De Paderno del Grappa a Catamarca

Tras las huellas de las raíces

Informe: Adriana Romero.
domingo, 21 de octubre de 2018 00:00
domingo, 21 de octubre de 2018 00:00

Recientemente vio la luz el libro “Nonni  Lontani  di Paderno  a Catamarca”, nacida de la inquietud y la labor incansable de una mujer que ya partió de este mundo dejando su huella, plasmada en este tributo a tantos inmigrantes italianos de la Región de Treviso que poblaron la Catamarca de fines del siglo XIX y mitad del XX.

Esa mujer es Graciela María Colla de Barrionuevo, quien allá por el año 2009  describía: “Mi sueño es escribir un libro con estas historias en homenaje a nuestros ancestros y para que cada nieto o bisnieto sepa enorgullecerse del apellido que lo distingue y transmita a sus hijos y descendientes todas estas vivencias”. Este anhelo siguió su marcha gracias al aporte de gente que luego de su fallecimiento tomó la posta cristalizándolo en esta querida obra. 

Para bucear parte de esas historias de esfuerzo, sacrificio y tesón, dialogamos con Hugo Colla, su hermano; y Primitiva “Negrita” Abregú, su amiga con quien compartió esta idea, ambos convertidos en los custodios y herederos de este proyecto que llevaron a buen puerto. Páginas con relatos de italianos que un día dejaron la pequeña aldea de Paderno y, atravesando el inmenso océano, llegaron a este suelo para conformar una nueva comunidad, en una geografía que les recordaba sus montañas de origen.

Sentados en el living de la vivienda de los Colla, Hugo cuenta que el proyecto del libro siguió a otro, que fue el álbum familiar. “Ocurrió en una sobremesa, a pocos días que falleciera la única tía que nos quedaba de la línea Colla que había venido de Italia. Días antes le había regalado a Graciela una caja con fotos que había traído de Italia. De ahí salió el deseo de hacer un álbum con todas esas tomas de los abuelos, tíos y  otros familiares; y por parte de mi madre, mis abuelos eran fotógrafos, de la famosa casa de fotografía Mandatori, que estaba en Sarmiento y Chacabuco, imagínense la cantidad de fotos que había de toda la familia. Entonces decidimos hacer álbumes de las dos familias con sus respectivas fotos. Tenemos como nueve álbumes, cada uno fue aportando su granito de arena para tenerlos”.

Hugo Colla y “Negrita”  Abregú, continuadores de la obra de Graciela María.

“A partir de ahí nació la idea de ampliar la visión y homenajear a las 23 familias que vinieron de Paderno. Así comienza la historia de este libro”, comenta, apuntando que “el primer generador de esta inmigración en cadena  fue don Ángel Brunello y don Ángel Dalla Lasta, a partir de ellos, Graciela empieza a pedir información a Italia y acá. Ahí entra ‘Negrita’ cuando mi hermana la habla para que la acompañe en este proceso”.

Abregú describe que “el material que Graciela nos dejó era un rompecabezas. Lo que ella ha investigado estaba hecho de puño y letra, muchas cosas no habían sido pasadas a la computadora”, mientras Hugo agrega que “había anotaciones por todos lados, papel, cuaderno, hoja de carpeta; venían le daban un dato y después completaba y de todo eso hacía una historia, con fechas fehacientes, con cientos de fotocopias, cada dato de este libro está totalmente documentado”. 

La conexión con Marisa Bernardi, en Italia, fue clave porque le permitó obtener documentaciones que aquí les eran esquivos. 
Según su hermano,  esta inquietud despierta “en la década del ’80 y ella fallece en 2013. Lo que pasó es que nos llevó varios años armar los álbumes, porque tenía su comercio ‘Nonina’. Como costumbre italiana, los domingos nos juntábamos todos los hermanos, mi madre y mis tías. Ahí charlábamos y cada uno iba haciendo su aporte. Eso llevó como 10 ó 12 años, hasta que terminamos todo el acopio de fotografías”.

La tarea del libro era intensa, ‘Negrita’ afima que en una oportunidad enviaron notas escritas en italiano a unos 50 destinatarios en Italia.

