33 de mano

Por llegar a viejo: la más dura dictadura

martes, 5 de mayo de 2020 00:54
martes, 5 de mayo de 2020 00:54

Que habrá un antes y un después en todos los órdenes de la vida cuando el coronavirus comience a ser historia (y ojalá sea lo antes posible), no cabe ninguna duda. También así será para nuestros viejos, con el amor y el respeto que nos merecen. En las últimas dos semanas, las imágenes televisivas de los noticieros porteños mostraban escenas dolorosas que desembocaban en un punto común: el de la bronca y la impotencia. Varios geriátricos eran clausurados por ser truchos. Por funcionar de manera clandestina. Digámoslo de la manera más cruel: por hacer un sucio negocio con nuestros mayores. Por ganar un asqueroso dinero poniendo en riesgo la vida de los abuelos. Un tal Ricardo Villani, dueño del geriátrico “Rayos de armonía”, de Avellaneda, Buenos Aires, daba cuenta de que informó -vía carta documento- a los familiares de los adultos que iba a cerrar y les pidió que “retiren a los abuelos antes del 15 de mayo”. Así de simple. Hablar de retirar a los abuelos como retirar una encomienda. Mientras tanto, se supo que los parientes no tenían conocimiento de ellos hace 40 días y que, en medio de la pandemia, no sabían a dónde trasladarlos. “Por llegar a viejo” es una canción que popularizó el Trío San Javier y dice con total crudeza: “Hay asilos que aunque tengan lujos no tendrán estrellas, donde dejan por olvido viejos que en casa molestan. Recordemos cada día que pasa que seremos viejos, sentados en un sillón por muy poco tiempo”. ¿Es posible admitir que durante 40 días los familiares no estén ni enterados de en qué situación se encontraban sus abuelos? ¿Se olvidaron del pobre viejo? El poeta les recordaría: “¡Qué pesar! La vida siempre se descubre casi en el final: pasamos una vez por ella sin volver jamás”.
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Como dice el genial Alberto Cortez, “la vejez es la más dura de las dictaduras, la grave ceremonia de clausura de lo que fue la juventud alguna vez. Es todo el equipaje de una vida dispuesto ante la puerta de salida, por la que no se puede ya volver”. ¿Era necesario padecer un estado de pandemia para acordarnos de nuestros mayores? ¿Es que acaso los depositamos en un geriátrico y creemos que cumplimos con ellos cada fin de mes cuando pagamos el servicio? Un servicio que, por otra parte, quedó demostrado -salvo escasas excepciones- es lamentable. Inhumano. La televisión nacional podría preocuparse un poco más seguido de denunciar la existencia de los geriátricos truchos donde nuestros mayores sufren el peor de los malos tratos, y no empecinarse en mostrar el lujo de dudosa procedencia de ciertos famosos. Fueron escenas desgarradoras ver cómo sacaban a nuestros mayores de instituciones que estaban funcionando de manera clandestina. Un negocio asqueroso que seguramente quedará en la nada en pocos días. Alguien con mucho dinero pondrá los roñosos billetes sobre la mesa y aquí no ha pasado nada. Nos preguntamos a esta altura de los acontecimientos, después de todo lo visto y oído: ¿a cuántos metieron presos por las muertes de los abuelos, producto de la irresponsabilidad? Seguramente a nadie, como suele ocurrir en este bendito país. ¿Y los funcionarios de los derechos humanos? ¿Qué hacen? Claro: están preocupados por los derechos humanos de los delincuentes. Se olvidaron de los viejos que nos dieron lo más preciado: la vida. Castigo a los culpables de olvidar a nuestros mayores. A todos. A los de ayer y a los de hoy. Que les caiga todo el peso de la ley. Para que recuperen la memoria y entiendan, como escribió Cortez, “que todos llevamos un viejo encima”.

Kelo Molas
 

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