El sector agrícola y la industria viven momentos difíciles por los problemas que enfrentan cotidianamente y por las oscuras perspectivas que se vislumbran para el futuro. Para peor, en ambos solía descansar la esperanza de enfrentar al flagelo de la de-socupación y poder extirpar a cientos y cientos de familias de la pobreza y la marginación. El despertar olivícola, que se tradujo en miles y miles de hectáreas en el Valle Central y en parte del Oeste provincial, al parecer, le ha sonreído a emprendedores que colocan sus productos en diversas partes del orbe, pero no ha colmado las expectativas que existían en términos de disminuir la desocupación. Apenas ofrece la durísima alternativa de los llamados trabajadores “golondrinas”, una categoría que, por razones culturales, es muy difícil de imponer en una provincia donde el empleo público es una institución aparte.

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Más allá del escaso trabajo genuino que se ofrece desde la olivicultura, también es cierto que algunos cálculos no se han ajustado a la realidad. La producción que se estimó en la proyección temporal tuvo una diferencia abismal con la producción real, lo que hizo tambalear ecuaciones económicas que tenían que ver con las inversiones que se realizaron en la compra de terrenos, maquinarias, etc. La gran euforia y los anuncios de grandilocuencia, lamentablemente, un buen día se vinieron abajo y hoy se multiplican las voces de desencanto.

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Las inquietudes por la prórroga de la promoción industrial, que los catamarqueños disponen desde hace décadas, mantienen en vilo a las autoridades porque, a diferencia de años atrás, otros Estados argentinos (con Mendoza a la cabeza) quieren las mismas ventajas de exención impositiva. Más allá de que pueda conseguirse o no la continuidad, justo es decirlo, el proyecto industrializador de Catamarca puede considerarse como un verdadero fracaso. El símbolo viviente de lo que decimos es un parque industrial que agoniza sin demasiadas expectativas, mientras otras provincias pudieron crecer en forma vertiginosa.