“En 2001, 2003, se despacharon las correspondencias. Ella arranca con las familias paterna y materna: Colla y Mandatori. Y luego buscó abrirse y obtener información de la gente de allá. Y tuvo muchísimas respuestas. Comenzó a buscar información sobre el barco en que vino su padre, su tío, eso le abrió el mundo de la web. Luego de su fallecimiento no pudimos recuperar mucho material porque los correos electrónicos fueron clausurados. Pero hay escritos de ella de puño y letra del 2005”. 

En este punto, Hugo aporta que “en 2006 ella hace un parate porque fallece nuestra madre y su esposo, y no quería seguir”.
A pesar de ese tiempo durísimo, en 2009 expresa su sueño de escribir un libro con estas historias que va recogiendo. Así, “ella plasma lo que tenía, había hecho entrevistas grabadas, nos hemos enterado de situaciones tristísimas, la pérdida de materiales incendiados”, dicen.

Panorámica del Paderno del Grappa, Italia (arriba). En el centro, el padre de Hugo y Graciela en su infancia, con el resto de la familia (abajo).

El  libro contiene historias de 23 familias que vienen entre 1880 y 1950 de Paderno del Grappa, que Hugo describe como “un pueblito que lo voy a describir de una forma muy sencilla. La provincia se llama Treviso, la ciudad más importante  es Bassano y después está Paderno del Grappa, que sería como El Rodeo. Los gringos que vinieron en esos años se enamoraron del lugar, porque era muy parecido a su pueblo, pero en ese tiempo ir a El Rodeo era una hazaña y por el comercio se quedaron acá”.
Según los registros, “don Ángel Brunello, en el año 1887, ya está afincado en Catamarca. De los padernenses y de esta camada es el primero. Después lo ubicamos entre 1900, 1902 a don Ángel Dalla Lasta, y en 1902 está Francisco Brunello. Ese señor vive diez años en la Argentina, así que se calcula que vino antes y figura en la Sociedad Italiana como consejero cuando en 1901 se organiza esta entidad fundada en 1900”, apunta Abregú.

Para nuestros entrevistados, “la historia de los Canil es impresionante, Juan y su esposa viajan con los hijos, de los cuales, Juan Bautista, viene primero como un adelantado. En el caso de esta familia, son todos inmigrantes. Lo que nos llama la atención es la cantidad de chicos, de bebés que vienen, niños de 3, 4, 5, 8 años, y uno dice cómo se lanzaban en ese tiempo en un viaje de un mes. Hubo casos de mujeres que vinieron quizás por un tiempo equis de visita a verlo al hermano, al tío, y se quedaron porque no aguantaban el viaje de vuelta porque era espantoso”.

Muchas familias se instalaron en Valle Viejo, La Merced y Capital. “En La Merced están los Savio, que prácticamente crearon esa localidad, porque pusieron de todo y trabajaron desde el primer día que llegaron”, afirma.

Los italianos, como muchos otros inmigrantes, eran muy trabajadores y se dedicaron a los más variados rubros.

“Mis padres eran comerciantes, tenían una despensa en Rivadavia y San Martín, mis tíos tenían la panadería  Europea en la calle  República y 9 de Julio; el tío Luis, la confitería El Cóndor, al lado de donde era el bar Americano y ahora está una empresa de telefonía; el tío Arnaldo, donde hoy es la Sociedad Italiana frente a La Alameda, tenía el Ital Park, un recreo bailable, donde el sábado, las familias iban a divertirse, se sentaban, tomaban su cervecita, comían su picada y bailaban”, relata el descendiente de italianos.

También destaca que “la Mariano Moreno desde República hasta Esquiú fue abierta por mi tío cuando inauguran el Ital Park, porque no había calle”, y agrega que “después del Ital Park vino Tropicana, allí venían cantantes como Palito Ortega, Sergio Denis, y se hacían los famosos bailes del estudiante. Con los años cerraron Tropicana y la compra la Sociedad Italiana, que ya “existía desde 1900, para aglutinar a los italianos y ayudar a la gente a presentarse. Se inicia en calle Rivadavia, frente a lo que hoy es la galería Liberty, donde antes funcionaba el cine Yolanda, cuyas primeras proyecciones fueron en 1900 y algo, y arriba hacen el edificio de la Sociedad Italiana”.

 

Trabajar, una obligación

Colla reconoce que “los tiempos han cambiado, pero las historias de antes son muy lindas y apasionantes, inclusive hay algunas que hacen lagrimear por las cosas que pasaron. Sin embargo, llegaron, se arremangaron y comenzaron a trabajar, nunca les faltó el pan en la mesa. Para ellos, trabajar era una obligación, antes que derechos, ellos tenían obligaciones en este país. Armaban su pequeña empresita familiar, quizás en un terreno de 10x10 metros ponían una plantación y empezaban a vender, con lo que cobraban volvían a invertir, compraban otro terrenito y así iban ampliando su espacio”.

