Había llegado al fin del siglo veinte como casi todo el mundo, lleno de expectativas. La idea de visitar una vez más Antofagasta, la región de la puna argentina más inhóspita, para descubrir las ruinas de Cacao Curuto, Real grande y allí a un viejo pastor llamado Antonio Cruz, me parecía absolutamente provocadora frente a las modernidades que se oían en esos días: Las cámaras de mini dv, los dvd y la TV satelital que se imponían. Justamente un paseo por Buenos Aires y sus shoppings preparados para el fin de siglo con sus Papás Noel y sus nieves de lana sintética eran la contracara más elocuente.
Bien, de este modo surgió Kusiya kusiya, un documental que terminó siendo el retrato de un pastor que tras dos años de sequía recibe a un grupo de amigos con los que se divierten mientras afuera en la noche comienza a llover. Esto, difícil de contar con mis recursos técnicos fue si no un gran documental, en cambio, una experiencia reveladora.
Descubrí en carne propia lo que pasa cuando lo que se cuenta se consustancia con uno mismo. Una conexión profunda que para el realizador documental se expresa en una fluidez con que se perciben los hechos que van a ser registrados. Era otra vez una paradoja viajar a un enorme espacio abierto para contar una historia intimista grabada la mayor parte del tiempo dentro de una choza de piedras.
Hasta ahí el documental. Lo que habíamos planeado y con bastante sacrificio realizado a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, esto era solo el comienzo.
Claro, con los bagajes llevábamos nuestros planes, nuestros cronogramas, nuestros plazos para todo. Inclusive para volver y esto en los pliegues del mundo, en un extremo de occidente, no siempre se lleva bien. Así fue que para el día del regreso algunas cosas no estaban bien. En toda la villa de Antofagasta y para ninguno de sus 400 habitantes había combustible. Así las cosas había que esperar. Al principio me pareció insólito y agraviante. Una provocación no del destino sino de la desidia supuse. Pasamos tres días más y supimos ya que no quedaban verduras, frutas o lácteos. Solo arroces y fideos. Tal vez charqui de llama y no mucho más. Claro, no moriríamos pero era para mí extraño sentirme encerrado de este modo.
Finalmente llegó el combustible pero mientras cargábamos el tanque de la sufrida camioneta que nos había llevado supinos que más abajo, en las sierras del norte de Belén la época de lluvia había llegado con particular fuerza y cada tarde se desencadenaban fuertes lluvias que hacían crecer los ríos volviendo su cruce una peligrosa tarea.
Que tan malo podía ser eso? Por el Camino que desciende desde las alturas puneñas a los valles calchaquíes se debe atravesar una cuesta llamada De Randolfo, por ella junto al camino se elevan dunas conocidas como trepadoras que con la lluvia se vuelven peligrosas ante la posibilidad de derrumbes. Justamente aquel día una de ellas había caído tapando dos kilómetros de camino.
Si quedaba alguna duda sobre la posibilidad de cruzar teníamos ante nosotros un camión semienterrado por avanzar unos metros más de donde nosotros nos habíamos quedado.
Así las cosas solo podíamos volver a la villa de Antofagasta. Fin de siglo. Lo había imaginado de niño con naves volando. Mucha tecnología y certezas sobre nuestro mundo. Definitivamente no era esto.

Continuará…

Anécdotas de viaje enviadas por el realizador Patricio Schwanek.  Estudió cine en un par de escuelas de cine y luego se largo a trabajar en Buenos Aires. Años después volvió a su ciudad, Catamarca, para cumplir un mandato auto impuesto, contar su lugar en el mundo. La vida de los pequeños pueblos de montaña, lo particular del modo de vida, el drama y la comedia vistos a través de los ojos de un realizador que intenta contar su visión del mundo. Un detrás de escena que revela lo que las imágenes no cuentan.

Para ver el documental Kusiya Kusiya!: http://vimeo.com/13838451

Backstage: http://vimeo.com/13881983