La visita de Esquiú a la villa de Tulumba

En esta entrega, el profesor Mario Vera nos relata el paso por tierras cordobesas del Venerable Fray Mamerto Esquiú.
domingo, 26 de agosto de 2018 00:00
domingo, 26 de agosto de 2018 00:00

Tulumba, región donde convergían los diaguitas, lules, comechingones y sanavirones; pueblo donde el silencio de las serranías es interrumpido por el solemne tañir de las campanas de la iglesia. Al lado del cristalino arroyo, una hilera de sauces dan sombra a los centenares de burros que comen apaciblemente.

Aún hoy se escucha el canto de los pájaros, el estridente canto de las chicharras y por sus calles cruzan presurosas las iguanas y las majadas de cabras. Los niños aún juntan tucos por las noches. En Tulumba tenemos la sensación de que el tiempo se detuvo. Al quedar alejada de ambas rutas, el pueblo mantiene inalterables sus costumbres ancestrales y sus habitantes, más que cordobeses, parecen santiagueños o catamarqueños por su parsimonia en el andar y en el hablar. 

 

El Camino Real cordobés

Mucho antes de la construcción de las rutas nacionales N° 9 y N° 60, la principal vía de comunicación entre la ciudad de Córdoba y el Noroeste Argentino era el Camino Real. El transporte de cargas en pesadas y lentas carretas y de pasajeros en ágiles diligencias se realizaba a través del sistema de postas: Caroya, Sinsacate, Barranca Yaco, Los Talas, Macha, Tulumba, Inti Huasi, Santa Cruz, San Pedro, Las Piedritas, San Francisco del Chañar, Pozo del Tigre. Si bien el obispo Esquiú ya disfrutó de las ventajas que ofrecía el ferrocarril, siempre viajaba en vagones de segunda clase porque “yo no puedo malgastar esta plata que es de los pobres”, decía. 

 

Tulumba, historia viva

Tulumba, nombre sanavirón por el repicar de los morteros comunitarios que los nativos construían en sus cerros. En 1637 fue entregada como merced a García de Vera Mujica y a su esposa Juana de Bustamante; en 1796 fue constituida como cabecera departamental; en 1803 el rey Carlos IV la titula “Real Villa del Valle de Tulumba” y desde 1980 es considerada “Villa histórica” por su aire colonial y su rico pasado. 

En este pintoresco pueblo, que fue cuna del soldado José Márquez, caído en la batalla de San Lorenzo combatiendo a los realistas bajo las órdenes del general José de San Martín, encontramos la casa del cura Hernán Benítez, gran orador, periodista, amigo y confesor de la señora Eva Perón y la casa de los Reynafé, los hombres fuertes de la política cordobesa, desde donde salió Santos Pérez para cometer el histórico asesinato en Barranca Yaco, matando al caudillo Facundo Quiroga. Uno de sus curas párroco, desde 1898 hasta 1908 fue el Pbro. Inocencio Dávila y Matos quien luego fue obispo de la Diócesis de Catamarca desde 1927 hasta su muerte, sucedida el 30 de abril de 1930. 

 

El obispo viajero

Durante sus dos años de apostolado al frente de la diócesis cordobesa, el Padre Esquiú predicó en casi todas las iglesias, capillas y oratorios de la provincia por medio de visitas pastorales dando, además, ejercicios espirituales. Centenares de hospitales, monasterios, cárceles, universidades y unidades educativas escucharon su encendida prédica y vieron su humilde presencia. 

En la mañana del lunes 13 de febrero de 1882 Esquiú partió muy temprano rumbo al pueblo de Tulumba; lo acompañaba su fiel secretario, el Pbro. Juan Carlos Borques, testigo y compañero de la mayoría de sus misiones y visitas pastorales por el interior cordobés. Desde la estación de la ciudad de Córdoba hicieron en tren el viaje hasta la estación de Deán Funes, contemplando el paisaje mientras la locomotora ascendía y bajaba por las típicas cumbres y sierras. 