“Don Andreatta comenzó con un terreno pequeño y fue creciendo, hasta que compró en Siján y Mutquín, para el cultivo de la uva, y de allí salió la famosa bodega Andreatta. Porque no especularon con que les den las cosas sino que había que hacerlas. Trabajaban de lunes a lunes, no había descanso”.

“En general todos tienen su propia huerta, que la usan para consumo familiar y para la venta, cuando crecen y logran una mayor producción en esa pequeña parcela, venden a los vecinos. La mayoría tenía su pequeño comercio de varios rubros”.

Avenida y fábrica de fideos

El aporte de los italianos a la vida social, la agroganadería, el comercio, la gastronomía, el arte en sus variadas expresiones, ni qué hablar de la monumental obra del arquitecto Caravati, a la cultura en general, es enorme.  

Nuestros interlocutores manifiestan que la avenida Ocampo “era una senda, un camino de carreta, y don Juan Filippín empezó a ensancharlo hasta hacer una calle, y después colocando los árboles en otro lado, hizo una avenida y ahí instaló el famoso molino, que fue la primera fábrica de fideos La Primitiva. Después tuvo la fábrica de soda, él trajo la gaseosa bolita, que en vez de tener tapa tenía una bolita, que se la apretaba, se hundía y uno la tomaba. Creo que la trajeron de Tucumán y acá la distribuían. El fuerte de ellos era la fábrica de fideos”.

En la parte veterinaria, traen a la memoria a don Juan Bellón, “quien ha hecho cosas increíbles. Por ejemplo armó herraduras especiales para corregir el paso de caballos con patas malformadas de nacimiento. A causa de las guerras en 1914, 1918, los caballos eran el principal transporte en ese tiempo. Entonces estudia cómo solucionar el inconveniente de la malformación de los cascos de los caballos, e inventa una prótesis para las patas de los caballos y por ese estudio gana medalla de oro. Fue nombrado en varios países por las maravillas que hacía para corregir el paso de los caballos.  Don Juan Belllón viene de Italia con su hermano Juan Antonio y con posterioridad el padre y la madre. Su hijo también se llama Juan y sigue la misma profesión de su padre”.

La Vereda Alta

“En Piedra Blanca, estaba la famosa Vereda Alta de los Andreatta, un almacén de ramos generales. Esa casa tenía un patio enorme, en los años 1957 al ‘59, los gringos solían pasar el fin de semana allí porque hacían bailes, jugaban a las bochas y a las cartas; hacían sus tallarines y comidas típicas”, relata y señala: “Recuerdo ese patio enorme adonde con los años iban las compañías de las novelas radiales,  hacían publicidad por radio LW7 Catamarca para invitar a la gente. Iban y armaban el escenario, ponían sillas y la gente del lugar y de la ciudad tomaban su cervecita y veían la función, era pasar una noche distinta”.

Durante la charla mencionan a doña Teresa Zanandrea de Puglierini “era modista, tenía una academia de corte y confección, y se elaboraban grandes trajes de novia, los sombreros, casquetes, inclusive hacían desfiles”.  
“Don Murer era un carpintero, un ebanista de primera línea, lo mismo que don Carlitos Basso. Los bancos de madera tallados de San Francisco están hechos por él. Después, las escaleras, toda la madera trabajada en el Círculo Médico está trabajada por los gringos”, destacan, agregando que “los muebles de la despensa de mi padre fueron hechos por él, sabia trabajar en la carpintería Garriga, era uno de los mejores carpinteros que había en esa época. Las camas que teníamos cuando éramos chicos, el respaldar y la parte del pie era toda de madera trabajada por don Murer. Don Belicanta era un picapedrero de primer nivel”.

“Esta foto es la despedida de mi papá y de mi tío, con el tío mayor Santiago, cuando los fue a buscar para venirse a la Argentina. Es la despedida que se hacen sacándose una foto en la terraza de la casa. Está la nona, y atrás las tías”, Hugo Colla.

