Opinión

“Fray Mamerto Esquiú: la potente voz de la Constitución”

jueves, 14 de mayo de 2020 01:54
jueves, 14 de mayo de 2020 01:54

Por José Alberto Furque (*)


El pasado 11 de mayo se conmemoró el natalicio (11/5/1826) de ese gran franciscano que fuera Fray Mamerto Esquiú, una de las figuras fundadoras de la Argentina moderna. Pues, con su inspirada y potente voz, que representaba la expresión de una reflexión profunda unida al brillo de una oratoria incomparable, afirmó los cimientos de una nación que aún se debatía entre el orden y la anarquía.


En la vida de las naciones, enseña Alberdi, hay una hora en que la palabra de los hombres inspirados en elevados valores, se hace carne, es decir, se identifica y consustancia con la del pueblo que representan. 


Esa hora trascendente, había llegado para el “Padre Esquiú”, cuando con motivo de la jura de la Constitución recientemente sancionada, aquel 9 de julio de 1.853, pronunció, cuando apenas contaba con 27 años de edad, desde el púlpito de la humilde Iglesia Matriz de Catamarca, el célebre sermón sosteniendo, proclamando y propugnando -luego de un agudo repaso de nuestra tumultuosa historia- el acatamiento a nuestra Carta Fundamental, como único camino para consolidar definitivamente la nación.
La enjundia y brillo de tan magnífica pieza oratoria no podía sino ser el reflejo de una inteligencia superior y presentar al joven sacerdote que la había pronunciado, como el “Orador de la Constitución” para todos los tiempos, tal como fue oficialmente declarado. 


Aún hoy, llama poderosamente la atención que un joven sacerdote que había egresado del Seminario Mayor de su misma provincia, preparado en latín clásico, propio de los estudios eclesiásticos y conocedor de la filosofía escolástica de Balmes, pudiera anticiparse casi un siglo, a lo que la teoría axiológica del derecho y del estado, lo perfilara y definiera en el curso del Siglo XX, al desarrollar el principio de la estabilidad constitucional y la  concepción  de los valores fundantes y fundados. 


  Así pues, afirma en primer lugar el principio de la estabilidad institucional, cuando en la tercera parte de su sermón el grandioso orador expresó: “La vida y conservación del Pueblo Argentino depende de que su Constitución sea fija, que no ceda al empuje de los hombres, que sea un ancla pesadísima a que esté asida esta nave, que se ha tropezado en todos los escollos”; para finalmente rematar en forma conclusiva: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley, no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden anarquía, disolución”. Repárese que la ley estable y firme como un ancla, determina el orden; y sin ley, ni orden, no hay verdadera libertad, no hay justicia, solo impera la anarquía, la disolución. 


El orden axiológico de los valores en su correcta concatenación lógica -de fundantes a fundados- resulta sorprendente y admirable en una pieza oratoria de un sacerdote, en la primera mitad del Siglo XIX. Tan admirable como la sencillez y humildad del brillante y elocuente orador, que abstraído de “los caminos del mundo que vienen tan repletos de gente arrastrando sus pasiones e intereses”, como diría en su fina y poética prosa ese excelso espíritu que fue Nicolás Avellaneda, en la segunda parte de su intensa parábola vital, el Padre Esquiú se dedicó a dar testimonio con su conducta y con su vida, de servicio a los necesitados, humillados y ofendidos de todos los tiempos, pregonando una  humildad muy difícil de encontrar.


En las Pastorales al Clero de Córdoba, y en el viaje  final, regresando de una visita a fieles -enfermos y menesterosos- de su diócesis, por los polvorientos y tórridos caminos de La Rioja y Catamarca, falleció en la Posta del Suncho, próxima al pueblo de Recreo, en los límites de Catamarca y Córdoba el 10 de enero de 1.883 a los 57 años, siendo Obispo de esta ý ultima provincia; así dejó el más potente y elocuente mensaje de humildad y dignidad humana. 


Es que los actos y la conducta del Padre Esquiú tuvieron una potencia y una elocuencia superior a su brillante e incomparable oratoria. Pues su figura se impuso al tiempo y a todos, no por su cautivante e incomparable palabra, sino por el grandioso espectáculo de su conducta y de su vida; por sus virtudes cívicas y sacerdotales, más que por el fulgor de su inteligencia. Por todo esto, resulta reconfortante en tiempos de declinación de las virtudes cívicas y de las fuerzas morales, recordar su figura.    

(*) El autor es abogado y 
diputado nacional 
MC-UCR Catamarca. 
 

75%
Satisfacción
0%
Esperanza
25%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia

Comentarios

Otras Noticias