La carrera mundial de la vacuna contra el coronavirus entra en la recta final

domingo, 2 de agosto de 2020 10:44
domingo, 2 de agosto de 2020 10:44

La promesa de la vacuna que liberará a la humanidad de la peste de nuestros días, el coronavirus, viene de diferentes partes del mundo. Es una verdadera carrera de coaliciones nacionales con flagrantes contradicciones, una entente de gobiernos y farmacéuticas, universidades y centros militares, de estados dentro del estado, una carrera por llegar primero a multimillonarias ganancias y prestigio internacional. Pero el descubrimiento de una vacuna es apenas la mitad de la película. Hasta ahora se ha hablado mucho menos de la producción y distribución global de una vacuna.

La crítica directa o indirecta del Grand Prix viene de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los movimientos alternativos, gobiernos populares, la izquierda y las ONG, pero empieza a tener aliados inesperados en torno a una condena feroz del llamado “Vaccination Nationalism” o “Nacionalismo de las vacunas”. En la fórmula de la OMS, este nacionalismo es una peligrosa estafa porque para la salud pública mundial, “nadie está seguro hasta que todos estén seguros”. La cooperación global y un acuerdo que permita avanzar no solo en la producción de vacunas sino en una distribución equitativa y eficaz, debería ser el único camino.

El “Nacionalismo de las Vacunas” plantea exactamente lo opuesto. Estados Unidos es el caso más obvio con la política de “America first” del alicaído Donald Trump que no sabe qué hacer para ganar su reelección, pero que sospecha que si posterga los comicios y conjura una vacuna en el interín puede recuperar los 10 o 15 puntos que lo separan del demócrata Joe Biden.

Estados Unidos invirtió 10 mil millones de dólares en la Operation Warp Speed, un programa para producir cientos de millones de vacunas destinadas a consumo interno. El responsable del suministro de toda la parafernalia médica del Covid-19, Peter Navarro, implementó el “America first” con la restricción de ventas al exterior de máscaras, respiradores y guantes. A fines de junio, el gobierno de Trump adquirió prácticamente todo el stock mundial de Remdesivir, un medicamento para el tratamiento del Covid-19.

Como un mal recuerdo de la guerra fría, al Grand Prix se sumó ahora Rusia con la promesa de una vacuna para el 10 de agosto o incluso antes. El director del Fondo de Riqueza Soberana de Rusia, Kirill Dmitriev, dijo que se adelantarán a Estados Unidos tal como sucedió en 1957 con el Sputnik, cuando la Unión Soviética lanzó antes que Estados Unidos el primer satélite en el marco de la carrera espacial de las dos superpotencias. “Va a ser igual”, le dijo Dmitriev a la CNN.

Pero en realidad, el verdadero rival de Estados Unidos no es Rusia: es China. Un caso más interesante porque el gobierno de Xi Jinping se presenta abiertamente del lado de la OMS y señala que la vacuna que CanSino Biologics está desarrollando junto al Instituto Científico Militar será un “bien público de acceso para todo el mundo”. El 22 de julio en una video conferencia con once cancilleres de América Latina y el Caribe, el canciller chino Wang Yi anunció un fondo de mil millones de dólares para la región y garantizó la accesibilidad a tratamientos y medicinas.

China afirma la accesibilidad de la vacuna, pero no dice cuándo. ¿Pondrá China a sus casi 1400 millones de habitantes en paridad con el resto del mundo? ¿Cuántos chinos tendrán que ser vacunados antes de que se exporte el excedente? La conducta del gobierno de Xi Jinping en los primeros meses del año es quizás comprensible, pero no alentadora sobre una generosa y lúcida vocación global. En ese momento, China lideró la compra masiva para su población de respiradores, máscaras y guantes. Poco después le siguieron la Unión Europea y Estados Unidos y hubo escasez de estos productos en el mercado mundial.

Mientras tanto, el Reino Unido tiene una de las investigaciones más avanzadas sobre la mesa. La alianza de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca promete una vacuna para septiembre o octubre. Pero el gobierno de Boris Johnson, consciente de que la vacuna puede tardar más tiempo o fracasar, anunció el 20 de julio que está buscando asegurarse su propio stock adquiriendo otras 12 que se están investigando a nivel mundial.

Según la revista Foreign Affairs,, “sin coordinación global, se desatará una competencia que subirá el precio de las vacunas y los materiales necesarios para su producción, el suministro de vacunas será limitado incluso en los países ricos y tendrá un impacto devastador en los pobres”.

El fin del camino de este nacionalismo de las vacunas que pinta el Foreign Affairs es apocalíptico a nivel económico, sanitario y diplomático: una suerte de anarquía internacional. “Los países que no tengan la vacuna usarán todas las herramientas en su mano para bloquear componentes esenciales para la producción como jeringas y viales, o los usarán para negociar acuerdos especiales. Todo esto generará un resentimiento contra los países que tengan la vacuna y no la compartan que pondrá en peligro la cooperación futura a nivel global para temas cruciales como el cambio climático y la proliferación nuclear”, señala el artículo.

Entonces, no se trata únicamente de descubrir la vacuna. En una economía globalizada que enfrenta una pandemia hay que producir enormes cantidades a gran velocidad. El mayor productor mundial de vacunas es el Serum Institute de la India, que ya firmó un acuerdo con la Universidad de Oxford y AstraZeneca para tener lista una base de producción masiva en septiembre. El CEO de la compañía, Adar Poonawalla, señaló que “al menos inicialmente”, cualquier vacuna que produzca la compañía tendrá que cubrir a los 1300 millones de habitantes del país.

Entre los perdedores de este forcejeo pueden estar los países ricos que apuesten a la vacuna equivocada. “Al rechazar la cooperación con otros, esos países habrán puesto en peligro la propia salud pública. Pero incluso los ganadores sufrirán el impacto global de países golpeados económicamente por una situación sanitaria inmanejable que cerrará mercados para sus exportaciones”, señala la revista.

Foreign Affairs no niega que este nacionalismo tiene algo inevitable: cada gobierno debe ocuparse del bienestar de sus ciudadanos. Pero señala que la única manera de garantizarlo es a través de acuerdos globales. “Lo que se necesita es un acuerdo de comercio e inversión internacional sobre el Covid-19 que puede ser coordinado por las instituciones y sistemas ya existentes. Pero para lograrlo requerirá liderazgo de parte de los países productores, incluyendo, si fuera posible, a los Estados Unidos”.

Cuanto más nos acerquemos al descubrimiento de una vacuna, más difícil será debatir y acordar un sistema global de producción y distribución. “El nacionalismo de las vacunas no es solo moral y éticamente condenable: va en contra de los intereses sanitarios y estratégicos de todos los países. Si las naciones ricas eligen ese camino, no habrá ganadores: todos perderemos”, concluye Foreign Affairs. 

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