Abregú recuerda a “don Domingo Antonio Reginato, cuyas primeras referencias comerciales surgen del periódico El Debate, enero de 1909, con la publicación de un importante aviso de librería, papelería, imprenta y bazar de los hermanos Reginato. Ellos trabajan como imprenta, un taller completo de encuadernación para toda clase de libros. Hay infinidad de oficios y cuando uno entra a mirar minuciosamente no puede dejar de hacer referencia a los Savio. Magdalena Colla, que viene como sembradora, se casa con Pedro Savio Piva, para diferenciarlo de su primo Melchor Pedro Savio. Eran agricultores, sembraban maíz, cruzaban la cuesta de El Totoral para venderlo en Tucumán. El viaje duraba dos o tres días en carretas tiradas por bueyes o caballos”.

Al respecto, Hugo registra que “allá vendían el maíz, verduras y compraban azúcar para vender acá. A veces dormían bajo la carreta, en tiempo bueno, y cuando los sorprendía la lluvia se empantanaban, se quedaban dos o tres días hasta que se secaba el terreno, y a veces era una semana”.

“Cuando los Pedros se asocian, con el futo de su trabajo y sacrificio, compran lotes en La Merced y empiezan la construcción del almacén de ramos generales que subsiste hasta el día de hoy con una de las hijas. Tenían tienda, comestibles, licorería, carnicería y panadería, eran acopiadores de huevos que enviaban a Santa Fe, cueros vacunos y cabríos; una herrería, ellos mismos hacían sus herramientas  y enseñaban a los demás; ponen en funcionamiento el hotel El Totoral y siguen con las casas que han hecho. Colaboran en el trazado y la construcción del canal que nace en Paclín Viejo y rodea el pueblo con sus grifos en las esquinas y acequias para regadíos. No se puede creer el esfuerzo humano hecho para levantar ese pueblo”.

Retrato en plena juventud.

Orgullo

 “El que quiere la sangre, el que tiene amor hacia sus antecesores, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y sabe lo que han trabajado y lo que han hecho en mi provincia, siento un gran orgullo, tanto la línea italiana, como todas las colectividades que pusieron su granito de arena. Las que mayor porcentaje de inmigrantes trajeron fueron los italianos y los españoles”.

“Uno ve todos los días las obras que hizo Caravati, un arquitecto de primera línea, con los materiales que había en ese tiempo, en que no había las maquinarias de ahora, era todo pulmón, a mano, martillo y cincel. La misma Catedral, uno la ve y se pregunta cómo se hizo, esto es maravilloso”.

“El viejo reloj de  la Catedral  también fue donado por los italianos, que era con esa maquinarias grandes, ahora lo cambiaron por una maquinaria más chica y moderna. En el Museo de la Virgen está la maquinaria original de lo que era el reloj de la Catedral”.

 

Hugo 

“Era trabajar de lunes a lunes, no había descanso, era trabajar, trabajar y juntar lo que más se pueda para pagarse el pasaje de vuelta, por supuesto tercera categoría, no era de primera, y eran 30 días de viaje en barco, 30 días volver de nuevo , y después la travesía de Buenos Aires a Catamarca, que en ese tiempo se hacía en tren”.

“Mi papá comentaba que cundo ellos vienen de Buenos Aires a Catamarca había tramos que se bajaban y caminaban al lado del tren porque iban más rápido caminando, hacían 200, 300 metros y esperaban la máquina. Era impresionante, en ese tiempo los campos eran todos médanos, entonces cuando llegan acá se encuentran con la plaza, tres cuadras a la vuelta y punto, todo lo demás era campo”.

“Mi mamá contaba que ellos sabían vivir en la casa fotografía de Sarmiento y Chacabuco, y cuando ellos compran este terreno  en el año ‘49, eran fincas, la calle Rivadavia era una huella. Mi abuelo decía que era perderse en el monte  y ahora estamos a cinco cuadras del centro. Pero en ese tiempo era venir acá de paseo, en los famosos coches a caballo que paraban a la vuelta de la plaza, los famosos Mateo y decir vamos por la Rivadavia al fondo. Me imagino era todo una aventura”. 