Descendieron en Deán Funes donde todo el pueblo los esperaba ansioso; almorzaron y el obispo Esquiú no pudo partir hacia Tulumba inmediatamente concluido el almuerzo, como tenía previsto, debido a la multitud que lo saludaba y a las autoridades que se acercaban a conversar con el ilustre fraile. Ya casi al caer la tarde se pusieron en marcha en un coche de mensajería -una antigua galera de cuatro ruedas, con asientos a los lados- tirado por mulas en la que iba el señor obispo, monseñor de La Lastra, y otros dos sacerdotes.

Empezaron a recorrer un camino angosto, sinuoso y demasiado polvoriento rodeado de una agreste vegetación. Al lado del carruaje iban varios sacerdotes y laicos montados a caballos. Era tan grande el corazón de Esquiú que dispuso dos paradas durante ese viaje “para dar resuello a las mulas”. 

A un kilómetro del pueblo salieron a su encuentro más de 80 jinetes con el cura párroco Andrés García Balbuena a la cabeza, las autoridades y hombres destacados de Tulumba. Esquiú se bajó del carruaje y los bendijo. Al caer la noche ingresaron al poblado donde una muchedumbre los esperaba. El obispo celebró misa y se dirigió a los presentes. 

 

La tala de Tulumba

Al día siguiente, el obispo y el cura párroco buscaban un lugar espacioso y sombreado donde realizar las actividades de la misión, en aquellos días de intenso calor. Detrás de la vieja capilla funcionaba una carnicería y en un tala corpulento y añejo vieron que colgaban dos medias res para la venta. En pocas horas se trasladó el mostrador, los utensilios y la carne; se limpió el lugar, se cortaron los yuyos, se regó bien y se acondicionó una mesa, cubierta con un paño, que oficiaba de altar. La copa frondosa de aquel tala cobijó al Padre Esquiú durante los seis días que estuvo en el pueblo tulumbano; allí confeso, celebró misas y ceremonias de bautismos, comuniones y casamientos colectivos. Este tala aún está en pie y hoy podemos verlo erguido y lleno de vida al lado de la iglesia. También está en pie la casa en “las cuatro esquinas” de la Calle Real donde durmió el virtuoso obispo. 

Alrededor de 1700 se construye una capilla en honor a Nuestra Señora del Rosario. De esa vieja iglesia aún se conservan el enorme Cristo articulado de cuero, el estupendo tabernáculo -labrado en cedro- del altar mayor, copones de oro y crucifijos de plata de un valor enorme. Al estar muy deteriorada, ya sin poder repararla por su estado ruinoso, los pobladores solicitaron la construcción de un nuevo templo. El obispo Esquiú estudió y aprobó los planos presentados y realizó los trámites pertinentes. Él mismo quiso ir a colocar la piedra fundamental. 

Ese día llegó: fue el domingo 18 de febrero de 1882. Miles de personas desde todos los pueblos vecinos llegaron para ver y oír a su obispo. Centenares de carretas, caballos, mulas y burros estaban descansando y pastando en los alrededores. “Después que el suelo quedó despejado y limpio se señalaron los cimientos haciéndose unas excavaciones, y luego, se cavó un hoyo de bastante concavidad para la piedra fundamental en el cimiento frente al altar mayor, donde se plantó una alta cruz de madera.

El obispo Esquiú revestido de capa pluvial blanca y mitra se encaminó desde la antigua capilla rezando las antífonas, salmos y oraciones, según lo ordena el ritual, colocó y bendijo la piedra” (Borques, Juan Carlos. Reminiscencias de Fray M. Esquiú, Paraná, 1928, pag. 125). 

Fray Mamerto Esquiú, en la madrugada del lunes 19 de febrero de 1882, celebró misa y se despidió del pueblo de Tulumba haciendo un “llamado a la generosidad de todos para una obra tan piadosa como necesaria”. Hoy la iglesia de Tulumba está entre las iglesias más hermosas e imponentes del país y además tiene la gracia de haber sido bendecida por el virtuoso obispo nacido en Catamarca. 

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