Los medios de comunicación social rindieron su homenaje a la Virgen
En la primera jornada del Septenario en honor a la Virgen, rindieron su homenaje los medios estatales y privados y afines.
En la primera jornada del Septenario en honor a la Virgen del Valle, durante la misa de la 21, rindieron su homenaje los medios estatales y privados de Comunicación Social, Pastoral Diocesana de Comunicación y distribuidoras de revistas y canillitas.
La Sagrada Eucarística se inició con el ingreso en procesión de los integrantes de diarios impresos y digitales, radios y canales de TV, seguidos de los sacerdotes concelebrantes y el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, quien presidió la celebración.
Luego, tanto la guía de la Santa Misa, como las lecturas y el Salmo, y las plegarias de la Oración de los Fieles estuvieron a cargo de representantes de los distintos medios de comunicación. También en el momento del ofertorio, directores y personal de diarios, radios y canales de TV acercaron ofrendas particulares, el pan y el vino hasta el altar.
Mons. Urbanc centró su homilía en el tema de la primera jornada, que versó sobre La Resurrección del Señor, núcleo central de nuestra fe. “Se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Las lecturas que ha sido proclamadas para alimentar e iluminar nuestra vida cristiana son particularmente elocuentes. El saludo de Jesús es “la paz esté con ustedes”. Jesús no sólo habla de paz, muestra que está en paz: “les mostró sus manos y su costado”. El que estaba muerto ha resucitado, las heridas siguen pero no sangran, no duelen. Son su trofeo de la victoria, es el recuerdo de lo que pasó para salvarnos. Este encuentro con los discípulos fue muy hermoso. Jesús vuelve a ponerse en medio de ellos y les muestra que está perfectamente vivo. No fue un espejismo el de María Magdalena, no se equivocaron Pedro y Juan al ver y creer, era verdad, el Señor estaba vivo y ahora se encuentra en medio de ellos; también es verdad la experiencia de los discípulos de Emaús que lo reconocieron al partir el pan. La Palabra, que se hizo carne, habitó entre nosotros y se quedó como alimento, carga sus propias heridas, llenas de sentido, porque cada llaga es un canto de victoria, una prueba del triunfo del Dios hecho hombre para salvarnos. Ellos se llenan de alegría. La alegría se les vuelve plena, y saben ahora que ninguna tristeza, problema o situación dolorosa, se la podrá quitar. El que venció a la muerte está aquí presente, vivo, resucitado, triunfante, de pie en medio de ellos. ¿Qué más se puede esperar de la vida? El principal enemigo de todo ser viviente acaba de ser vencido.
El principal ministerio del creyente es el ministerio del perdón
El amor es expansivo, el amor es servicial. Por eso, Jesús, invitando a la paz, envía a sus discípulos, que hoy somos nosotros a la tarea más sagrada de la Iglesia: perdonar a los errados, perdonar a los que no saben lo que hacen. El principal ministerio de todo creyente es el ministerio del perdón. En la Iglesia lo ejercen, sacramentalmente, los presbíteros: son las personas destinadas para ejercer la misericordia del Padre con todos sus hijos arrepentidos. Pero de un modo vivencial, no por ello menos lleno de sentido, todos estamos llamados a ejercitar el perdón.
Jesús es un hombre libre de resentimientos, un hombre plenamente sano porque nada tenía que perdonarse a sí mismo, era imposible que Él se hiciera un reproche, o se echara la culpa de algo. Es el hombre sin pecado que, al no tener nada que perdonarse, tampoco puede odiar. Su mirada es pura y limpia, es una mirada que ve que los hombres no son malos, sólo que no aprendieron a ser buenos. El Maestro, que tiene la mirada limpia y el corazón puro, todo lo perdona, todo lo disculpa, todo lo redime.
La experiencia de Tomás
Tomás no estaba con ellos cuando llegó Jesús, nos dice la Palabra. Y cuando todos le cuentan la fabulosa experiencia de su encuentro con Jesús, duda de su comunidad. ¿Podríamos aplicarle el refrán que dice: el ladrón piensa que todos son de su condición? Tal vez. Lo más probable es que Tomás es un hombre negativo, algo pesimista, vencido por las circunstancias. Pareciera que no ha podido vencer la experiencia de la muerte de su Maestro. Tanto dolor lo ha desgarrado. Pareciera que su personalidad está dividida. Vuelve a la comunidad, pero vuelve a quejarse, vuelve a no creer, vuelve a dudar de sus compañeros. No puede dejar de creer en Jesús, pero la evidencia de su muerte lo aplasta y esto es tan fuerte que para creer necesita ver y tocar, lo que contradice al mismo acto de creer. Si se cree no se puede esperar evidencia, si se espera evidencia no se cree. Porque la fe es saber que existe aquello que no se ve. Tomás está encerrado en su dualidad, y con movimientos pendulares oscila entre la fe y la evidencia. El Señor vendrá a sacarlo de esa esquizofrenia.
Después de encontrarse con Jesús, Tomás recibe un llamado de atención: “en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Jesús no anda con medias tintas y exige a su discípulo que crea, que se juegue por sus convicciones. Como dice Ap 3, 15-16: “conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca”. Tomás responde: Señor mío y Dios mío. Amo y Creador de mi vida. Lo mismo que repite mucha gente en las celebraciones eucarísticas.
Cuando dice: ¡Felices los que creen sin haber visto!, nos invita a ser dichosos con la fe que hemos recibido, a estar llenos de paz, perdonándonos mutuamente e incluso a nosotros mismos. Nosotros somos esos a quienes Jesús llama felices.
Mantengamos nuestra fe bien en alto en un mundo donde muchos se consideran autónomos de Dios y lo eliminan de su vida, y otros vagan por allí buscando nuevas formas de fe religiosa o de superstición para vencer sus propios desánimos. Somos enviados por Jesús a ese mundo que va a contramano de Dios para ser testigos, desde la fe, de que Él está vivo, porque ha resucitado, porque ha destruido definitivamente el poder de la muerte y del pecado.
Fuente: Parte de prensa del Obispado