33 de mano

miércoles, 13 de marzo de 2019 00:00
miércoles, 13 de marzo de 2019 00:00

Alguien está haciendo negocio. Un sucio negocio en el que se gana mucho dinero a costa de poner diariamente la vida de chicos y jóvenes en peligro. Lo que estamos acostumbrados a ver a través de la televisión y nos duele, nos interpela y nos escandaliza en las porteñas Villa 31(en Retiro cerca de Recoleta), Villa 21-24 (Barracas) o Villa 1-11-14 (Bajo Flores), donde la miseria se regodea y se transforma en un ring natural para que los políticos se peleen y muestren sus miserables apetencias a lo largo de décadas, usando a los pobres y prometiendo lo que nunca van a cumplir,  está a más de mil kilómetros de distancia. Aquí, entre nosotros, salvando todas y cada una de las diferencias,  ese rostro de la pobreza, de la marginación, de las adicciones y del sálvese quien pueda, está a 15 minutos de Casa de Gobierno, del Obispado, de la Legislatura provincial, del Concejo Deliberante capitalino, del palacio de Justicia,  y a 10 minutos de la Municipalidad de la Capital. Cerquita, ahí nomás. Todo a mano. Pero tan lejos a la vez. Sin embargo, son pocos los que miran y se preocupan por ellos. Y son muchos los que miran sin ver, conocen la situación y ponen cara de memo…a lgo que a ciertos fallidos proyectos de políticos les queda tan bien. Estuvimos hace una semana en el “Hogar de Cristo”, esa magnífica obra solidaria cuyo camino trazó y enseñó el fallecido cura Raúl Contreras. Para llegar a esa casa, donde un grupo de voluntarios –mujeres en su gran mayoría- lucha día a día para sacar a los chicos del alcohol y la droga y para devolverles la dignidad a muchas familias  sumidas en la peor de las ofensas: el olvido y la discriminación, hay que recorrer varias calles hasta llegar a la plaza del barrio Santa Marta, allá en el sur de San Fernando del Valle de Catamarca. La desigual batalla que se libra desde años inmemoriales y en la que siempre terminan perdiendo los pobres. Algunas cosas se lograron. Muy pocas para tantas necesidades. Al margen del pavimento, cloacas, agua, luz y otros servicios, falta lo elemental: dignificar la vida de la gente y protegerla de los malparidos que inundan de drogas y alcohol la zona. Así en el sur como en el norte.

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Una de las voluntarias del “Hogar de Cristo”, nos dejó, con marcado énfasis, algunas frases para tener en cuenta: “esto es otra ciudad”, “lo que pasa aquí es algo terrible”, “aquí se ha naturalizado el andar de la droga por todos lados”, “este sector está expulsado del cotidiano”, “cuando vienen chicos del centro, los de aquí tienen la mirada baja, se sienten como apocados”. En otras palabras: aquella gente del sur está pidiendo socorro. Y cuando se lanza un SOS es porque el peligro acecha. Y los enemigos abundan: alcohol, droga, pobreza, abandono, marginación, falta de trabajo. Todo lo comienza a padecer un chico de entre 10 y 12 años, algunos de ellos ya sabe lo que es llevarse una cerveza a la boca o inhalar pegamento. Alguien está haciendo un sucio negocio y ganando mucha plata allá en el sur. Nos contaban que entre los policías de una comisaría de la zona están los buenos y también  “los otros”. Están los que golpean en el calabozo a chicos intoxicados –patadas incluidas, según cuentan las propias víctimas-por la droga, y los que se preocupan por derivarlos a un centro de atención. No olvidemos: las páginas de este diario dieron cuenta en más de una oportunidad que, allá en el sur, hay niños que escarban en la basura en busca de comida. Es decir: comen basura. A solamente 15 minutos de la plaza principal de nuestra Capital. Urgente: hay que acercar la escuela a tantos niños que la abandonaron. Ha muerto el guía protector y hacen falta cientos de padres Raúl. Hace falta un ejército de buenos concejales, diputados y funcionarios allá en el sur. De algo estamos seguros: en este año de elecciones van a volver por el Santa Marta y los barrios vecinos. Y van a prometer de todo. Casi todas mentiras: después, el que pierde no vuelve porque perdió; el que gana ya logró su objetivo y empieza a disfrutar de su jugoso salario. Total, el pobre puede esperar. Hay un mensaje poco difundido: aquellos hermanos de sur tienen “derecho a la ciudad”, a la misma ciudad de los que estudian, trabajan y cuentan con todos los elementales servicios, seguridad incluida. Alguna vez, un conocido economista dijo en un programa de televisión: “Cuesta caro ser pobre en la Argentina”. Señor economista: en Catamarca es más caro aún. Se corre el riesgo de pagarlo con la vida. Venga al Santa Marta y, como dice la zamba, “verá que yo no le miento”.
 

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