En las últimas elecciones, la UCR perdió a nivel provincial con el peronismo por unos 60.000 votos. En la Capital, su bastión electoral, por cerca de 19.000. Esos resultados no son casuales. Son consecuencia del estado de dispersión, de la falta de trabajo político, de la inmovilidad partidaria y del nulo contacto con la gente. Ni que decir con los afiliados, que trinan sus propias frustraciones contra una dirigencia que, directamente, ha perdido el rumbo. Sin embargo, hay quienes creen que con denuncias delirantes pueden cambiar esta triste realidad. Allí está el caso del joven diputado Puente que, a días de asumir, pretende que no elijan a nadie en el directorio del Banco Nación antes que lo hagan con un catamarqueño perteneciente a filas rivales. Con semejante postura, honestamente, no creemos que vaya a aumentar votos a la UCR. Lo más probable es que siga perdiendo adhesiones y no hay miras de recuperarlas.
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Lo más gracioso del planteo del ignoto legislador es que tirios y troyanos, sin excepciones, cuando asumen posiciones públicas dicen defender los más altos intereses catamarqueños. ¿Cómo explicar este ridículo de ir a denunciar al presidente de la Nación por haber nombrado a un hijo de esta tierra? Por suerte, la impugnación ni siquiera será tenida en cuenta e irá a parar a algún basurero. Pero el tema no debería terminar allí. La Cámara de Diputados de Catamarca debería propugnar un voto de repudio contra un miembro que, explícitamente, apuesta contra la provincia y el pensamiento de la mayoría de sus votantes.
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También el tema debería servir para que la UCR revise sus posiciones políticas. El castillismo, al cual pertenece Puente, considera que la única forma de abrazar el poder es a través del escándalo, como ocurriera en 1991 cuando sus principales figuras se colgaron del cajón de María Soledad. Aquello fue coyuntura irrepetible. Un buen consejo, entonces, sería que los dirigentes trabajen a la par de la gente. Caso contrario serán “puenteados” por la misma gente.
El Esquiú.com