HOY: OSCAR NÉMETH

Cara a Cara: Una apuesta al arte en libertad

domingo, 19 de mayo de 2019 00:04
domingo, 19 de mayo de 2019 00:04

Un hacedor de la cultura. Por donde se lo mire. Es organillero cuando es necesario, recordándonos a Javier Solís (“arranca con tus notas pedazos de mi alma, no importa que el recuerdo destroce mis entrañas, tú sigue, toca y toca”) o alguna celebrada inspiración de Agustín Lara. Director de teatro, narrador, actor y, por sobre todas las cosas, un confeso militante teatral. Es el actual coordinador del Centro Cultural y Trabajo Comunitario “Villa Dolores”, en Valle Viejo.

Define a su pareja Graciela Jermoli (profesora de música) como “una parte fundamental del proyecto” y se emociona cuando elogia la pasión y el talento de su hija Lucila, artista de varieté y de teatro, radicada en Buenos Aires. Quiere una actividad cultural con olor a popular y rechaza el arte devenido en mercancía. Hoy disfruta de un espacio en libertad, cada día más convencido de su destino de hacer. El pensamiento del Cara a cara de este domingo es de un sinónimo de animador cultural: Oscar Németh. Abrimos el telón imaginario y lo compartimos.

 

-Cuando decimos Centro Cultural y Trabajo Comunitario, puntualmente ¿de qué estamos hablando?

-Tengo la idea de que cuando uno habla de cultura, en particular con ciertos sectores de la sociedad, se restringe la cultura a una visión sobre lo que se produce artísticamente. Y la idea es unir lo cultural en una trama social más compleja, en donde no sólo tiene que ver con las artes sino también con un montón de actividades que la sociedad realiza y necesita de un espacio físico para que esas actividades se puedan concretar. De ahí el vínculo. Y creo en la posibilidad de hacerlo después de pensar con mayor profundidad en mi infancia.

 

-¿Por qué?

  -Yo soy nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Me crié en el barrio Empalme Graneros, que era un barrio muy postergado, muy de villa miseria. Porque quedaba del otro lado de la vía, el lugar adónde llegaba el tren y se allí se distribuían al puerto los distintos vagones. Eso estaba en una zona elevada, lo que hacía que toda el agua que traía el arroyo Ludueña desde Córdoba inundara el barrio cada cuatro años. En aquél entonces desconocíamos que existían las corrientes de “La Niña” o “El   Niño” y entonces cada cuatro años se nos inundaba el barrio: un metro y medio de agua en las casas. Las viviendas quedaban a la miseria, todo destrozado. Yo veía como los muebles de mi casa se ponían de manera horizontal y salían navegando por la puerta de las pobres habitaciones que teníamos. Así se perdían las bibliotecas, los libros; las pocas cosas que teníamos y que nos vinculaban con la cultura, con nuestra lectura. En el mismo barrio y con el esfuerzo del colectivo de todos los vecinos, teníamos un centro vecinal importantísimo, una parroquia y dos clubes: La Gloria uno, y Unión y Progreso el otro. Ambos vinculados a ideologías anarquistas; al puerto, al ferrocarril y a toda esa actividad. Allí se llevaban a cabo actividades que no eran solamente deportivas. Había una intensa acción social, con una biblioteca en cada club, un lugar de reunión para los vecinos.

 

-¿Ahí nació en vos un estilo de vida futura?

  -Creo que eso me marcó de una manera muy fuerte. Mis viejos estaban muy comprometidos con el barrio; eran muy laburantes. Si duda: eso me ha marcado para siempre. Considero que uno no puede desarrollar una actividad divorciado del entorno en el que se mueve.

 

  -Eso explica lo de “Centro cultural y trabajo comunitario”.

  -Claro. Para seguir esta línea de pensamiento, digo que viví 25 años en Tucumán y allí siempre produje un teatro popular, mucho teatro de investigación y para aprender nosotros mismos, los actores. Los espectáculos eran netamente populares, vinculados a los lugares postergados donde posiblemente haya habido generaciones que no hayan visto teatro en su vida o no hayan participado de una colectividad teatral. En esa experiencia, hemos generado distintos puntos de trabajo en las zonas periféricas de Tucumán y eso ha dado, durante los 25 años que viví allí, un resultado que lo digo con muchísima pasión y alegría: cuando uno produce actividades artísticas estrechamente relacionadas con la comunidad, produce cambios de las situaciones sociales en las que se vive. Entonces, eso me emociona de tal manera que entiendo que hay que intentar hacerlo; no trayendo las experiencias de otro lado, sino más bien intentando que el arte, lo que nosotros llamamos la cultura, esté fuertemente vinculado a los distintos procesos sociales. Que el arte sirva como un lenguaje de unión en la compleja trama social, que perfeccione esa trama social.

 

  -Haciendo un paréntesis en tu relato: ¿cuál es tu profesión? (En realidad, una pregunta innecesaria, apresurada en el contexto de la entrevista).

