿Este libro es una suerte de bisagra de tu identidad, de duelo documentado?
-Sí, es la sensación de que terminó la etapa de las batallas épicas. Todavía en esta infravida de derechos relegados y sin documento, alcancé un comienzo. Una vez que trascendés cosas enormes, lo demás adquiere otra valoración: antes no sabía quién era, hoy sí y disfruto mucho del vínculo con mis padres a pesar de la ausencia física. Tiene un poco más de sentido estar solos en este mundo sabiendo que ellos nos trajeron para que estemos; recuperar a mis muertos y escuchar cómo vuelven a existir en boca de sus nietos es también un motivador de cierre.

-Y prafraseando tu libro ¿quién te crées que sos?
-La identidad no es algo que me viene, es adquirida. Vivo con una conciencia de identidad a flor de piel atenta de no correrme del eje donde vibro naturalmente y siempre con la necesidad de mantenerme con los pies en la tierra. Siento que puedo hablar de mis padres conociéndolos, desde la memoria colectiva como ejercicio. Esto que ves hoy es mi usina interior, todavía con cosas verdes que seguro volverán a salir a través de la palabra".

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