El asado no se mancha
Hace pocos días, el ex presidente Macri habló en un encuentro virtual organizado por una denominada Fundación Internacional para la Libertad. Allí sostuvo que los argentinos “se dejaron tentar por una propuesta que les decía vuelvan con nosotros que les damos asado gratis o les llenamos la heladera, y ahora en vez de llenarse la heladera muchos van a ver que la pierden”.
Quien desee escuchar la alocución completa, podrá advertir que no fue esa mención la única destinada a descalificar la gestión del Frente de Todos; lo que, ciertamente, no causa asombro.
Sí despierta interés el hecho de que una vez más Mauricio Macri culpa a los que no lo votaron. Esta vez, eligiendo dirigirse directamente a los más postergados, cuando los señaló como aquellos que esperaban recibir “asado gratis”. Nada distinto a lo que había comentado tres semanas antes en un zoom con la militancia de su partido, cuando soltó que “muchos se dieron cuenta que el asado no llegó”.
Se nota que aquello había sido recibido con beneplácito por sus seguidores, por lo que ahora lo usó en un ámbito internacional, siempre a sabiendas de que sus palabras tienen repercusión en nuestro medio.
Sin ánimo de discurrir acerca de la falsedad evidente de sus dichos, vale la pena detenerse en la figura que empleó para emitir una opinión política.
En lugar de interpelar a Cristina, a quien teme y no entiende, o a Alberto, a quien odia y envidia, con argumentos y no con consignas y frases hechas -como es costumbre en su magro idioma-, prefirió esta vez regañar y atacar a los compatriotas que apenas completan un plato de comida por día; a los últimos de la fila.
A los que quedaron a la intemperie cuando él dejó el gobierno y que, pandemia mediante, ya ni changas esporádicas consiguieron. A los que se vieron obligados a aferrarse a la asistencia, invadidos por el miedo a la enfermedad y por la certeza de estar cayendo a un umbral inimaginable de miseria.
A ese ‘otro’ que definitivamente no reconoce como hermano amonestó con su vileza clasista. Insultó, burlón, a los que solamente pedían volver a comer todos los días las cuatro comidas en una mesa familiar: extendido hábito popular hasta que Macri ingresó a la Casa Rosada. ¿Será que las sencillas ganas argentinas de compartir pan, carne y vino son un lujo impropio del plebeyo?
Mauricio Macri decide a conciencia agredir a los más débiles sin un mínimo indicio de compasión. Los desprecia en franca demostración de su ideología cargada de prejuicio, rabia e ignorancia. No quiere comprender que, con caer canchero a la cáfila que lo sigue en silencio obsecuente, ya no alcanza.
En sus erradas conjeturas, basadas en un irrevocable analfabetismo social exacerbado por fracaso y derrota, supone que los votantes del Frente de Todos merecen sus admoniciones, que están indefensos y nadie los representa.
Se equivoca: por un lado, hay un poder político en los despachos y en las calles que hace lo que hay que hacer; por el otro, el país entero ha repudiado, en estas horas, la irracionalidad de ese mismo odio de clase exhibido en las redes sociales -y quizás en el fallido homenaje en la cancha- por unos jugadores de rugby.
David Selser, ingeniero agrónomo y abogado.