  -(Sonríe abiertamente) Soy gestor cultural. Ahí (señalando la parte Este del lugar) estamos levantando un tinglado en donde va a funcionar la futura sala de teatro de Villa Dolores. Actualmente estoy gestionando este centro cultural. Pero saliendo de este ámbito, soy docente de teatro, y soy organillero también. El modo que tuvo evolución mi profesión, lo que estudié en la universidad y lo que hago desde los 16 años, que es actuar y dirigir teatro, se ha transformado hoy en otra pasión que es la narrativa a través de “El organillero cuentacuentos”. Ese personaje es el que me permite trabajar, desarrollar una serie de actividades y me alienta a decir: soy organillero. Traje del pasado algo que esta cultura no lo tiene incorporado. En medio de tanta tecnología de avanzada, yo traigo un organillo, un aparato al que uno le da manija y produce música. Eso es para mí como algo mágico. 

 

-¿Desde cuándo en Catamarca?

  -Desde el año 2004. Pero desde el ´82 venía seguido a Catamarca por distintas cuestiones vinculadas a la militancia teatral, lo que me permitió conocernos con (Pianetti) Héctor. Formábamos parte de una agrupación muy grande que representaba a los actores de los grupos independientes del interior del país: la Federación Argentina de Trabajadores del Teatro. Repito: de trabajadores del teatro, no de actores; suena muy distinto.

 

-También suena distinto cuando aludes a la “militancia teatral”, algo así como un sello distintivo. ¿Dónde radica la diferencia con hacer teatro?

 -Te cuento: cuando en la adolescencia me convocaba esto de los lenguajes artísticos, siempre estuvo ligado a la situación de pobreza extrema como la que vivía, siempre estuvo vinculado a gente que le puso onda a hacer teatro en un centro vecinal, en un club o a desarrollar algunas actividades artísticas en una biblioteca popular, en algún espacio donde esa actividad fuera gratuita. Por mi formación, no me permitía el pago alguno por lo que hacía. De manera que siempre estuve en contacto con personas que tenían una sensibilidad social importante. Que lo que hacían artísticamente lo hacían convencidos de que ese era el destino que tenían. Estoy hablando de los años ´73 y ´74, cuando los artistas de Rosario iban a estos centros vecinales que nosotros teníamos en el barrio y allí desarrollaban una acción teatral con los vecinos. Se contaban las historias de las inundaciones en las obras de teatro; es decir que lo que se representaba teatralmente tenía que ver con lo que a nosotros nos pasaba en la vida del barrio. Después, cuando uno va a la universidad, cuando uno estudia la sofisticación del lenguaje, tiene esta carga emocional que lo vincula a estos procesos que tienen que ver con la identidad personal y con la identidad cultural de nuestro pueblo, de nuestras clases populares postergadas; entonces tenemos que el teatro es una militancia. Pero también es una militancia por lo que está pasando últimamente, en el momento en que se desata la terrible tecnologización de nuestra sociedad, esta era digital, de toda esta posmodernidad que diluye las estructuras que antes nos sostenían y ahora no sabemos dónde estamos parados. En estos mismos momentos, cuando la idea de los que concentran el poder y la economía es poner shoppings donde parece que estás en Londres, Nueva York o París…menos en Catamarca; puede parecer que estás en cualquier lado del mundo. Ante ese manifiesto fenómeno, sostengo: el teatro es una militancia. El teatro te obliga a estar con la gente, oliendo lo que huele el mismo que está compartiendo la ceremonia teatral.

 

-¿Qué tiene que ver con el éxito esa militancia teatral?

-(Vuelve a sonreír ampliamente) Cuando la gente se emociona por algo que yo provoco o hago, me produce  placer, me genera una gran satisfacción, sin distinción de escenarios. Días pasados estábamos compartiendo un locro popular en el campo de Parque Daza y había alrededor de dos mil personas. Toqué el organito para los empleados municipales de Valle Viejo y resulta un placer indescriptible la emoción que produce ese momento, con gente que dispone de un rato para verte, para atenderte, para aplaudirte, para estar con vos ese rato. Me parece que ese es el destino que tiene el arte. Porque si el arte es sólo para que uno se haga famoso en determinados círculos intelectuales o círculos de gente pudiente, me parece que ese es el arte que no tiene destino. Estamos en presencia de una mercancía: si hay plata se vende y si no, no se vende. Yo no aposté a eso. Ni siquiera imagino lo mío como un objeto transformado en una mercancía fácil. Todavía, después de 45 años de profesión me sigo preguntando cómo encontrar la sensibilidad para hacer algunas cosas. Me parece que el camino lo marcaron aquellos maestros que yo tuve en la adolescencia. Me emocionó la posibilidad de hacer teatro a pesar de todas las circunstancias que nos rodean. Aquí nos robaron un montón de plata en equipamiento que es muy difícil volver a tener. Pero eso no me va a quitar las ganas de hacer teatro y seguir trabajando artística y culturalmente por lo que yo siento que tiene que ver con este pueblo, con este lugar, con la identidad del lugar. Categóricamente: no.

