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Ruta del Adobe: Tierra adentro...de nosotros para ustedes

Cuando el sol aplasta las plantas espinosas al pie de los Andes, los colores amarillentos del desierto pierden sus contrastes y las formas parecen desvanecerse. La cruda luz tiene tanta intensidad como el calor. El menor soplo levanta la tierra sedienta en nubes de polvo y arena. El norte de nuestro departamento parece una de esas regiones donde el tiempo no transcurre. Y sin embargo hubo muchos cambios desde que Diego de Almagro la recorrió por primera vez en 1536, en su viaje a Chile desde el Alto Perú.
lunes, 11 de abril de 2011 00:00
lunes, 11 de abril de 2011 00:00

Hoy, los pueblos indígenas son apenas ruinas mimetizadas con el paisaje. Hoy, los olivares de pueblos fundamentales como Anillaco y El Pusto extienden mosaicos geométricos de color verde metálico sobre los valles.


Hoy, las minas han dejado huellas como cicatrices en las montañas. Y las capillas guardan en las paredes las fechas de la instalación del nuevo orden traído por los conquistadores y los colonos españoles. Sobre estas bellezas, sobre este margen sur de la Puna, el tiempo pasó casi sin dejar huellas en las paredes de adobe, testigo discreto de todos estos cambios.
Una ruta turística y cultural le rinde homenaje y lo rescata. Esta muy oficial “Ruta del Adobe” va desde el comienzo mismo de nuestro departamento de Tinogasta a ya famosa Fiambalá, descubriendo capillas y construcciones que cuentan la historia de la región, a la vez que hablan de un presente lentamente abierto al turismo.


Desde San Fernando del Valle de Catamarca, el viaje hasta Tinogasta es largo. Son 280 kilómetros de una ruta que pasa por Aimogasta, en la vecina provincia de La Rioja, y llega hasta 1250 msm. Dentro de unos pocos meses, dicen, una nueva ruta permitirá acortar el trayecto varias decenas de kilómetros; mientras tanto, este largo viaje desemboca en un mundo muy particular.
El desierto impone duras condiciones de vida y trabajo, pero basta con un poco de agua llevada por una red de acequias para que broten vides y olivares (poco a poco, los vinos de la región de Tinogasta, que está por encima de los 1000 metros, se están dando a conocer entre sus vecinos del Noroeste).


Esta misma agua se usa en la confección de los ladrillos de adobe con que se construyó la mayoría de las viviendas de la región. Allí, donde las lluvias son escasas, talvez por eso nos sorprendió tanto este verano, esta mezcla de barro, arcilla y paja es el mejor material para construir nuestras casas y resguardarlas en sus interiores del calor del verano y el frío del invierno.
El nombre de nuestro departamento de Tinogasta viene del quechua, y quiere decir reunión de pueblos. Fue oficialmente fundada en 1713 en la vecindad de Watungasta, importante pueblo indígena próspero hasta la llegada de los españoles, en el siglo XVI.
El punto de partida de la Ruta del Adobe es el hotel Casagrande, a dos cuadras de la plaza 25 de mayo, nuestro principal paseo publico. El hotel fue originalmente un fortín militar construido en 1887 para recibir un Batallón de Cazadores de los Andes, en vista de una disputa fronteriza con Chile. Años más tarde, el conflicto fue resulto por un arbitraje inglés y el fortín fue adquirido por la familia Orella para ser transformado en la sede de un consulado chileno. Sus gruesas paredes de adobe fueron rescatadas cuidadosamente. Esta histórica familia Tinogasteña origino la construcción del barrio Orella, unos de los barrios mas viejos de nuestra ciudad y que con el paso de los años sigue esperando que algún elegido político se acuerde, al menos de sus calles.


En casa grande, la recepción y las habitaciones, distribuidas alrededor de un pequeño patio interior, ocupan en la actualidad las partes del fortín. El revoque de la fachada fue levantado parcialmente para mostrar el adobe original y formar dibujos inspirados en el arte de los indígenas, me pregunto que hubiera pensado mi pequeña cabecita en aquellas frías mañana de invierno cuando caminaba rumbo a la escuela numero 5 Adolfo P. Carranza, mirando esos inspirados dibujos.


