"Facundo y Eduardo: anden como es digno de la vocación que han recibido"

Anoche fueron ordenados dos nuevos sacerdotes.
viernes, 25 de octubre de 2013 00:00
viernes, 25 de octubre de 2013 00:00

Una jornada de júbilo vivió anoche la Iglesia de Catamarca, con la consagración de dos nuevos sacerdotes: Facundo Brizuela y Eduardo Navarro, quienes entregaron sus vidas al servicio de Dios y de sus hermanos, sumándose de esta manera a la labor pastoral del clero diocesano.
A los pies de la Madre Morena se congregó una gran cantidad de fieles, entre ellos compañeros diáconos y seminaristas, familiares y amigos de los flamantes presbíteros, particularmente de las parroquias Santa Rosa de Lima, en Capital, y San Juan Bautista, en la ciudad de Tinogasta, de cuyas comunidades son originarios.
La ceremonia se llevó a cabo en el Altar Mayor de la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes de Capital y del interior catamarqueño, como también de la Arquidiócesis de Tucumán, entre ellos el Rector del Seminario Mayor de Tucumán, Pbro. Amadeo Tonello, y otros formadores.
En el inicio de la celebración, el Pbro. Juan Orquera dio lectura al decreto de ordenación, dando paso a la proclamación de la Palabra. Luego fueron presentados los candidatos al Orden Sacerdotal por parte del Pbro. Julio Avalos, responsable de las vocaciones consagradas en la diócesis local.
 

“El sacerdote es el hombre que habla de Dios
a los hombres y a Dios de los hombres”

Durante su homilía, Mons. Urbanc explicó que “Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote. Los sacerdotes somos ministros suyos y hacemos posible, en la Santa Misa diaria, que la redención efectuada por Él en el Calvario, llegue a todo el mundo, hasta que el Señor vuelva en su gloria a recoger los frutos de su sacrificio. De allí que el sacerdote actúa ‘en persona de Cristo Cabeza’; y los poderes sacerdotales no son del sacerdote sino de Cristo, y los recibe no para sí mismo sino para la santificación de los fieles. Por eso el sacerdocio es llamado ‘Sacramento de servicio’: referido a Cristo y a los hombres”.
Luego dijo que “esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese automáticamente exento de todas las flaquezas humanas. El sacerdote sigue siendo hombre de carne y hueso y sufre, como todos, las tentaciones: afán de poder, de riquezas y de pasiones carnales, que también Cristo mismo aceptó sufrir en el desierto. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. En los Sacramentos esta garantía es absoluta de tal manera que ni el pecado del ministro merma el fruto de la gracia. Pero en otras áreas del trabajo sacerdotal, la condición humana del sacerdote puede dañar, y no pocas veces gravemente, la fecundidad apostólica de la Iglesia”. Y agregó que “el sacerdote es el hombre que habla de Dios a los hombres y a Dios de los hombres. Es puente entre Dios y los hombres. Es el que ora mucho por el pueblo”.
Por último, exhortó a Facundo y Eduardo a que “anden como es digno de la vocación que han recibido, conduciéndose con humildad y mansedumbre, siendo pacientes con todos y artífices de la paz. Pobres con Cristo pobre; castos con Cristo casto; obedientes al obispo y a la Iglesia como Cristo al Padre. Siempre dispuestos a ir a las periferias morales, culturales y existenciales, sin avergonzarse jamás de dar testimonio de Aquél que los ha llamado, hasta que lleguen a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, según la medida de la plenitud de Cristo Jesús”.

Rito de ordenación

Concluida la predicación, dio inicio el rito del Sacramento del Orden en que Eduardo y Facundo fueron interrogados por el Obispo acerca del grado de libertad, rectitud de intención y conciencia del paso que daban para toda la vida en el grado de presbíteros; y luego estrecharon las manos del Pastor Diocesano, prometiéndole obediencia y respeto.
Seguidamente, Eduardo y Facundo se postraron humildemente para pedir la protección de todos los santos. Concluido el canto de las Letanías, se realizó la imposición de las manos del Obispo y de todos los sacerdotes en señal de acogida en el colegio presbiteral.
El rito continuó con la unción de las manos con el santo crisma para significar que obrarán de hoy en más en la persona de Cristo, el Ungido por el Padre.
Los nuevos presbíteros fueron revestidos, sacerdotes y familiares colocaron a cada uno de ellos la estola según el modo presbiteral y la casulla, pasando desde ese instante a formar parte del clero.
El rito se completó con la entrega de la patena con el pan y el cáliz con el vino a los nuevos presbíteros y el saludo de éstos al presbiterio reunido en torno al altar.
La celebración eucarística siguió de acuerdo con lo establecido por la liturgia, y al momento de la Comunión, distribuyeron el pan eucarístico a la multitud de fieles, entre ellos sus familiares directos y amigos.
Terminada la Santa Misa, salieron en procesión hasta el atrio de la Catedral Basílica, donde recibieron muestras de afecto y de gratitud por su total entrega a Dios y la Iglesia.

