A 120 años de la coronación de Nuestra Señora del Valle

sábado, 16 de abril de 2011 00:00
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El 8 de mayo de 1887, el arzobispo de Buenos Aires, Mons. Federico Aneiros, coronó la primera imagen americana: la de Nuestra Señora de Luján. Este acontecimiento generó en los fieles catamarqueños la idea de la Coronación de la Imagen de Nuestra Señora del Valle, que empezó a tomar forma en diciembre de 1887, cuando el Vicario José Facundo Segura reunió una asamblea de vecinos de nuestra ciudad para proyectar la celebración del segundo centenario de la jura a Nuestra Señora del Valle como su celestial patrona, y gestionar la coronación de su venerada imagen.
El 18 de diciembre de 1888 la Comisión Central, presidida por el Dr. Segundo Molas, pidió al vicario capitular de la diócesis de Salta, monseñor Pablo Padilla y Bárcena, que solicite al papa León XIII conceda “los honores de la Coronación” para la milagrosa Virgen. El 13 de marzo de 1889 Padilla y Bárcena dirigió la súplica al pontífice haciendo suyo el anhelo de los fieles catamarqueños y comisionó para ello a Fray Bernardino Orellana.
Orellana cumplió su cometido con éxito el 13 de octubre, cuando el Capítulo Vaticano decretó “que sea coronada con corona de oro” la sagrada imagen de María, llamada del Valle, patrona de la ciudad de Catamarca. El documento fue firmado el día 20 de ese mismo mes y se delegaba en Mons. Padilla la facultad de colocar la corona en la bendita Imagen.
Luego, el Padre Orellana contrató en París la confección de la corona en la afamada casa Poussielgue-Rusand. El costo de la joya fue de 21.500 francos, $4.250 pesos oro de esa época. Además, Orellana mandó acuñar 30.000 medallas, 25.000 estampas impresas en cartulina y 16.000 más pequeñas, con la efigie de la Virgen coronada. El pago de la corona y otros objetos fue posible gracias a la generosidad de un devoto tucumano, Juan Crisóstomo Méndez, cuya hija Merceditas fue resucitada por intercesión de la Virgen.
Luego de alguna postergación por diferentes motivos, la fecha para la ceremonia de coronación quedó fijada para el segundo domingo después de la Pascua de 1891, es decir, el 12 de abril. Ese día, una extraordinaria multitud de fieles y peregrinos de todo el país se congregó en las inmediaciones de la Iglesia Matriz. En su interior se encontraban el delegado pontificio Mons. Padilla y Bárcena, el arzobispo de Buenos Aires, Mons. León Federico Aneiros, el obispo de Córdoba Fray Reginaldo Toro y el obispo de Cuyo Mons. Wenceslao Achával, junto al Vicario Segura y el gobernador de la provincia, José Dulce.
Desde la Matriz la procesión se encaminó rumbo a La Alameda, encabezada por una banda de música y por las asociaciones y peregrinos; los colegios y las congregaciones religiosas. Luego la cruz procesional, el clero secular, párrocos y los dignatarios eclesiásticos. Más atrás el Padre Provincial de los franciscanos Fray Rosa Quiroga (representando al padre Orellana) portaba la corona, acompañado del vicario Segura y de otros sacerdotes. Marchaban luego, escoltando a la venerada Imagen, los canónigos y obispos. Nuestra Señora era llevada por sacerdotes, mientras los hombres iban encolumnados por las veredas. Detrás de la Virgen se ubicó el gobernador con la comitiva gubernamental, seguido de la guarnición militar, con su banda de música. También estaba el gobernador electo Gustavo Ferrary. Finalmente, con toda devoción, se encontraban las mujeres.
Las calles estaban adornadas con banderas, gallardetes, colgantes y veintiún arcos de triunfo. Desde las azoteas y balcones una lluvia de flores caía sobre el trono procesional. En la avenida norte de la Alameda habíase levantado el amplio escenario donde se efectuaría la ceremonia. Allí, estaba el altar y sobre él se erigió el pedestal-trono para la sagrada imagen.
Una vez concluida la procesión y colocada Nuestra Señora del Valle en el pedestal, se inició la misa pontifical celebrada por el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Aneiros. Finalizado el Santo Sacrificio, se cumplió el acto más esperado y emotivo: la solemne Coronación. Se leyeron los decretos del Capítulo Vaticano, de la institución de la festividad de nuestra Virgen y la concesión de indulgencias, el delegado apostólico Monseñor Padilla y Bárcena entonó el “Regina Coeli”, subiendo las gradas del altar, donde recibió el símbolo regio de manos de Fray Rosa Quiroga, a quien acompañaba el vicario Segura como padrino. Entonces el prelado colocó la áurea corona a la augusta Imagen.
Escribe Gerardo Pérez Fuentes, siguiendo al padre Luis Novoa, que el vicario Segura, con los ojos cubiertos de lágrimas, veía cumplido su ansiado sueño: el templo matriz concluido, coronada su Madre amantísima y, días después, inaugurado el Seminario Eclesiástico, al que el vicario consideraba “el monumento vivo, el perenne recordatorio” de las memorables fiestas de la Coronación. El acto final de esta histórica jornada fue el regreso triunfal de la Reina coronada hasta su Santuario, acompañada del fervor de 30.000 devotos.
 

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