 

-Un tema que siempre promueve el debate: ¿Catamarca tiene identidad cultural?

  -Sí. Pero hay un problema: los consumos culturales por donde transita todo lo que se transforma en mercancía, hacen un gran esfuerzo para instalar esa idea de que no existe una identidad cultural catamarqueña, para poder vender las porquerías que nos traen de afuera; enlatadas y procesadas en otros lugares. No reniego de la tecnología, pero la tecnología nos tiene que ser útil, servir a nosotros en los procesos de identidad. No nos sirve para que estemos oprimidos ni para que esa opresión se transforme en un consumo cultural en donde uno le destina a Netflix una plata en dólares que no se les destina a los artistas catamarqueños. Así, estamos errados en lo que estamos haciendo. Me parece que hay que hacer una militancia en favor de otros procesos culturales. (Señalando el patio del encuentro) Por eso este lugar es físico y no virtual. La idea es que aquí la gente se junte, se vea, comparta una comida, comparta un paseo (ver aparte).

 

-¿Cómo se sostiene este centro?

  -Hacemos algunas actividades a beneficio. El próximo 25 de Mayo haremos un locro solidario. Les pedimos la colaboración a todos los vecinos; a los amigos y a algunos políticos les solicitamos que nos donen un poco de carne y con lo recaudado con esa comida vamos haciendo los arreglos necesarios. Hay un trabajo cotidiano que requiere una presencia física de manera constante. Enfrente vive una familia de apellido Luján y el hombre siempre está dispuesto a darnos una mano. Aquí que hacer una reconstrucción total. Padecimos robos y saqueos unas veinte veces; nos hicieron mucho daño estos chicos que andan desquiciados. Hemos tenido la oportunidad de hablar con algunos de ellos y están totalmente trastornados por la droga, víctimas de una situación social compleja. En una reunión de vecinos nos enteramos que en esta zona hay cinco lugares donde se venden drogas, lo que indica que indudablemente hay una complicidad con alguien, o con la misma policía. Porque si todo el vecindario conoce de esta situación, se supone que en todos lados se sabe. De todos modos, trabajamos con áreas del municipio y de salud para ver si transformamos esta situación, para que no se pierdan nuestros jóvenes. En esa experiencia transformadora creo que el arte tiene una función social fundamental. Aquí somos unas 10 personas que le damos vida a este centro: hay talleres de alfarería, de huertas, de reparación de bicicletas y de marroquinería artesanal, entre otras cosas.

 

  -¿A quiénes consideras referentes de la cultura catamarqueña?

-Tengo pasión por lo que significó el teatro a fines del siglo XIX, principios del siglo XX, en especial por algunos personajes que le dieron sentido al teatro nacional, tal el caso de “Los Mirasoles” de Julio Sánchez Gardel; lo que tensionó y produjo como obra Juan Oscar Ponferrada; Ezequiel Soria, instalándose en Buenos Aires y produciendo ese teatro popular en un momento muy particular. Y más acá en el tiempo, mis grandes referentes son Blanca Gaete, Héctor Pianetti y Oscar Carrizo. Son los maestros que nos quedan y nos van macando el camino. 

 

 

Un lugar con identidad cultural

Oscar no duda en señalar al centro cultural como “un espacio en libertad, hermoso, al cual vamos transformando día a día”. Se refiere a la antigua residencia ubicada en la calle Joaquín Quiroga 995, en Villa Dolores casi límite con Polcos en el departamento Valle Viejo.

Nos cuenta: “Este lugar tiene su historia. Esta casa fue de los suegros de (Miguel Ángel) ´Cacho´ Villagra (reconocido folclorista, ex integrante de los Arrieros de Valle Viejo y autor, entre otros temas, de la celebrada ´Chaya de San Sebastián´). Me cuentan que cuando ´Cacho´ formaba parte de la organización del festival del Aguardiente, los artistas que actuaban en el escenario de la fiesta eran invitados a comer aquí. De esa manera, en esta casa se juntaban Polo Giménez, Atuto Mercau Soria, Manuel Acosta Villafañe y otras figuras consagradas como Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Zamba Quipildor, el Ballet Nacional con Santiago Ayala ´El Chúcaro´ y Norma Viola. La gente del ballet dormía en catres, a la sombra de los árboles de este patio donde estamos charlando. Es una historia muy poco conocida y entonces cabe preguntarse ¿cómo que no hay identidad cultural? Claro que hay una identidad cultural y nosotros tenemos la responsabilidad de rascar un poco en lo más profundo, rescatarla y transformarla en nuestra actual identidad cultural. Por eso este centro está instalado en un lugar con historia propia y no en otro sitio”.

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