33 de mano

Las cárceles esperan por los asesinos

martes, 25 de febrero de 2020 00:22
martes, 25 de febrero de 2020 00:22

Hace exactamente una semana el pedido de justicia se hizo escuchar en todo el territorio nacional al cumplirse un mes del crimen del joven Fernando Báez Sosa, ocurrido en la madrugada del 18 de enero en Villa Gesell. El multitudinario reclamo tenía la consigna “Basta de violencia” en la convocatoria propuesta por los padres del chico asesinado. Ahí nomás, el miércoles pasado, se conoció del asesinato del hijo de una dirigente del PJ en Santa Fe y se informó además sobre una cifra escalofriante: en un mes y medio de 2020, suman 40 los crímenes cometidos en la zona del Gran Rosario, muchos de ellos en el marco de algún ajuste de cuentas entre narcos. La madre de la víctima, Mónica Cabrera, dijo enterada del hecho: “Mi hijo no era un número, era una persona”. Algo anda mal en un país en el que, de manera recurrente y  especialmente  en las últimas décadas de su historia, su gente tiene que salir a la calle a pedir justicia. En un país en el cual parece haberse inspirado el notable Pablo Milanés para crear su vigente “La vida no vale nada”. La Argentina que más duele es la que venimos viendo desde hace muchos y largos años en la pantalla del televisor y en las páginas de los diarios: muertes y más muertes. Matan a niños y a ancianos. Matan a jóvenes y mujeres. Terminan con la vida de familias enteras. Y mueren miles y miles. Después, lo más curioso y repudiable: son contados con los dedos de la mano los casos que se conocen los culpables y que van a parar a la cárcel. Representan apenas un puñado los homicidios esclarecidos. Y las celdas de las cárceles siguen esperando por los asesinos porque la Justicia no llegó a alcanzarlos. No pudo o miró para otro lado. Resultado: más ciudadanos exigiendo justicia en calles ensangrentadas, aunque no se vea la sangre. Ni hablar de los otros crímenes: los que cometen los malos políticos cuando someten a los pobres a que se caguen de hambre.
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  Algo anda mal en un país sin justicia. Si la señora de ojos vendados que está en los tribunales actuara de manera justa, otra sería la historia. Si como escribió María Elena Walsh, “con la espada y la balanza a los justos humillados no les robes la esperanza, dales la razón y llora ¡porque ya es hora!”, se tendrían que construir  nuevas cárceles en la Argentina para encerrar a los políticos corruptos y malparidos. Y no nos vayamos lejos en el tiempo: basta y sobra como ejemplo lo que pasó entre nosotros en la última década (2009/2019). Sin embargo, como termina siempre la historia: aquí no ha pasado nada. Y siga, siga el baile. En un lugar de Catamarca, también en este verano, se está pidiendo justicia por el crimen del joven Agustín Rasguido, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado a fines de diciembre a pocos kilómetros de la localidad de Bañado de Ovanta, en el departamento Santa Rosa. Su madre, Verónica, dijo hace pocos días después de una nueva marcha por justicia: “Que la sociedad reflexione, están ocultando a un asesino”. Catamarca tiene muchas páginas negras en la historia de crímenes sin culpables. De asesinatos por los cuales nadie –o muy pocos- pide justicia. Recordemos el caso María Romina Farías Molina: la violaron y la mataron el 31 de enero de 2006. De familia pobre, tenía 13 años. El caso Claudio Soto Aguirre: el joven actor y director de teatro fue asesinado el 3 de noviembre de 2007 en inmediaciones –vaya paradoja- del Circuito de la Vida. El caso Carlos Eduardo Castillo: el conocido odontólogo fue muerto de una feroz golpiza el 21 de julio de 2006. Y así podríamos seguir recordando a tantos casos de crímenes que no conocen –y nos animamos a decir no conocerán- la justicia. Porque algo anda mal. Cuando Teresa Parodi recita: “De qué nos sirve la libertad, si no hay justicia María Pilar”, nos está diciendo que seamos libres para exigir justicia. A los gritos. Para que honremos la vida. Y para que vayan a las cárceles los asesinos y los corruptos.

Kelo Molas
 

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