Texto completo de la homilía

Queridos Hermanos:
Hoy la Iglesia diocesana de Catamarca goza porque Jesucristo le regala dos nuevos sacerdotes: Facundo Brizuela y Eduardo Navarro. Vaya, pues, mi gratitud a ustedes, queridos Eduardo y Facundo, como también a sus papás, mamás, hermanos y demás familiares aquí presentes. El Señor los recompense por este gesto de generosidad para con la Iglesia y su misión de Evangelizar.
Con nosotros están el Rector del Seminario Mayor de Tucumán, p. Amadeo Tonello, otros formadores, compañeros diáconos y seminaristas. Bienvenidos y gracias por acompañarnos en esta gracia y alegría diocesanas.
También destaco la presencia de miembros de las comunidades parroquiales, tanto de origen como de pastoral de los ordenandos.
Sobre todo, distingo y festejo la presencia numerosa del presbiterio y de los sacerdotes que tuvieron particular presencia en la vida cristiana y vocacional de Facundo y Eduardo.
Por tanto, invito a todos a que disfrutemos agradecidos de esta ordenación.
He considerado oportuno poder hacer una concisa catequesis acerca del Orden Sagrado, que les ayude a valorar este sacramento instituido por Jesucristo y así participen con mayor fruto de los sagrados ritos.
Sabemos que Nuestro Señor Jesucristo, desde el inicio de su ministerio público, anunció a sus Apóstoles el hecho de que los llamaba para un ministerio único, pues de pescadores de peces, los convertiría en "pescadores de hombres" (Mt 4,19; Lc 5,10). Es así que "llamó a los que Él quiso y vinieron donde Él. Instituyó doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14)… No obstante, será durante la Última Cena cuando les confiere el poder de convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, al decirles "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo; tomen y beban, ésta es mi Sangre… Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19-20). De la misma manera el poder de perdonar los pecados: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Jn 20,22-23).
Pero también les dio la misión de enseñar, de bautizar, de gobernar al pueblo cristiano cuando dijo: "A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a practicar todo lo que yo les he mandado" (Mt 28,18-20).
Estas tres acciones singularísimas confieren a los Apóstoles la plenitud del sacerdocio, que no quedó restringida a ellos, sino que debería extenderse y prolongarse hasta el fin del mundo y en todas las generaciones: "Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20).
Por eso los Apóstoles, después de haber orado y ayunado, impusieron las manos a otros elegidos, constituyéndolos como ministros de los sagrados misterios, sucesores apostólicos hasta nuestros días (Hch 6,6; 14,22; 1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6).
Los Apóstoles eran conscientes que fueron elegidos y destinados por Dios como "ministros de la nueva alianza" (2 Cor 3,6), "ministros de Dios" (2 Cor 6,4), "embajadores de Cristo" (2 Cor 5,20), "servidores y administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4,1).
El Catecismo de la Iglesia Católica define el Sacramento del Orden con las siguientes palabras: "El Orden es el Sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos, es pues el Sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado" (CCE 1536).
Este sacramento se confiere por la imposición de las manos del Obispo y la oración de consagración; por tanto, no se trata de una simple delegación o designación, sino de una verdadera consagración y participación en el sacerdocio eterno de Jesucristo, quien es "el único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2,5; Hb 10,5.14; 7,26-27).
Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote. Los sacerdotes somos ministros suyos y hacemos posible, en la Santa Misa diaria, que la redención efectuada por Él en el Calvario, llegue a todo el mundo, hasta que el Señor vuelva en su gloria a recoger los frutos de su sacrificio.
De allí que el sacerdote actúa "en persona de Cristo Cabeza"; y los poderes sacerdotales no son del sacerdote sino de Cristo, y los recibe no para sí mismo sino para la santificación de los fieles. Por eso el sacerdocio es llamado "Sacramento de servicio": referido a Cristo y a los hombres.
Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese automáticamente exento de todas las flaquezas humanas. El sacerdote sigue siendo hombre de carne y hueso y sufre, como todos, las tentaciones: afán de poder, de riquezas y de pasiones carnales, que también Cristo mismo aceptó sufrir en el desierto. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. En los Sacramentos esta garantía es absoluta de tal manera que ni el pecado del ministro merma el fruto de la gracia. Pero en otras áreas del trabajo sacerdotal, la condición humana del sacerdote puede dañar, y no pocas veces gravemente, la fecundidad apostólica de la Iglesia.
Por el bautismo todos estamos llamados a la santidad; sin embargo, el sacerdote debe con más razón ser santo. Ciertamente, numerosos sacerdotes han sido y son ejemplo de santidad en la Iglesia. A la vez se sabe, para desgracia de la gente, que hay sacerdotes que dejan mucho que desear… ¿En qué medida la comunidad eclesial pudo haber favorecido errores o pecados?... malas compañías, soledad, personas sin escrúpulos, incomprensiones, ataques de diversas clases, exigencias indebidas, etc., pueden orillar al sacerdote a cometer errores que luego son acerbamente criticados y ampliamente difundidos. A algunos medios de comunicación les encanta el escándalo, porque un sacerdote débil es siempre morbosa noticia, y del árbol caído es fácil hacer leña… Por tanto, si el sacerdote es el eje del apostolado, la comunidad debe acompañarlo, auxiliarlo y corregirlo si es necesario, pero no hundirlo con críticas estériles y comentarios despiadados.
