Desde la bancada periodística

De genocidios y holocaustos: memoria activa y no más omisiones

sábado, 2 de mayo de 2015 00:00
sábado, 2 de mayo de 2015 00:00

Por Miguel Julio
Rodríguez Villafañe (*)


El 24 de abril de este año se ha recordado, con dolor de humanidad herida, los 100 años del genocidio que sufrió el pueblo armenio en manos del partido nacionalista turco, conocido como el Comité de Unión y Progreso (CUP). La fecha del comienzo del genocidio se conmemora el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul. Desde 1915 hasta 1923, el gobierno turco en manos del referido partido, deportó forzosamente y exterminó aproximadamente un millón y medio de civiles armenios.
También, a principio del siglo XX, se había dado el genocidio de los pueblos Herero y Nama, que ocurrió en el África del Sudoeste alemán, (hoy en día Namibia), desde 1904 hasta 1907, durante la repartición de África. En este genocidio hubo campos de concentración, adonde eran trasladados los hereros y namaquas en camiones de transporte de ganado y donde los cuerpos de algunas de las víctimas fueron sometidos a disecciones y exanimaciones pseudocientíficas raciales. Fue un anticipo de los horrores que se vivieron a posterioridad. También los hechos atroces implicaron muertes por inanición, las tropas alemanas envenenaron los pozos de agua de dichas poblaciones africanas de pastores y se acorraló a los nativos en el desierto de Namibia. No se hizo distinción entre sexos ni edades. La orden era exterminarlos y murió casi el 70% de la población herero y el 50% de la población de los namaquas. El gobierno alemán, por dichos hechos, pidió disculpas, oficialmente, en el año 2004.
También, el 19 de abril de 1943, hace 72 años, comenzó el Levantamiento del Ghetto de Varsovia. Es la fecha elegida para recordar otro de los momentos oscuros de la historia del siglo pasado, esa larga noche en la que el hombre fue, a conciencia, otra vez, el monstruo del hombre. Personas que sufrían vejaciones, torturas y muerte, por el sólo hecho de haber nacido. Era un pueblo, el judío, la víctima directa del holocausto, perpetrado por el partido nazi. En esa ola irracional también sufrieron otros más, como los gitanos, los disidentes religiosos o políticos, los homosexuales, los discapacitados y tantos otros.

Omisiones injustificables

Ante estas masacres, que hieren la conciencia moral de la humanidad, cabe el repudio firme, pero también hay que preguntarse por las omisiones de tantos, ocurridas antes, durante y después de las atrocidades.
Cabe preguntarse, con independencia de las víctimas y los victimarios, ¿qué pasó con el resto de la sociedad? ¿Por qué no se pudo denunciar con fuerza, parar, morigerar o revertir lo que sucedía? ¿Dónde estaban las alarmas morales, necesarias, para que se reaccionara ante la indiferencia? La historia demuestra que hubo muchos que dieron la espalda al tema.
Hay que recordar que uno de los casos paradigmáticos de pecar por omisión, se dio en el año 1939. En esa ocasión, ni Cuba, ni Estados Unidos permitieron que 900 judíos pudieran refugiarse en dichos países, para huir de Alemania. Arribaron en el barco denominado “San Luis” y a ellos se les aplicó leyes de inmigración estrictas, en especial en Estados Unidos, por lo que no se los dejó bajar y se los obligó a regresar a Europa. Luego, muchos de quienes habían viajado, con esperanza, a América, fueron detenidos a su retorno y eliminados en campos de concentración nazis.
También hay que interrogarse ¿por qué, en su momento, no se bombardearon o sabotearon las vías férreas por las que los trenes conducían las remesas de personas judías a los campos de exterminio? ¿Acaso no se sabía que por ellas se llevaban a sufrimientos y muertes crueles a tantos, en una estrategia genocida? El sólo hecho de complicar los traslados podía permitir salvar vidas, demorar el horror y dar esperanzas de oportunidades de salvación o escape.
Lamentablemente, la historia demuestra que hubo y hay personas y pueblos olvidados, culpabilizados, perseguidos, marginados, heridos y eliminados. ¿Cuándo nos acordamos del pueblo africano y sus sufrimientos anteriores y actuales? Pueblos que fueron diezmados por los esclavistas y después, por guerras intestinas provocadas por una geopolítica instrumentada, desde los países colonizadores, en base sólo a sus intereses económicos y políticos.

Valores a defender

La sociedad debe reafirmar su coherencia con los valores esenciales que la nutren y la justifican. No se pueden volver relativos o perecederos conceptos fundamentales, como el respeto a la vida, a la libertad, a la dignidad de la persona, a la igualdad y equidad, a la no discriminación, a la justicia social y a la vigencia integral de los derechos humanos. La corrupción social empieza por relativizarlos, para luego, anularlos por indiferencia. Es intolerable que se niegue o infravalore lo sucedido en los Genocidios y en el Holocausto, porque ello sería un nuevo agravio a los que sufrieron el horror. En el tema, no cabe reiterar omisiones, se debe tener una memoria activa, para sembrar esperanza de que no se vuelvan a repetir las muertes injustas y degradantes y menos, que se las quiera disfrazar, ahora, en el edulcorado concepto de “efectos colaterales” de supuestas guerras, que se plantean como necesarias.

                      (*) Abogado y periodista
                     Especial para El Esquiú.com

Antes de los nazis

El genocidio armenio, también llamado holocausto armenio, fue la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles armenios, calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas, por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano, desde 1915 hasta 1923, en plena Primera Guerra Mundial. Mucho antes de la matanza nazi contra los judíos, se convirtió en uno de los episodios más horrorosos de la historia moderna, por la brutalidad de las masacres y la aplicación de una política sistemática de eliminación, también dirigida contra otros grupos étnicos, minorías religiosas y sexuales. Una de las características de la erradicación de armenios de Turquía, es que se aplicaban deportaciones con marchas forzadas en las cuales las víctimas morían de hambre y de sed, mientras que los sobrevivientes eran robados y violados por policías, bandas de asesinos y delincuentes. La República de Turquía, sucesora del Imperio Otomano, sigue negando la perpetración de un genocidio.

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