HOY: RICARDO PIANETTI

Cara a Cara: El crimen de Fernando y la ausencia de culpas

domingo, 16 de febrero de 2020 00:18
domingo, 16 de febrero de 2020 00:18

Licenciado en Psicología, sacó a relucir sus conocimientos para responder a cuestiones que hacen a la personalidad del ser humano. El brutal asesinato de Fernando Báez en Villa Gesell fue el disparador de una charla que nos llevó al desafío de la necesidad de luchar por la recuperación de valores perdidos. Casado con la psicóloga Carmen Rodríguez, tienen tres hijos: Agustina Eva, Joaquín Damián y Macarena. El recuerdo de otra juventud, de otras noches “no tan teñidas de excesos como ahora” y la ausencia de ese patrón familiar que marcaba lo que estaba bien y lo que estaba mal. Lo que sigue en el marco del Cara a cara de los domingos es el pensamiento del psicólogo Ricardo Gustavo Pianetti (62), el hermano del querido e inolvidable Héctor, a quien honra como un “promotor de sueños”.

  -El crimen del joven Fernando Báez en Villa Gesell, ¿tiene alguna explicación desde la psicología?

  -Probablemente la tenga. No tengo un estudio ni un trabajo realizado en ese sentido, pero creo que sí. Hay que empezar a rastrear en la historia de los chicos que se convirtieron en victimarios de este muchacho que falleció. Y cuando uno rastrea la historia hay algo que llama mucho la atención y que tiene que ver con que los padres de todos estos chicos son padres de la generación del 70, una generación caracterizada por el hippismo, el jogging, las zapatillas, el “seamos libres”, amor y paz, algunos de los lemas de aquella generación, reflejada fielmente, por ejemplo, en la película Woodstock. Los padres de estos chicos tienen entre 45 y 50 años, y para mi gusto hay una mala interpretación de lo que es el texto freudiano en relación con que por ahí plantea como mecanismo fundante la represión. Pero no esa represión ejercida por un gobierno de facto, sino una represión como un mecanismo de defensa que se constituye como el fundante del aparato psíquico. Frente a este déficit o a esta distorsión, no hay por parte de lo que es la función paterna una impronta fuerte de lo que sería la instancia de ley, que es lo que el padre ejerce desde su rol. Al no tener implementada esta función de ley, no le permite al chico discriminar: el chico no puede saber si esa función es fallida o no está bien instaurada. No puede establecer si lo que hace está bien o está mal. Y esto es un verdadero riesgo. Sobre que todo te dé lo mismo, (Sigmund) Freud habla de tres estructuras fundamentalmente: la neurosis, que sería la normalidad; la psicosis, que sería la locura y luego de una instancia intermedia, donde hay una instauración fallida de este principio de ley, que es la perversión. Un psicópata, que es capaz, en manada, como se dice en este caso, de matar a un chico a patadas a la salida de un boliche, estaría dentro de esa estructura. Una estructura perversa. Esto es lo que me atrevería a enunciar sobre si hay algo en el orden de la psicología que pueda explicar lo siniestro y lo macabro de lo que pasó esa madrugada.

  -Se insiste, desde algunos sectores, en un concepto “el placer por matar”. ¿Es posible sentir placer al matar?

-No sé si el placer está centrado en el hecho de matar. Me parece que el placer está dado por otra configuración, que en este caso incluye una serie de cuestiones, entre ellas que la muerte no es el objetivo, pero sí el propósito de imponerse, ser más que el otro, sentirse superior. Esto sí da placer. Las situaciones de violencia, a mi entender, todas están enmarcadas en una asimetría y esta asimetría, en algunos casos, es placentera. Cuando un hombre agrede a una mujer, ahí hay algo en el orden de lo placentero. La mujer dice “no lo va a volver a hacer, porque me lo juró, porque está arrepentido”. Y a los tres meses está de vuelta en el hospital, con los ojos en compota. Hay algo que va más allá del arrepentimiento, que está centrado en esto del placer que es producto de esta violencia en el eje de la simetría. Estos chicos jugaron a la simetría: estos chicos eran más poderosos, tenían más poder adquisitivo, al joven que mataron lo tildan de “negro de mierda”. Todo eso estaba puesto en juego… no sé si la muerte necesariamente, pero si todo lo otro.

  -Cuesta creer que los jóvenes hayan salido dispuestos a matar.

  -Exactamente. Ahí hay algo que tiene que ver con la ausencia de culpas, por entenderlo de alguna manera. Todo lo que se conoce posteriormente a través de la prensa de los mensajes entre ellos, no muestra connotación alguna de culpabilidad, de sentir que hicieron mal: se fueron a comer hamburguesas como si nada… no hay algo que esté asociado con la culpa. Sí, me parece, que hay mucho de “cumplimos el objetivo” o “hicimos lo que teníamos que hacer, nosotros somos superiores y lo dejamos en claro”. No sé si se puso en juego el “lo tenemos que matar”, me parece que lo que se puso en juego fue el “somos superiores”.

