Esquiú en Tierra Santa

El profesor Mario Daniel Vera nos brinda otro aporte sobre el Venerable Esquiú.
domingo, 5 de mayo de 2019 01:03
domingo, 5 de mayo de 2019 01:03

“Jamás ha habido en mí cosa que me deje un recuerdo más amado y profundo”, escribió Fray Mamerto Esquiú al revivir su estadía en Jerusalén, donde vivió un año y medio. En su Diario de Recuerdos y Memorias, el Padre Esquiú dedica más de trescientas páginas a sus días vividos en Tierra Santa. Origen de las tres principales religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islamismo, la ciudad de Jerusalén contiene centenares de monumentos donde el arte, la historia y religiosidad se palpitan a cada paso. 

 

Esquiú llega a la Ciudad Santa 

Será su hermano Odorico Antonio Esquiú quien le provea el dinero suficiente y necesario para su viaje y permanencia en Europa y Tierra Santa. El 4 de febrero de 1876 el Padre Esquiú salió de Catamarca y el 11 de marzo aborda el vapor Adela hasta Montevideo y desde allí se embarca para Europa en el vapor Savoia llegando el 25 de abril al puerto de Génova. Luego de permanecer varias semanas en Roma se embarca el 10 de junio desde el puerto de Nápoles. “Es la más hermosa bandera que hay sobre la tierra” dijo el Padre Esquiú en Alejandría de Egipto al ver por primera vez la bandera de Tierra Santa, blanca con una cruz roja en el interior. 

En aquella ciudad estuvo doce días y partió hacia Palestina en un vapor francés el día 24. El 26 de junio de 1876 llegó al puerto de Jaffa y a la tarde del mismo día partió hacia Jerusalén en un carricoche, junto con otras cuatro personas. Pararon un par de horas en Ramla y continuaron viaje hasta bien entrada la noche en que llegaron a las montañas de Judea. Esquiú tenía un fuerte dolor en su estómago producto de los violentos sacudones del vehículo que transitaba por sinuosos caminos. Horas después llegaron al valle del Terebinto y subieron una cuesta desde donde el Padre Esquiú pudo ver las afueras de la ciudad de Jerusalén. Era la mañana del 27 de junio de 1876 cuando el coche llegó a las murallas de la Ciudad Santa, el ilustre fraile catamarqueño descendió, se puso de rodillas, besó la tierra y oró agradecido y emocionado. 

 

Hospedaje y actividades

El Padre Esquiú estuvo alojado en el convento franciscano de San Salvador conviviendo con más de ciento sesenta frailes provenientes de las distintas partes del mundo. Con ellos rara vez conversaba, pero un par de veces debatió en la cafetería sobre asuntos de actualidad o sobre temas religiosos, reprochándose “su fogosidad en las discusiones, su exceso en el comer y de hablar excesivamente después del almuerzo”. 

Desde su celda en San Salvador salía a visitar los lugares santos: la gruta de Gethsemaní, distante a mil doscientos metros del convento, donde él celebraba misa por las mañanas, la iglesia de la Flagelación, el Huerto de los Olivos, el Monte Sión, Betania, la Vía Dolorosa, el arco del Ecce Homo, el Calvario. Pasó varios días en San Juan de la Montaña y quedó extasiado al contemplar el Valle de Josafat y el Monte Olivete desde donde miraba en lontananza el Mar Muerto. Realizó dos excursiones a Nazaret y visitó San Juan de Acre, al Carmelo, pasó algunos días en Belén y visitó el santuario en ruinas de Canaá; en la cima del Monte Tabor permaneció tres días y en el lago de las Tiberiades expresó que “parece que uno lo viera a Nuestro Señor atravesando estas aguas”. En estos lugares el Padre Esquiú pudo poner a prueba sus conocimientos del idioma italiano, francés y su excelente dominio del latín. 

