A telón abierto

viernes, 4 de diciembre de 2020 01:31
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El mes de diciembre nos recuerda sobre la desaparición física de dos catamarqueños: Juan Alfonso Carrizo y Luis Ricardo “Lulo” Nieto. De ambos quedaron sus obras que los convierten en personajes inolvidables. En el caso de Juan Alfonso Carrizo, se trata de un enorme investigador, recopilador de coplas y docente nacido un 15 de febrero en Fray Mamerto Esquiú y fallecido un 18 de diciembre de 1957 en San Isidro, Buenos Aires. Una recorrida por su vida a través de los medios que nos permiten practicar el saludable ejercicio de la buena memoria, encontramos testimonios y documentaciones que indican claramente que gracias a Juan Alfonso Carrizo la Argentina cuenta con la colección más completa de cantares populares del mundo hispánico “y que el alma de los pueblos se manifiesta en sus tradiciones. Allí, en esas coplas que desenterró Carrizo, está su modo de pensar, amar y obrar”. La historia cuenta que llegó a recopilar 1926 antiguos cantos populares argentinos, además de ser considerado como “un verdadero descubridor de la más profunda América poética. Se detenía en los poblados y rancheríos y haciendo vida común con las gentes del campo y los pueblos, fue construyendo su obra”. Considerado el más grande investigador argentino de la poesía oral y uno de los más grandes de América, Juan Alfonso Carrizo es autor de varias publicaciones y es consideración unánime que “estos libros representan el más copioso y metódico esfuerzo realizado hasta hoy en el campo de la poesía folclórica en lengua castellana”.

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En lo que refiere a Luis Ricardo Nieto, digamos que Lulo nació en Londres (Belén) un 12 de junio de 1942 y falleció un viernes 16 de diciembre de 2011. En el libro “Lulo Nieto-Noble corazón (un corazón hecho libro)” en el que sus hijos Natalia, Luis Ricardo y Marcelo reflejan la obra del escritor, poeta y recitador, se cuenta que Lulo era hijo de Antonio Cándido Nieto (londrino, jefe de Correo) y Emma Valdez, maestra rural. Sus estudios primarios los realizó en la Escuela Nacional 89 de Londres y Escuela Provincial “Lafone Quevedo” de Andalgalá, en tanto que el secundario lo cursó en el Colegio Nacional Monserrat, Córdoba. A los 8 años, cuando cursaba el cuarto grado en Andalgalá, decidió estudiar piano con la profesora Sara Salvatierra de Unzeitig. Su padre le regaló posteriormente un acordeón a piano, instrumento que aprendió a tocar sentado frente a un gran espejo de un ropero que tenían sus padres. Llegó a formar parte de un conjunto juvenil que interpretaba la llamada música de la “nueva ola”. Luego, también adquirió un teclado electrónico. En Córdoba fue elegido para integrar el grupo de tenores del coro del Colegio Monserrat, formación que dirigía el maestro Carlos Alessio. En el año 1964 ingresó al coro Polifónico del Instituto Nacional del Profesorado de Catamarca, en el que permaneció durante 15 años. Con el tiempo, se dedicaría a una de sus grandes pasiones en la vida: el teatro.

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  Alguien que compartió micrófonos y escenarios con Lulo fue su amigo Ricardo Albarenga, que en el libro escribe: “Cuando la entrañable Nati me hizo saber que formaría parte de ese grupo de `preferidos` que podrían escribir `alguito` para Lulo y encima que quedaría guardado para siempre en las hojas de ese tan ansiado y postergado libro del amigo, me sentí reconfortado por semejante elección de la familia Nieto. Confieso que cuando lo llamaba `Don Lulo` era porque encerraba toda mi admiración y mi respeto hacia ese hombre que yo tanto valoraba, como persona y como artista; si hacía falta decir,  en lo primero, que él era tanto un padre bondadoso –amado y respetado por sus hijos-, como también un amigo leal y solidario. Y en lo segundo, era necesario confesar la sana envidia que generaba alguien como él, que sabía actuar, que sabía cantar, que sabía escribir, que sabía `decir`, que sabía leer, que sabía… “Cabe recordar que desde esta columna siempre llamamos a Lulo como “el señor de la pluma y la palabra”. Para que no nos gane el olvido. 

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