  -¿Cuánto influye en la sociedad violenta que vivimos los problemas económicos, los cambios políticos, por ejemplo?

  -Probablemente tenga que ver con eso y mucho más. Cuesta diferenciar la agresividad de la agresión. La agresividad, al menos desde mi campo de acción que es la psicología, es buena, está vista como una energía que cuando uno la pone en juego obtiene logros, realiza acciones que tiene que ver con sus intereses. La agresión, en cambio, ya no está pensada en esa energía interna, sino está orientada a cuando uno la pone afuera sobre el otro. Es un límite muy finito. La agresión está permanentemente conviviendo con nosotros, en todo sentido: en lo económico, en lo político, en lo social. Los cambios culturales son lentos y muchas veces la sociedad demanda otras respuestas. Me parece que se deben buscar mecanismos para aggiornar esas respuestas que hacen que esté desfasado lo cultural de lo social. Sin embargo, un grupo de mujeres un día se planta y dice “nunca más”. Portan un pañuelo violeta y llenan las plazas, y al día siguiente más mujeres se ponen un pañuelo verde y gritan “basta de muertes por abortos ilegales”. Esos cambios sociales se dan mucho más rápido. En lo cultural todavía estamos pensando si la muerte sí o la muerte no, si tiene que ver con la cuestión de la mirada religiosa, y en realidad está muy claro explicarlo que esto es una cuestión de salud pública. En lo cultural, nos quedamos pensando en esta construcción patriarcal que nos atraviesa, si realmente la mujer tiene que tener los mismos derechos que el hombre. Y la sociedad está reclamando que así sea.

  -Un interrogante en el que insistimos de manera recurrente: ¿quién le pone freno al negocio de la noche? ¿acaso hay demasiada permisividad por parte de la autoridad competente o de los propios padres con los hijos?

-Vuelvo al principio de la charla: tiene que ver con esto de instaurar la ley desde la función paterna. Muchas veces escuchamos relatos familiares que nos dicen que antes el padre miraba fijo cuando uno se mandaba una macana, y con esa mirada era suficiente; no era necesario ejercer ningún otro tipo de violencia. Eso hoy se ha diluido, se ha distorsionado. Ni siquiera está la presencia de la mesa familiar. Entonces, lejos está ese tipo, si se me permite la expresión, de “bajada de línea” necesaria que el padre debe hacer hacia los hijos. Los tiempos que vivimos, que tienen que ver mucho con la sociedad de consumo, de las exigencias consumistas, no van a volver. Hay que pensar en otros mecanismos y cómo la sociedad se va a dar tiempo para resolver estas nuevas demandas que tiene la propia sociedad. Por eso insisto: no podemos esperar que los cambios se produzcan culturalmente porque son muy lentos, y la sociedad va mucho más rápido. Hay que ver cómo ensamblamos esto. Para mi gusto, la respuesta está en la educación.

  -Cuando nos referimos a la noche…

  -Estamos hablando del gran negocio.

  -El horario sin límites, el alcohol y otras adicciones. Escenas violentas a la salida de los boliches, con muchas agresiones.

  -Las hay todos los días y en todos lados. La respuesta en relación con lo que genera la noche es casi tan perversa como el tema de la droga: hay muchos intereses creados. Con los años, y en el ejercicio de la profesión, hay algo que uno aprende: es que cuando la ley que debe instaurar la figura del padre es fallida, se impone la ley de los hombres, la ley del afuera, la ley de los jueces. Y ahí me parece que en estos cambios sociales que hace falta pensar hay un fuerte reclamo hacia la justicia. No tengo expectativas, ni a favor ni en contra, de que los chicos que mataron a Fernando en Villa Gesell terminen pagando sus culpas en un penal, pero creo que lo peor que le podría pasar a la sociedad es que algún artilugio legal implementado por un “pícaro” abogado los deje afuera. Sería lo peor, no para Fernando que ya no está más con nosotros, será lo peor para ellos mismos porque les va a seguir sosteniendo ese espacio de poder, de impunidad, de asimetría, de violencia, que no les va a permitir, en ningún momento, ser felices. 

  -Se hizo alusión a que algunos cambios se producen de manera lenta, a diferencia de otros que van más rápido. ¿Cuánto nos va a llevar, si no es imposible ya, la recuperación de valores perdidos, entre ellos el respeto por el otro?

