El drama brasileño e Irán, en la agenda del G-7

martes, 27 de agosto de 2019 00:00
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La Pachamama puede quedar bajo supervisión internacional y el denso conflicto con Irán terminar en una cumbre entre Donald Trump y el presidente iraní Hasan Rohani. A lo primero converge la irresponsabilidad de Jair Bolsonaro y sus aliados del Mercosur y a lo segundo, el atrevimiento del presidente francés Emmanuel Macron. La audacia puede tener un premio mientras que la ineptitud trae consigo un escarmiento seguro. A esas dos figuras se resume la cumbre de los siete países más industrializados que concluyó ayer lunes 26 de agosto en la ciudad francesa de Biarritz.


La audacia diplomática de Emmanuel Macron y la irresponsabilidad política y ecológica del presidente brasileño Jair Bolsonaro y sus entumecidos socios del Mercosur. El primero aplacó los recurrentes ánimos belicosos del presidente norteamericano Donald Trump, evitó los escenarios conflictivos entre los miembros del G7, abrió una vía de negociación entre Washington y Teherán, cifró un mensaje muy efectivo dirigido al campesinado francés cuando puso en tela de juicio la vigencia del tratado entre la Unión Europea y el Mercosur debido a la depredación del Amazonas y se forjó una imagen de líder mundial en la defensa del medio ambiente con el lujo añadido de haber puesto la catástrofe ecológica del Amazonas en el centro de la agenda internacional.
Bolsonaro y las diplomacias ociosas del Mercosur situaron a la región en un ridículo colosal. Recién después de la intervención de Macron el presidente brasileño movió algunas piezas con la decisión de enviar el ejército a la zona sin que hubiese, por parte del conjunto del Mercosur, una acción colectiva, una foto de ministros de medio ambiente o algo que demostrara que, en algún lado, había alguien con capacidad de acción. Occidente le dictó a Bolsonaro lo que tenía que hacer como a un nenito de primer grado. Nuestros poderes regionales son una vergüenza planetaria. No, no: el mundo no nos “apoya”. El mundo se ríe de nosotros.


Por controvertidos que resulten, los dos gestos más audaces del mandatario francés le acarrearon mucho rédito. Primero, cuando en contra de sus socios europeos (exceptuando Irlanda), dejó en suspenso el tratado con el Mercosur e introdujo en la cumbre la temática medio ambiental mientras Bolsonaro escupía groserías y el resto del Mercosur perdía la valentía y el habla. Luego, el domingo, cuando hizo ir a Biarritz al canciller iraní Mohamad Javad Zarif y despejó con ello la eventualidad de un acercamiento entre la posición belicosa de Washington y las posturas de Irán y los otros cuatro de los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania que firmaron en 2015 el acuerdo nuclear con Teherán. Neutralizado, aislado o tal vez presa de un fugaz sentido común, Trump aceptó el reto. Al final de la cumbre, en el curso de una conferencia de prensa conjunta con Macron, el presidente de Estados Unidos aceptó incluso lo que propuso su par francés: un encuentro “en las próximas semanas” entre Trump y el presidente iraní Hasan Rohani. Ni siquiera el expresidente norteamericano y pulmón del acuerdo nuclear con Irán, Barack Obama, llegó a reunirse cara a cara con un presidente iraní. En ningún momento Trump esquivó el tema. Aceptó la perspectiva de una cumbre “si las circunstancias están reunidas”. El jefe del Estado francés agregó que tenía “la convicción de que si se da un encuentro al más alto nivel, un acuerdo con Irán es posible”. Macron puso este logro bajo el paraguas de una cumbre que “creó las condiciones para este encuentro”. Si ello ocurriese sería uno de los grandes efectos de la diplomacia contemporánea, esta vez representada por Macron. Enorme lección para quienes tienen conflictos con Irán y los licuan en el servilismo o el aficionadísimo diplomático en vez de hacer que las cosas progresen. Macron probó que se puede actuar incluso cuando el adversario más testarudo, en este caso Trump, está sentado en la mesa. Para ello, el jefe del Estado francés le sacó todo el perfil protocolar a la cumbre y la organizó como un encuentro informal sin declaración final. Con ello sorteó las espinas de las cumbres del G7 en Canadá (2018) e Italia (2017), donde Donald Trump demolió lo pactado en las respectivas declaraciones finales. El capítulo iraní es tanto más decisivo cuanto que desde que estalló la revolución en 1979 (liderada por el Ayatola Jomeini) y la posterior ruptura de las relaciones diplomáticas entre Teherán y Washington, la relación entre los dos países siempre fue una bomba de tiempo sobre el cielo del mundo.


El acercamiento probable entre Teherán y Washington es el punto más alto de esta cumbre que coloca al presidente francés como un eje renovado de las relaciones internacionales. Trump, de quien se temía que hiciera añicos el bazar internacional, pareció jugar todas las cartas que le propuso el jefe del Estado francés. Trump contó que cuando Macron le dijo que de pronto el canciller iraní se aparecería por Biarritz, él le dijo “si es lo que usted quiere, adelante”. El mandatario norteamericano aceptó incluso un “compromiso” en torno al impuesto que Francia le hará pagar a los mastodontes de internet (entre ellos los GAFA, Google, Amazon, Facebook y Apple). Tal vez presionado por los otros seis, el mandatario adelantó un nuevo acuerdo con China para zanjar la guerra comercial en curso: “pienso que encontraremos un acuerdo”, dijo.
 

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