Salud

¿El fanatismo es una patología?

Cuando la pasión sobrepasa los límites.
lunes, 1 de noviembre de 2010 00:00
lunes, 1 de noviembre de 2010 00:00

La pasión por un club, una idea o un grupo no siempre es sana. Muchas veces sobrepasa los límites e impulsa al sujeto a creer que el que piensa distinto “es el enemigo”. Un especialista explica por qué algunas personas aman hasta el extremo.

El fanatismo es una función derivada de un modo de procesamiento mental.

Desde el nacimiento y hasta la adquisición del lenguaje el procesamiento mental es predominantemente del cerebro derecho. La percepción es más global, lo que permite percibir el mundo integralmente para poder adaptarse a él. La maduración y la aparición de la supremacía izquierda del procesamiento permite el registro de categorías (opositivas) como arriba-abajo, negro-blanco, antes-después y, finalmente, el desarrollo del lenguaje.

Las diferentes formas de procesamiento, de acuerdo a su dominancia, conducen a variaciones en el cómo se ve o se siente el entorno y qué sensaciones se generan en el acto de aprehenderlo, que pueden ir desde las “vivencias oceánicas” hasta el “enclaustramiento” como categorías limitantes o extremas.

El psiquismo evoluciona desde el narcisismo, donde “uno es el mundo y el mundo es uno”, hasta que el simbolismo del lenguaje separa por siempre al hombre de su unión absoluta con las cosas.

En el caso del fanatismo se cristaliza una forma narcisista de vínculo con el objeto o la creencia. Es esa forma primaria que tiene el niño en su primera infancia de sentirse que todo le es propio, le pertenece o forma parte de él mismo. Sostenido a través del tiempo, esta particular relación con las personas, objetos, ideologías o idolatrías somete al sujeto a un grado extremo de esclavitud.

Se estabiliza un sistema de creencia absoluta que se define por una fórmula: “Estás conmigo o en contra mío”. Siempre es todo o nada, o es lo mejor o lo peor.

Cuando el objeto de la pasión es el fútbol, por ejemplo, si su equipo pierde es “el fin del mundo” y cualquiera que se interponga para lograr el objetivo de ganar es el enemigo. La idealización del objeto es tal, que hasta la vida o la integridad de otros puede peligrar porque, en sus valores, cualquier cuestión es menos importante que los colores del club.

Aunque la distancia entre unos y otros sea irrelevante, el narcisismo de las pequeñas diferencias impone la creencia de que existe una raza, una religión, un club, una clase social, una ideología política o un sistema de pensamiento que pueda ser superior a otros. Esto, en general, es fuente de agresiones, guerras o exterminios en masa. Los alemanes pensaban en una raza superior, el Proceso de Reorganización Nacional pensaba exterminar ideologías foráneas, en Oriente Medio bregan por una supremacía religiosa, y en África pequeñas tribus se matan entre sí por mínimos territorios.

En la infancia y en la adolescencia, momentos críticos en la integración al mundo, los fanatismos son productos de la primacía narcisista de esas etapas. En este particular y puntual período puede ayudar a la consolidación de creencia y valores. El niño o el adolescente necesita de una convicción pasional y contundente que le dé la sensación de pisar fuerte, gracias a este recurso.

Con la maduración y el crecimiento, la mayor culturización, se descubre el relativismo y se produce la mayor aceptación de lo diferente. Diferencia que sólo puede ser captada con un aparato mental (izquierdo) que dispone del instrumento idóneo para discriminarla y saborearla, el mágico don humano del lenguaje.

El fanatismo es siempre perjudicial, se empequeñece toda perspectiva; para sostenerlo se odia, se excluye o se daña al diferente.

Son proclives a ello los inmaduros pocos alcanzados por la cultura, no por la carencia de información sino de costumbres colectivas adquiridas en la interacción con el medio familiar o social. La educación, la información y la comunicación son los mecanismos de defensa contra el fanatismo.

A veces, uno suele pensar que puede haber un “fanatismo benéfico” por valores superiores de libertad, moral, bienestar colectivo o bien alguna actividad saludable como el deporte. Pero no hay que confundir, una cosa es el entusiasmo o el deseo comprometido con algo y otra muy diferente es el fundamentalismo fanático. Siempre implica de suyo la condena narcisista de pretender exterminar al diferente; siempre, inexorablemente, es una esclavitud que somete al sujeto a un camino sin opciones ni alternativas. Eso o la nada, la muerte o el abismo, es el dilema de fierro en el naufraga la vida del fanático.

Dr. Harry Campos Cervera
Miembro titular en función didáctica de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) e IPA International Psychoanalytical Association)
Psiquiatra UBA
Master en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro
 

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