Del Suncho a la Gloria

Se cumplen 130 años del fallecimiento de Fray Mamerto Esquiú.
jueves, 10 de enero de 2013 00:00
jueves, 10 de enero de 2013 00:00

El célebre franciscano catamarqueño murió el 10 de enero de 1883, en la humilde posta de El Suncho.
Nuestro diario lleva su nombre como una guía para nuestro derrotero periodístico, pues el ilustre fraile fue además de un santo varón, sacerdote y legislador provincial, un gran periodista.
Los datos históricos indican que aquel día realizaba un penoso viaje de regreso de La Rioja (que formaba parte también de la extensa diócesis de Córdoba que él gobernadora), en pésimas condiciones de salud, y debió detenerse varias veces porque se descompensaba, hasta que a las tres de la tarde falleció. Intentaron reanimarlo en vano. Fue sepultado y surgieron entonces dudas sobre la posibilidad de que lo hubieran envenenado, de modo que se decidió días después exhumar sus restos para analizarlos.
Inexplicablemente, en su cuerpo ya sin vida, se halló el corazón incorrupto, demoledor símbolo del carácter singular de la persona que había sido.
El corazón se conservó desde entonces. Mediante tratamientos químicos a base de parafina, se lo mantuvo en perfecto estado durante décadas.
Un extraño incidente en 1990 fue una señal de alerta que nadie observó. Y en enero de 2008, un desquiciado rompió el vidrio de la urna con una piedra y se llevó la reliquia del Convento de San Francisco.
El corazón de Esquiú jamás pudo ser recuperado. El muchacho que lo robó dijo que lo había arrojado a la basura, pero todas las búsquedas fueron vanas. Los expertos indicaron que el órgano tenía una suerte de coraza que lo hacía indestructible, pero a menos que el ladrón o alguien más lo mantenga oculto, la lógica indica que se perdió para siempre.
No tenía oro ni piedras preciosas, y económicamente era invaluable, pero espiritualmente se trataba de una reliquia única, que tomaría incluso otra dimensión en caso de que Esquiú fuera beatificado o canonizado.

Con el título de nota lo recordamos haciendo alusión a la hermosa canción que tiene la poesía de María Elena Barrionuevo y música de Carlos Bazán.

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