Mucho se habla de la dependencia que existe con Buenos Aires. Es algo indiscutible, que nadie en sano juicio puede desconocer. Si decimos que más del 80% de los ingresos que circulan en Catamarca tiene origen nacional, lo decimos todo o gran parte. Que se trata de algo que ofende las bases del federalismo es otro tema que, con matices, afecta, desde hace décadas, al conjunto de las provincias. A unas menos que a otras, pero igualmente los 24 distritos se quejan y exponen sus razones para hacerlo. Sin entrar en discusiones bizantinas, Catamarca es una de las privilegiadas en materia de coparticipación porque recibe más que estados iguales o parecidos, como ser San Luis, La Pampa, La Rioja o Formosa. Por eso, de ninguna manera, le conviene que se revisen los porcentajes que, con picardía, se consiguieron en otras épocas.
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La novedad, quizá impelida por circunstancias políticas, la han trasladado al plano electoral. Se critica por ejemplo que dirigentes de la oposición, de distintos bandos, vayan a la Capital Federal a pedir instrucciones, a conseguir recursos o a discutir estrategias y candidaturas. El discurso puede ser estructurado en tono crítico, pero la verdad es que todos necesitan de la Nación y cualquier acción que signifique estar bien con el poder central sirve a la provincia. Aparte, no es algo nuevo y está lejos de ser enterrado como práctica.
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En épocas en que el peronismo lugareño gobernaba la provincia, con Hugo Mott (1973-1976) o Ramón Saadi (1983-1987 y 1988-1991), los radicales locales que hoy lanzan denuestos contra el peronismo, hacían lo mismo. Hasta por detalles aun más baldíos, viajaban a pedir instrucciones y recursos. Unos buscaban a la Coordinadora (Stubrin, Nosiglia, Changui Cáceres, Storani, etc); otros a los yrigoyenistas; los menos a algún ministro como Antonio Tróccoli y, todos juntos, se abrían camino hacia el líder, el extinto Raúl Alfonsín. Hoy las cosas no son diferentes y para analizar no se puede parcializar la historia. A menos que no se la conozca.