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Adobe Extremo - Diario de Rodaje: día 7

Este día fue extraño, huidizo, difícil de seguirle el paso. Habrá sido, tal vez, porque nuestro pensamiento estaba allá, lejos, en el primer día que llegamos y asentamos los pies en este suelo de pretensiones escarlatas.
miércoles, 20 de julio de 2011 00:00
miércoles, 20 de julio de 2011 00:00

Partimos hacia El puesto para las tomas finales. Volvimos a ese recodo de pueblo donde todo se detiene y las hojas amarillas caen cadenciosamente bajo la luz del mediodía. Hicimos las tomas que quedaron del día anterior: con la grúa recogimos un paneo final y Pablo, el superhéroe de nuestra aventura, dio su último testimonial. Nos resultó casi imposible capturar tanta belleza e historia amontonada, tanta sencillez saturada en una imagen que nos espera hace siglos, perdida entre panes de adobe y álamos señoriales.
Después, nuestras miradas se perdieron en el verde áspero de unos olivares, donde Pablito caminó emulando a San Pedro, protector de las cosechas, dándole un final místico a las ficciones.

La vuelta a Fiambalá fue silenciosa. “Terminamos de filmar” nos decíamos y no lo podíamos creer. Llegamos a la hostería, nos sentamos, y mediando un café, comenzamos a sonreír. Fue quizá porque todos pensamos lo mismo. Recordamos la gente que nos apoyó en este proyecto, las experiencias que tuvimos, los lugares que conocimos, las palabras que quedarán para siempre en nuestra memoria. Nos sorprendimos a nosotros mismos al poder contemplar absortos las metas que uno puede alcanzar cuando hace algo que verdaderamente ama. Fuimos capaces de superar la puna y viento zonda, el frío hiriente de la noche y el sol profundo del día, la falta de combustible y las adversidades técnicas, pero nunca –nunca– dejamos de disfrutar los matices que esta paleta de colores infinitos y norteños nos ofrece. Nos descubrimos y encontramos una faceta más en nuestros compañeros, encontramos verdaderos amigos. Juntos nos reímos de nuestros tropiezos y locuras, festejamos desde el primer día cada toma como si fuese la última, nos maravillamos cada vez que veíamos el mismo paisaje (le encontrábamos otra forma, otro ángulo, otro aire).

Hoy podemos decir que conocimos la historia de barro de los pueblos tierra adentro, soñamos despiertos con los paisajes surrealistas de la cordillera, nos sentimos acogidos en un pueblo marrón, nos relajamos con el agua calentita de las termas y nos perdimos surfeando sobre alguna duna dorada de Tatón.
Cuando la tarde comienza a caer y el lucero –como en cuento zalazariano– le pone un ojo al horizonte, cargamos los bolsos y volvemos a la ciudad.

Todavía nos quedan mañanas ajetreadas, tardes frente a la pantalla, noches enteras de edición. Pero nuevamente vuelve esa sonrisa cómplice. Recordaremos, cuadro por cuadro, los rostros y paisajes compartidos, porque el recuerdo, mis amigos, para nosotros, es otro viaje.

Laura Aroca (Prensa de Adobe Extremo)

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