Una y otra vez hay que volver a hablar de los accidentes de tránsito. 2011 comenzó, en su primer mes, con más de una decena de muertes. El común de los ciudadanos, quizá tenga la sensación que todo está dicho y nada nuevo puede añadirse a este sino de tragedia. Sin embargo, la realidad indica que el debate no puede darse por concluido, más aún porque esa misma realidad muestra que nada se avanzó en remediar la custodia de la vida humana. Por el contrario, la situación empeora. El sólo dato de que los muertos de 2010 se acercaron al centenar permite confirmar la gravedad de esta virtual “pandemia”. Y 2011 comenzó peor, agravado por el boom del consumo: entre diciembre y enero se incorporaron a las calles de la ciudad más de 1.000 motos. Cualquiera puede tener la tentación, sin que esto signifique discriminación alguna, de decir “mil problemas más”.
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Los números reflejan con dramática claridad que, en materia de prevención y ordenamiento del tránsito, no sólo no se avanzó un centímetro, sino que hay un peligroso retroceso, expresado nada menos que en vidas humanas. El tema obliga a una profunda reflexión, porque en esta bendita tierra donde todo da lugar a polémicas y cualquier discusión genera divisiones, la necesidad de ordenar el tránsito, de salvar vidas, de protegernos, no encuentra oposición alguna y, sin embargo, no logra mejorarse.
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Nadie quiere más muertes en nuestras calles y rutas, y toda la comunidad está de acuerdo en que se debe trabajar para terminar con la cadena de desgracias. A pesar de ello, las muertes no se detienen, y cada vez son más. Algo está fallando. Algo se está haciendo mal. Algo debe cambiar. Aunque los catamarqueños suelan culpar por la mayoría de sus problemas a los gobernantes y al Estado, sin negar que tienen buena cuota de responsabilidad, un análisis serio debe comenzar por una fuerte autocrítica de nuestra sociedad. Por ello, porque resulta inconcebible su indiferencia ante tantas noticias que dan cuenta de accidentes, heridos y muertes, volveremos una y otra vez sobre el tema.