Desde la bancada periodística
San Lorenzo: “una sombra ya pronto serás”
El último domingo, en tierras cordobesas, San Lorenzo de Alem se despidió del Federal “A”, la tercera categoría del fútbol argentino.
El reparto de puntos ante Sportivo Belgrano, de San Francisco, sirvió únicamente a las estadísticas. Una semana antes, al empatar con Racing de Nueva Italia (Córdoba), quedó sellado el castigo final.
Esta vez no hubo árbitros vendidos, lágrimas o lamentos quejumbrosos. En silencio se aceptó un descenso que ya habíamos vivido con Unión Aconquija en 2018 y Villa Cubas en 2017, aunque en este último caso se trató de una categoría distinta.
Si a esto le sumamos que otro representante catamarqueño, Atlético Policial, evitó el descenso en las últimas fechas de un torneo –Federal “B”- que ya no existe más, concluimos que el fracaso del fútbol catamarqueño es estrepitoso.
Agregamos a la lista al representante chacarero, Defensores de Esquiú, el único que ganó algo. Se adjudicó un Federal “C”, lo que le permitió participar, con suerte dispar, en la categoría inmediatamente superior. Allí compartió, sin ningún suceso, buenas y malas, pero con el descenso soplándole la nuca.
Más grave que el descenso
Los distintos representantes locales del más popular de los deportes, en estos años, no solamente defeccionaron en los campos de juego. También lo hicieron en cuestiones institucionales y, en este punto, hay que achacarle responsabilidades a las políticas deportivas que se aplicaron e importaron al Estado suculentas pérdidas de dinero.
En casi todos los casos, los clubes nombrados precedentemente optaron por armar sus planteles con mayoría de valores foráneos, lo mismo que los equipos de conducción técnica. Ello fue posible por los aportes del gobierno, en el que influyeron dirigentes de alto rango que actúan en los clubes como una forma de hacer política.
Un caso paradigmático fue Unión Aconquija, una humilde institución del interior que no tenía ni una cancha con capacidad de albergar público y, sin embargo, realizó gastos desmesurados (algunos de ellos, se dice, producto de malversaciones públicas) por la acción directa de su entonces presidente, el exvicegobernador de la provincia, Octavio Gutiérrez.
Es cierto que, al menos en dos oportunidades, arañó el ascenso al Nacional “B” y llegó a emocionar a los catamarqueños. No es menos cierto que, después del descenso, cayó en bancarrota y hoy soporta problemas institucionales gravísimos. Algo parecido, pero en menor medida, ocurrió con clubes de gran popularidad como Villa Cubas y Policial. Quedar fundidos y sin posibilidades de lograr equilibrio económico, al fin y al cabo, es más doloroso que dejar de participar en los certámenes que organiza la AFA.
Salvo que ocurra un milagro, el mismo fenómeno se repetirá con San Lorenzo de Alem. En poco tiempo más, el descenso formará parte de un triste recuerdo. La realidad institucional, en cambio, resultará mucho más dolorosa que el fracaso deportivo.
La hora de la reflexión
La expresión “el que no sabe dónde va, no sabe dónde termina” podría aplicarse, perfectamente, a los clubes catamarqueños que han tomado parte en los últimos 10 años de las competencias afistas.
Es que, sobre el final de cada una de ellas, se consideró como un triunfo permanecer en la categoría, cuando todos hablaban en el arranque de la posibilidad de ganar un lugar en el fútbol grande, como ha ocurrido, aunque sea por una vez, con la gran mayoría de las provincias argentinas.
Más o menos como consolarse porque “perdimos 3 a 0, pero vamos mejorando, el anterior perdimos 5 a 0”.
Tal vez por estas incongruencias de no saber hacia dónde vamos, el reciente descenso de San Lorenzo debería servir para una reflexión seria y orientada a un alto objetivo, el que se logra únicamente con tiempo y planificación. Eso de traer quince profesionales de otros lados y un técnico allende las fronteras catamarqueñas para que arme un rompecabezas no sirve de nada y el gobierno (¡imaginen hasta donde llegamos: el gobierno tiene que decidir por los clubes!), en lugar de colaborar, no debiera ser cómplice.
Si ha quedado comprobado que gastar (¿o malgastar?) el dinero en estas aventuras no tiene, fácticamente, ningún sentido, lo comprensible sería emplear ese mismo dinero, en menos o en más, a desarrollar las divisiones inferiores.
Allí si se pueden echar las bases para un futuro distinto. Esos son los cimientos que sostendrán ladrillos bien amalgamados por el cemento.
Con el dinero que se gasta año a año en los torneos de AFA, que nadie tenga dudas, se lograrían cosas fabulosas. Por ejemplo, que todos los niños entre 7 y 14 años trabajen en escuelas de fútbol, que participen de torneos que comiencen en marzo y terminen en diciembre y que los padres acompañen el proceso. De paso, a muchos niños y adolescentes se los alejará de los vicios que destruyen el alma y el cuerpo.
A la vuelta de los años, con un giro de 180 grados, descontamos que el fútbol de Catamarca cambiará radicalmente su triste presente. Ya no habrá que salir a buscar todos los refuerzos y los equipos que participen de las competencias de la AFA serán auténticamente nuestros. Hasta surgiría la necesidad de utilizar el estadio Bicentenario, el monstruo de cemento que no le sirve a nadie. ¿Para qué reabrirlo si nadie va a la cancha? ¿O acaso San Lorenzo de Alem no tuvo que bajar el precio de las entradas, fijar gratuidad para las mujeres o habilitar dos ingresos con un solo boleto? Así y todo, en ninguna de sus batallas, logró llenar una de las cuatro tribunas de la Liga Catamarqueña.
Hace una semana, los diarios de Catamarca lamentaban los paupérrimos resultados de San Lorenzo –en la llamada reválida jugó ocho partidos y logró tres puntos, producto de otros tantos empates y cinco derrotas- y presentaban en perspectiva un cuadro dramático para el futuro.
Estamos convencidos, honestamente, que las cosas serán al revés si las autoridades del fútbol y el gobierno de la provincia se ponen de acuerdo en lo que significa la verdadera promoción del deporte, el fútbol en este caso.
Ojalá este artículo, que no es deportivo sino político, sea leído con atención por nuestra gobernadora. Detrás de él existen réditos impensados.
El Esquiú