  -No sé si hay un tiempo para esto. Uno aprende en psicología que hay dos clases de tiempo. Uno es el tiempo cronológico, que es el tiempo del afuera: los 60 minutos que hacen una hora, las 24 horas que hacen un día. Después hay otros tiempos, que son los tiempos lógicos, los de adentro. Y en esto de los tiempos lógicos no sé cuánto llevará poder restituir todas esas cuestiones vinculadas a la función de la instauración de ley que nos permita la discriminación para poder establecer qué es lo que está bueno y qué es lo que está malo. Porque en realidad, en relación con los valores de la pregunta, no es ni más ni menos que eso: es poder hacerle saber a un chico qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Te puedo contar: viví muchos años en Buenos Aires y me asaltaron varias veces. En una de ellas, el ladrón, preguntándome acerca de un dinero, si era mío o no, respondí que el dinero era mío. Me contestó: “A ese no lo quiero, porque vos estás laburando igual que yo”. Había un código, una diferenciación. ¡Esto me lo decía apuntándome con el revólver en la cabeza! Era muy patética la situación. Hoy, al no existir esos límites, esas diferenciaciones, a un chico que se “merquea”, y lo hace con la mala, le da lo mismo si tenés 5 pesos y pegarte un tiro, y si no tenés 5 pesos, pegarte un tiro lo mismo. Le da exactamente lo mismo.

  -Este clima de intolerancia y agresividad que se vive a diario y que forma parte de esa sociedad violenta, ¿tiene algo que ver con esta famosa grieta instalada en el país?

  -La pregunta me lleva a pensar en la instancia de los bandos que se arman. Si eras del bando de San Martín, no podías estar en el de Rivadavia; si eras del bando de Rosas, no podías estar en el de Mitre; si sos de River, no podés ser de Boca; en el tema del aborto, si estás a favor, no podés estar en contra. Me parece que hay como una necesidad de sentirse destacado o reconocido en lo que uno piensa y opina, y esta necesidad se sostiene en poder ubicarte en un bando. Los bandos están instalados hasta en los más mínimos detalles.

  -Algo que también se ha perdido: la comunicación. Vaya paradoja, en una época de enormes avances tecnológicos en materia de comunicaciones.

  -Formarte en valores, someterte a aprendizajes, todo eso lleva tiempo. El teléfono que hoy nos incomunica, paradójicamente porque es un medio de comunicación, lo que de alguna manera nos propone es la inmediatez. Dudo que la inmediatez pueda resolver algunos de los problemas que tenga esta sociedad. Tenemos que llegar a admitir y tolerar, desde la educación, sin necesariamente resignar, que no somos todos iguales, que somos todos diferentes y que estas diferencias no pueden terminar ni condicionándonos en bandos ni matándonos entre nosotros. La tecnología, por ejemplo, en el caso de Villa Gesell, aporta mucho y ello no permite, como decía antes, que un abogado “pícaro” encuentre argumentos para intentar desligar a los que tienen responsabilidad en el hecho. Se puede comprobar todo a través de la tecnología: dónde estaban, qué hicieron, quiénes eran, qué pasó. No hay manera de decir “yo no fui”. En buena hora que la tecnología pueda hacer su aporte. Pasó lo que pasó y que se hagan cargo.

Recordando a un promotor de sueños

El 2 de septiembre del año pasado, Héctor Domingo Pianetti puso en escena su última de tantas lindas locuras que lo identificaban: iniciar un viaje sin retorno. En la entrevista con su hermano Ricardo, ya cuando el café era una casi imperceptible borra, pronunciamos el nombre del amigo y la inmediata respuesta. Un monólogo del entrevistado: “Se fue sin poder disfrutar el cambio de gobierno en el país y también hubiera estado muy contento con la designación de la Dra. Palladino en Salud; tenía mucho aprecio por Claudia. Mirá… El ‘Loco’ siempre fue un promotor de sueños. Toda su vida se la pasó promoviendo sueños.

Tengo una anécdota y me parece buena la oportunidad de compartirla: cuando llegué a Catamarca, hace ya 27 años, vine detrás de un sueño. Vine con su promoción: en Catamarca iba a poder desarrollarme tal cual quería. Por eso digo que era un gran promotor de sueños. Y no únicamente de sueños propios, sino de ajenos. Cuando estuve en Catamarca, Carlitos Sáenz nos invitó a comer un asadito en su casa. Porque el Loco siempre habilitó espacios y me causó gracia la definición de Carlitos porque lo pintaba de cuerpo entero. En un momento y después del tercer vino, le dijo: ‘Loco de mierda…qué manera de inflar boludos’, en referencia a la cantidad de gente a la que Héctor le había habilitado un espacio, le había dado una oportunidad. Carlitos se lo decía incluso de manera autorreferencial, porque el Loco había logrado que le dieran un cargo en el municipio capitalino. ¡Qué vocación de inflar boludos!, insistía Carlitos por la gauchada recibida. Me parece una manera especial de recordarlo y honrarlo en estos momentos desde ese lugar, manteniendo vivos los sueños. Una vez, Rolando Zaffe me dijo: ‘Tu hermano me enseñó a ganarme la vida haciendo lo que más me gusta hacer’, en referencia a su profesión de guitarrista”.

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