El viejo hospital, hoy Centro Cultural Municipal, es el segundo monumento de la ruta, y también está vinculado con la instalación del batallón en Tinogasta. “El profe” Luis Taborda, historiador y autor de varios libros sobre la nuestra región, comenta que duró poco como hospital militar -su primer destino- ya que los soldados se retiraron en 1899, apenas un año después de la inauguración. Nuevamente intervino la familia Orella, que compró el edificio y lo donó para crear el primer hospital público de la ciudad.
Comenzó a funcionar en 1914 hasta 1982, cuando la construcción de un nuevo edificio le permitió convertirse en centro cultural.
La Ruta del Adobe deja Tinogasta en dirección a Fiambalá. Son apenas 50 kilómetros en total, siguiendo el cauce de piedra de algunos ríos que buena parte del año no son más que hilos de aguas perdiéndose entre las rocas


La ruta sigue en El Puesto y La Falda, que “el profe” Taborda vincula históricamente: “El primer asentamiento de los pastores fue La Falda, hasta que el río fue desviado de su curso y la gente se trasladó a El Puesto, que originalmente era el puesto de pastoreo”.
Así, hoy la capilla de La Falda resiste sola al viento, un poco apartada de la ruta, y en medio de un campo desértico donde las ruinas de las demás casas fueron barridas hace tiempo. No se recuerda con exactitud su fecha de construcción, pero sí que es una de las primeras de toda la región en exhibir dos campanarios en la fachada.


En El Puesto, en cambio, se puede conocer la más linda de las capillas de la Ruta del Adobe. Se trata de un oratorio construido en 1740 por una familia local, con una técnica algo distinta a las demás construcciones de la ruta. En lugar de ladrillos, las paredes son de una sola pieza de adobe, como surgidas de la misma tierra arcillosa, mezclada con paja para darle cuerpo.
Como en las demás edificaciones, las vigas del techo son de algarrobo.


Taborda explica que son curvadas porque la técnica regional consistía en colocar las vigas en los ríos cuando la madera aún estaba verde, de modo que la fuerza misma de la corriente las fuera arqueando.


En Anillaco, el nuestro, la iglesia de Nuestra Señora del Rosario se levanta en un complejo en curso de refacción. La iglesia fue restaurada y tiene un curioso altar totalmente hecho en una sola pieza de adobe, reclinado hacia atrás para evitar que los objetos de culto caigan en caso de terremoto.


Diego de Almagro pasó por el lugar mucho antes de la fundación de la iglesia por parte de un encomendero en 1712. Hoy es la iglesia más antigua aún en pie en la provincia, declarada monumento histórico. Y el esplendor de Anillaco, aunque sólo sea un recuerdo de otras épocas, espera recuperar brillo con la restauración de un edificio para convertirlo en hotel, a las puertas mismas de la iglesia.
Se acerca el final de la Ruta del Adobe, en Fiambalá, pero antes se puede hacer un alto en el campo o rio de la Troya. En este lugar, un alambrado impide recorrer las ruinas de Watungasta, un poco tarde el cuidado, ya que hoy piezas de colección forman parte de los mejores museos del país y la mayoría pertenece a esta región, muchas veces avasallada por nuestra propia gente. Watungasta, ciudad indígena, la más importante de la zona, habitada hasta 1650 (llegó a tener más de 4000 habitantes antes de la llegada de los españoles). Era un centro alfarero importante, que exportaba su producción hasta territorios de los actuales Chile y Bolivia. Las guerras de colonización fueron tan sangrientas que el campo recibió su nombre actual de Troya para evocar el final trágico de la mítica ciudad homérica.


En Fiambalá, felizmente, la historia no es tan dramática. Allí, la Ruta del Adobe termina en la plaza de la iglesia de San Pedro. Y aunque Fiambalá es muy pequeña, su curioso plano se extiende en unos 10 km, con el templo en uno de los extremos. En el centro se siente que es una de esas localidades habituadas a ver pasar el mundo entero, recuerdo sentarme en las noches de verano en un banco de la plaza, cuando salía de trabajar y dejaba micrófonos y cámaras y admiraba la calidez de su gente y sobre todo con la tranquilidad con la que dejaban pasar las horas y de golpe… todos a sus casas, no quedaba nadie y en esos momentos me sentía dueño de esa bella plaza. Fiambalá es, sin dejar de ser al mismo tiempo un pueblito en cuyas calles nada altera la calma de las casas de adobe ni las pequeñas parcelas de viñedos protegidos por mamparas de caña.


Sin embargo, bajo su aparente letargo Fiambalá rivaliza con nosotros los Tinogasteños para recibir a los turistas que llegan a la región, sin embargo la ciudad de los vientos ya nos demostró por que es la vedette turística, no tan solo de nuestro departamento, si no de toda la Provincia, “LEJOS DE TODO PRONOSTICO” como dicen algunos colegas míos de acá. Las termas, o “termas” como les gusta decir a los fiambalenses, hacen una notable diferencia, pero también es el verdadero punto de partida para las expediciones de andinistas que buscan conquistar los seismiles, los volcanes más altos del mundo: entre ellos, los míticos Piscis y Ojos del Salado.
 

Si aun no nos visitaste, estas a tiempo, Tinogasta, Fiambalá y la ruta del adobe te están esperando.

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