Durante su estadía en Tierra Santa se pasaba leyendo, escribiendo o estudiando en el interior de su celda y como buen provinciano, no perdía su siesta y por las noches “pitaba un cigarrito”. Aunque conocía muy bien los Evangelios, los profundizó a través de los libros del Padre Curci, de Cornelio Alapide, de San Alfonso María de Ligorio y de las homilías de San Buenaventura; y escribió interesantes comentarios sobre estas obras. Dedicóse también a los estudios arqueológicos. Algunas tumbas antiguas lo apasionaron. (Manuel Gálvez. La vida de Fray M. Esquiú, 1933, pag. 115)  Para mejor seguir las huellas del Señor, adquirió y leyó la obra de M. V. Guérin, Descripción Geográfica, Histórica y Arqueológica de Palestina. 
El miércoles 13 de diciembre recibió cartas de sus hermanas y en una de ellas, Marcelina Esquiú le cuenta del fallecimiento de su amigo, el presbítero Ramón Rosa Vera, cura párroco de Piedra Blanca. Ese día Esquiú dejó escrito en su Diario “…me domina la tristeza al saber la perdida que muchísimos católicos hemos sufrido con la muerte del Cura Vera. (Mamerto González. La vida privada de Esquiú, 1906, pág. 237).

 

En el Santo Sepulcro

Desde su llegada a Jerusalén el Padre Esquiú se preparó espiritualmente, por medio de la oración y la confesión, durante cuarenta y dos días antes de ingresar a la iglesia del Santo Sepulcro. Eran las tres y media de la tarde del día martes 8 de agosto de 1876 cuando ingresó al Santo Sepulcro y allí permaneció hasta el día siguiente. Aquella noche la pasó rezando con una candela en la mano, la que trajo de recuerdo para Catamarca. Luego regresaría en varias ocasiones al Santo Sepulcro. 
Durante su larga estadía en la ciudad siempre lo impresionó la campanada del viernes que recordaba a los fieles la muerte de Nuestro Señor. Esquiú escribió en su Diario: “…la campanada del viernes a las tres de la tarde siempre es nueva para mi corazón; al oírla siento como un grito que me anuncia su muerte santísima, y los golpes lentos del bendito bronce me parecen como gemidos entrecortados del dolor que da la naturaleza, a falta de corazones que sientan y lloren aquella muerte”. (Manuel Gálvez, pag. 114). En la noche del Viernes Santo de 1877, en la puerta del Santo Sepulcro pronunció un admirable sermón ante un grupo de peregrinos españoles, con los brazos abiertos, sus ojos mirando el cielo mientras las lágrimas recorrían su rostro. 

 

La partida de los Santos Lugares

Fray Mamerto Esquiú permaneció hasta el 8 de diciembre de 1877. En su Diario manifestó varias veces que “fueron los mejores días de su vida” a pesar de que, en Jerusalén, durante el invierno, hay fuertes vientos, lluvias interminables y temperaturas muy bajas y crudas heladas; un clima diferente al de su querida Catamarca, al que su cuerpo estaba acostumbrado. 
El Padre Esquiú tuvo presente a la ciudad de Jerusalén en todo momento, tal es así que cuando se celebró su consagración episcopal en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, y luego de escuchar los numerosos discursos que en su honor pronunciaron los oradores en el convento de San Francisco, se retiró a su celda y escribió: “¡Jerusalén! Centenares de veces he recorrido tus calles, desde el sitio de la antigua Elia hasta el fondo del valle de Josafat; te he contemplado muchas veces desde las alturas del Monte Olivete, he dado la vuelta a tus muros y he mirado desde lejos la cima de tus cúpulas y almenas, como he penetrado en tus lóbregas necrópolis; durante año y medio he respirado tu aire y he contemplado tus días y tus noches, tu sol abrasador y tu melancólica luna, y siempre y por doquiera no he visto otra cosa que la ciudad de Dios, oprimida por la ingratitud humana. ¡Jerusalén! Yo deseé acabar mis días a la triste y solemne sombra de tus ruinas; pero el Señor, tu Rey, no lo quiso y debí volver a donde era honrado sin ningún mérito. 
 

Entronizarán reliquia del Venerable fraile catamarqueño en el templo franciscano

El viernes 10 de mayo, a las 19.00, en la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle de Catamarca, se celebrará la Eucaristía de acción de gracias por Fray Mamerto Esquiú. Luego de la misa, se trasladará en procesión la reliquia insigne del fraile catamarqueño, que será entronizada en el templo San Francisco de Asís, en la calle Esquiú 550, entre Rivadavia y Sarmiento, en el mismo sitio donde estuvo el corazón de Fray Mamerto. 

De esta manera, los franciscanos y toda la comunidad catamarqueña contarán con la reliquia del futuro beato. Recordemos que el 4 de octubre de 2018, se trajo otra reliquia idéntica de Fray Mamerto donada por el Obispado de Córdoba a la Diócesis de Catamarca, y que fue entronizada en la nave lateral derecha de la Catedral.
 

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