 

De la prosperidad a la destrucción

La despensa de los Colla fue catalogada como una de las más prósperas de aquellos tiempos. Hugo refiere los orígenes de aquel gran emprendimiento familiar, que cayó en desgracia por un voraz incendio, indicando que “mi padre y mi tío ponen la Despensa Colla, una de las más grandes del norte argentino. Pero el 29 de enero de 1947, en pleno verano, se incendia, no queda nada. Fue uno de los siniestros más grandes que hubo en Catamarca. Como los elementos que tenían los bomberos de acá no alcanzaban, vinieron de Concepción de Tucumán, fueron a El Jumeal, cargaron agua y cuando bajaron ya no existía nada de lo que era esa esquina. Incluso largaron el agua desde La Alameda, abrieron los canales que existían para que corriera por la calle; la gente colaboraba con tarritos, pero qué se podía hacer con semejante fuego que había, por eso se destruyó todo”. 

“El jefe de policía quería dinamitar donde era el Cine Catamarca y donde era la radio LW 7 para que el fuego no se extienda en toda la cuadra, porque una semana antes habían llegado cinco vagones con mercadería inflamable, como aceite, manteca, alcohol, kerosene, que en ese tiempo se vendia suelto, cajas con pajas donde venían envueltas las botellas de champagne y de sidra”. 

“A causa del dolor por ese drama, fallece uno de mis tíos, Celestino, socio de mi papá y padre del ex diputado Carlos Colla. Pero antes de fallecer, en 1949 vuelven a inaugurar la despensa. Entonces, mi padre, con otro tío, haciendo ‘la sillita de oro’ lo levantan porque tenía cáncer a los huesos, lo bajan del departamento y lo llevan para que vea la nueva despensa, porque él había dicho:  ‘Volveremos a comenzar’”.

 

Cine móvil por los pueblos

En aquella época había proyecciones de películas en distintos lugares, donde no dejaban de registrarse anécdotas.

Sobre el particular, Hugo cuenta que “en esas reuniones en familia que hacían los Mandatori, tenían un furgoncito donde cargaban la máquina y pasaban cine en Tres Puentes, la otra semana se iban a La Merced, Capayán o Huillapima. En 1920, 1925,  eran películas mudas, y la misma gente de los pueblitos pedía que lleven música, entonces llevaban los discos en pasta y un tocadisco con los parlantes. Llegaban y en el patio de alguna casa  grande colocaban todo, proyectaban cine, después se armaba el baile durante toda la noche. Mi tío comentaba que eran las 8 de la mañana y la gente quería seguir. A veces eran las 10 de la mañana y la dueña de la casa empezaba a hacer el mate cocido, el pan casero, porque la fiesta seguía. Para ellos era todo un acontecimiento que un fin de semana en ese pueblito haya cine y música, porque sabían que a lo mejor recién dentro de dos meses volvían, ya que iban recorriendo pueblito por pueblito”.

“Recuerdo que contaba anécdotas increíbles, cuando se le rompía el auto y no podían llegar al pueblo, venían con caballos, las jardineras, los carros, cargaban la máquina proyectora, los discos de pasta, llegaban al pueblo, pasaban la noche, al otro día volvían a cargar todo, lo traían hasta el lugar donde había quedado el auto, mientras tanto habían buscado un mecánico para que lo arregle, se daban maña de alguna forma para no quedarse sin la diversión”.

“Negrita” apunta que “cuando habla de Bellavía, la actividad comienza a difundirse de la mano del prestigioso maestro Mario Zambonini y actuaba el joven Bellavía, y así comenzó una amistad entre maestro y alumno actuando juntos en las innumerables presentaciones que hacia 1913  en las funciones de cine mudo”. “Y la banda iba tocando de acuerdo a lo que se veía, si era alegre le daban con todo, si era triste, despacito, era la diversión de ese tiempo”.

 

Procesión y viento
Los viajes desde Europa tardaban 30 días en barco, pero empujados por la guerra y el deseo de hallar un lugar donde afincarse, asumían el desafío. Hugo tiene en su poder la libretita de su tía María Corina Colla, quien escribe su diario de viaje, “desde el momento que sale de la puerta de su casa de Bassano, dónde retira el pasaporte, hasta que toma el barco y todo lo que transcurre, el mal tiempo, las tormentas, hasta que llegan al puerto de Buenos Aires. También cuenta cómo llega a Catamarca en tren con cuatro horas de atraso”.
Algo llamativo es que “llega el 8 de diciembre de 1936, el día de la procesión de la Virgen, y se encuentra con un viento impresionante. Para ella fue un shock porque no estaba acostumbrada a tanta tierra, y menos ver la cantidad de gente en el centro de la plaza por la procesión de la Virgen”.


 

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