El sacerdote es el hombre que habla de Dios a los hombres y a Dios de los hombres. Es puente entre Dios y los hombres. Es el que ora mucho por el pueblo.
El Sacramento del Orden Sagrado posee tres grados: el episcopado y presbiterado en orden al ministerio sacerdotal y el diaconado en orden al servicio de la caridad.
Lumen Gentium, 20 dice: "Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el ministerio de los obispos que, a través de una sucesión que se remonta al principio, son los transmisores de la semilla apostólica" y poseen "la plenitud del Sacramento del Orden para santificas, enseñar y guiar a todos los bautizados".
Pero como los obispos se vieron en la necesidad de ayuda en diversos niveles, ordenaron presbíteros y diáconos. Los presbíteros están unidos al orden episcopal y participan de la autoridad y poderes con los cuales Cristo construye, santifica y gobierna a su Iglesia. Aunque no tienen la plenitud del sacerdocio, están unidos al obispo y quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Así lo diré en la oración consecratoria: "De igual manera que diste a los Apóstoles de tu Hijo colaboradores subordinados, llenos de fe y sabiduría, para que los ayudases a predicar el Evangelio por todo el mundo, te pedimos Señor, que nos concedas también a nosotros esta misma ayuda que necesita tanto nuestra fragilidad"… Y también en el prefacio: "Porque Cristo no sólo comunica la dignidad del sacerdocio a todo el pueblo redimido, sino que con especial predilección y por la imposición de las manos, elige a algunos de entre los hermanos y los hace partícipes de su ministerio de salvación, a fin de que renueven, en su nombre, el sacrificio redentor, preparen a tus hijos el banquete pascual, fomenten la caridad en tu pueblo santo, lo alimenten con la Palabra, lo fortifiquen con los Sacramentos y consagrando su vida a Ti y a la salvación de sus hermanos, se esfuercen por reproducir en sí la imagen de Cristo y te den un constante testimonio de fidelidad y amor".
Y el tercer grado del Sacramento del Orden es el diaconado, que significa servidor. Fue instituido por los apóstoles para poder atender a pobres huérfanos y viudas, con estas palabras: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir las mesas. Por tanto, busquen a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y de sabiduría y los pondremos al frente de este cargo... y habiendo hecho oración, les impusieron las manos" (Hch 6,2-6).
El Diácono está especialmente vinculado al obispo en el servicio de la caridad. Por eso no ejerce el sacerdocio, sino que asiste al obispo en la celebración de los sagrados misterios, sobre todo en la eucaristía y en la distribución de la misma. Puede asistir al matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir exequias, bautizar.
Algo querría decir de lo que vendrá después de la homilía, ya que tendré un diálogo paterno filial con Eduardo y Facundo, interrogándolos acerca del grado de libertad, rectitud de intención y conciencia del paso que darán para toda la vida en el grado de presbíteros como colaboradores del obispo para apacentar el pueblo de Dios, que es guiado por el Espíritu Santo.
Otro momento importante será cuando estrechen mis manos con las suyas y prometan obediencia y respeto al obispo como al mismo Jesús.
Luego, por ser conscientes de su fragilidad, se postrarán humildemente para pedir la protección de todos los bienaventurados y así todos tendremos la hermosa vivencia de la comunión de los santos, nuestros amigos y modelos.
Concluido el canto de las Letanías, se acercarán y les impondré las manos, al igual que todos los sacerdotes en señal de que los acogen en el colegio presbiteral. Y de inmediato el Espíritu Santo los transformará en sacerdotes para siempre por medio de la oración de consagración. El rito continúa con la unción de las manos con el santo crisma para significar que obrarán de hoy en más ‘in persona Christi capitis’, el Ungido por el Padre. Finalmente, algunos hermanos de entre el pueblo fiel traerán las ofrendas para el sacrificio que un diácono recibirá y yo lo depositaré en sus manos para que hagan esto hasta el fin de su peregrinar por este mundo, ofreciendo la Eucaristía para la salvación del mundo, la conversión de los pecadores y la santificación de los hombres.
Por último, les suplico que anden como es digno de la vocación que han recibido, conduciéndose con humildad y mansedumbre, siendo pacientes con todos y artífices de la paz. Pobres con Cristo pobre; castos con Cristo casto; obedientes al obispo y a la Iglesia como Cristo al Padre. Siempre dispuestos a ir a las periferias morales, culturales y existenciales, sin avergonzarse jamás de dar testimonio de Aquél que los ha llamado, hasta que lleguen a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, según la medida de la plenitud de Cristo Jesús. Así serán de verdad ‘sal de la tierra y luz del mundo’ para que la gente viendo las buenas obras que hagan, glorifiquen al Padre del cielo y gocen un día de la felicidad eterna. Amén
¡Beato cura José Gabriel del Rosario Brochero, ruega por nosotros!
¡Nuestra Madre del Valle, ruega por nosotros!

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