Desde la bancada periodística

UCR: posiblemente, “lo peor no haya llegado”

sábado, 25 de enero de 2020 00:35
sábado, 25 de enero de 2020 00:35

Independiente de las apariciones públicas de representantes radicales en la Casa de Gobierno, donde observaron preocupación por los trabajadores despedidos y se notificaron de temáticas que, desde febrero, se tratarán en sesiones extraordinarias de la Legislatura, la actualidad del radicalismo vernáculo dista de ser una expresión viva que genere expectativas en la gente.
La situación, es cierto, viene complicada desde hace años. Más precisamente desde 2011, cuando sorpresivamente perdió el gobierno que el peronismo ni soñaba ganar. Hasta el día de la fecha, los responsables de aquella inesperada caída jamás hicieron una autocrítica, materia que nadie se anima a abordar con crudeza y seriedad. Una mezcla de resignación e impotencia impide la mirada retrospectiva y, de esta manera, los errores se repiten con asombrosa frecuencia.


Las desavenencias, sin embargo, se intensificaron en los años 2018 y 2019, por lo que se puede asegurar en los albores de 2020 que la crisis ha avanzado hasta límites nunca sospechados y, si no se produce un giro de 180 horas, posiblemente, “lo peor esté por llegar”.


No buscamos ser apocalípticos, ni mucho menos. Solamente nos animamos a dar un pronóstico en base a secuencias fácticas que, con seriedad, ningún correligionario bien nacido se animaría a poner en dudas.

La magnitud de la caída
Si la derrota del 2015 fue golpe duro para el radicalismo, la de 2019 se asemejó a un mazazo en la nuca. La definición, desde los meses previos, se dibujaba en el aire, pero la magnitud de lo ocurrido no figuraba ni en los cálculos más pesimistas.
¿Alguien podía imaginar que el candidato a gobernador, el ascendente Roberto Gómez, iba a caer por más de 60.000 votos ante un Raúl Jalil que, en 2011 y 2015, solamente había superado por una luz de diferencia a rivales aparentemente más débiles como Luis Fadel y Raúl Giné?


¿Cómo podría explicarse la vieja guardia “rojiblanca” que en su reducto de mayor fortaleza, la Capital, el peronismo los haya pasado por encima poniendo una distancia cercana a los 20.000 votos y que un Saadi (Gustavo), nada menos, los haya derrotado, como ya lo había hecho en 2017 frente a Brizuela del Moral?


¿Ganar un solo circuito capitalino sobre un total de siete y hacerlo por cifras esmirriadas (en el 6, Aldo Cancino se impuso a Fernando Arias por exactamente 100 votos) puede caber en algún análisis cuando dos años antes la Capital había arrojado un virtual empate técnico?


¿Quedarse, luego de los reveses en feudos como Valle Viejo, Recreo, Paclín y Tapso (El Alto), sin ninguna intendencia en todo el Valle Central de Catamarca formó parte de algún cálculo previo?


¿Disputar ocho senadurías provinciales y perder las ocho no es indicador de empeoramiento y decadencia?
¿La diputación nacional por la minoría de Rubén Manzi, a un abismo de diferencia con Lucía Corpacci, podía festejarse como premio consuelo en medio de la catástrofe de octubre?


Todos estos “datitos sueltos”, al parecer, no han sido revisados por la conducción orgánica de la UCR y, de sobra, conocemos cómo funciona la historia. Si no corregimos los errores, es más que probable repetirlos. Ese, y no otro, es el diagnóstico para las elecciones de medio término de 2021. Lo afirmamos dos años antes.

Llamado tramposo
Antes que autocrítica y análisis, contrariando lecciones del manual político, la conducción extraviada y casi inexistente de Alejandro Páez hizo un llamado a la convención provincial para fines de 2019. Utilizó viejas y gastadas artimañas para engañar a sus propios afiliados. Esto es, convocó para llenar un requisito legal a sabiendas que, a vuelta de correo, salía la suspensión “por tiempo indeterminado”.


Ese tiempo indeterminado, claramente, tiene que ver con el momento que se llame a internas partidarias y estén dadas las condiciones para elegir una Junta Electoral propia que, como en 2018, termine definiendo cualquier disputa a favor de los que llevaron barranca abajo a la UCR.


Ahora bien. Si desde ahora mismo, a semanas de haber soportado la peor derrota de la historia en tiempos democráticos, los llamados orgánicos comenzaron con los manoseos, que los inorgánicos (Brizuela del Moral, Pernasetti, Guzmán, etc) no se quejen después de haber sido sorprendidos en su buena fe. Saben bien cómo viene la mano.
Frente a prácticas de mala fe, es inocencia pura oponer las de buena fe.


La interna partidaria, por tradición radical, tiene un valor adicional que está más allá de ejercer la conducción. Determina que el ganador digite los nombres de los futuros candidatos electivos.


Esto último fue lo que ocurrió en los dos años previos. “La interna que no fue” del 2 de junio de 2018 (la Junta Electoral “borró” a la lista opositora), determinó que las candidaturas de 2019 se las repartieran Juana Fernández, Páez y “Chichi” Sosa con Oscar Castillo actuando como “el tallador”. Los inorgánicos quedaron con las manos vacías y siguiendo las secuencias preelectorales por TV.


Alianza destrozada
Por si no alcanzaran los pesares por calle Chacabuco, aparte de las adversidades electorales, lo que desde 2015 fueron las alianzas “Cambiemos” y, más recientemente, “Juntos por el Cambio”, con la pérdida del trono nacional que ostentaba Mauricio Macri, han desaparecido.


La tríada UCR-Coalición Cívica-PRO, sin necesidad que haya comunicación oficial, no tiene existencia real. Mucho menos destino electoral. Cuando más, a los “cívicos” o los “macriboys” de estas tierras apenas les queda incorporarse a la UCR. En caso contrario tendrán que remar, en aguas demasiado pesadas, desde abajo.


Si hasta ahora, aunque sea a regañadientes, funcionaba la alianza se debía al soporte nacional que aportaba el PRO, nada desdeñable. Eran más de una decena de cargos nacionales dentro de la provincia o ayuda, total y absoluta, para las contiendas electorales, cuando no un “viajecito” de placer al exterior para algún encumbrado legislador acompañando a la comitiva presidencial.


Obviamente, son imágenes del pasado, por las cuales el radicalismo ya pagó con las bancas de Rubén Manzi (Coalición Cívica) en la Nación y Natalia Saseta (PRO) en la provincia. No dejó ningún saldo pendiente para el futuro. Con mayor razón teniendo que arreglar con las líneas internas que quedaron al margen del reparto de las prebendas electorales.


Tras la ruptura de hecho de la alianza, los objetivos de la UCR son apenas dos, ambos muy difíciles de sortear. Primero la interna partidaria, la que se desarrollará desde ahora hasta junio, cuando se cumple el mandato de Páez. Complementariamente la elección 2021 que, de antemano, estaría pérdida y tiene como premio consuelo la elección de al menos un senador nacional. 
En este punto surge la figura de Oscar Castillo, que piensa jubilarse en el cargo, y buscará ser el candidato. Claro que tendrá que buscar quien le junte los votos para aspirar al segundo puesto, el de la minoría. En 2015, otorgándole la candidatura a gobernador, lo tuvo como escudero a Brizuela del Moral. ¿Repetirá la estrategia ofreciéndole a éste último un tercer mandato consecutivo como diputado nacional? Difícil, pero posible. Claro que en ese caso, a diferencia de 2015, debería encabezar la boleta electoral el propio Castillo, un escollo en sí mismo.


El Esquiú.com
 

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