Yo Amo Catamarca

Surfeando en las arenas

jueves, 2 de diciembre de 2021 01:53
jueves, 2 de diciembre de 2021 01:53

Texto y fotos: Carlos W. Albertoni

El oeste de Catamarca cuenta algunas de las dunas más imponentes del mundo. Ubicadas en las cercanías de las ciudades de Tinogasta y Fiambalá, son sitios ideales para la práctica del sandboard. Una tabla y algo de coraje son suficientes para aventurarse a descender velozmente por las arenas.

                                                                                                                                                                  

El viento sopla fuerte allá arriba, en lo más alto de la duna. Parado sobre el angosto filo, casi haciendo equilibrio para no desmoronarse por la ladera, Manuel se lleva ambas manos a la cara para cubrir sus ojos de la arena que se levanta en forma de remolinos. Cuando ceden las ráfagas, toma su tabla de sandboard y la lubrica con un par de capas de cera que le permitirán deslizarse mejor sobre la pronunciada pendiente. Luego, apenas agachándose, mira hacia abajo como preludiando el descenso que será vertiginoso. Y recién entonces se deja caer por las arenas a casi cincuenta kilómetros por hora.

Manuel Carrizo es uno de los tantos fanáticos de la adrenalina que desde hace ya varios años han convertido al occidente catamarqueño en uno de los sitios de culto del sandboard argentino. Allí, en las cercanías de las ciudades de Tinogasta y Fiambalá, se levantan imponentes dunas que en ciertos casos llegan a superar los mil metros de altura. Surfear en algunas de estas montañas de arena es un desafío al que resulta difícil resistirse, por lo que el número de aventureros que llega hasta ellas con sus tablas es cada vez mayor. “Hasta hace no mucho tiempo atrás, las dunas de Catamarca eran desconocidas para la mayoría de la gente. Sin embargo, desde que empezaron a popularizarse, muchos viajeros las fueron eligiendo como destino, especialmente aquellos a los que les gusta el turismo de aventura. Y así fue que también se popularizó la práctica del sandboard, al punto de transformarse hoy en una marca registrada de la región”, cuenta Manuel, quien vive en Fiambalá y hace ya casi diez años que compró su primera tabla de sandboard. “No era muy buena, porque las fijaciones no se ajustaban bien a los pies y su tamaño tampoco se adecuaba con mi peso. No me duró mucho y después tuve otras, que fueron mejores, de una calidad muy superior, pero a ninguna le tuve tanto cariño como a aquella primera, que fue la que me permitió empezar a tomarle el gusto a eso de la velocidad sobre la arena”, recuerda Manuel con una sonrisa que deja ver sus dientes blancos.

Las dunas de Saujil

De las diferentes dunas que hay en el occidente de Catamarca, sin dudas las mejores para el sandboard son las de Saujil. Están ubicadas a diez kilómetros al norte de Fiambalá y llegan a tener cien metros de altura, con pendientes de cuarenta y cinco grados de inclinación que permiten alcanzar velocidades en descenso de casi cincuenta kilómetros por hora. “No son las más altas de la región, pero sus laderas sólo tienen arena. Al no haber piedras ni vegetación, la bajada es totalmente limpia y no hay que andar esquivando obstáculos”, explica Manuel, que llega hasta allí cada semana para despuntar el vicio del sandboard. “A veces vengo solo, pero en muchas otras traigo gente, ya que soy guía de turismo y las dunas de Saujíl son una visita obligadas en la zona. El escenario natural por sí solo justifica el venir hasta aquí, pero aquellos que se animan a probar suerte en las tablas se llevan un premio especial”, detalla Manuel.

Atravesando primero una zona de viñedos y luego un descampado pedregoso, un camino estrecho lleva hasta los pies mismos de la principal de las dunas de Saujil. El sol suele ser impiadoso en este lugar, por lo que lo que es aconsejable llegar hasta allí en las primeras horas de la mañana o en las últimas de la tarde, para así evitar el agobio de temperaturas que en el verano pueden superar los cuarenta grados. “El sandboard exige trepar las dunas antes de lanzarse por sus pendientes. Son más de cien metros que hay que subir por las arenas y, como uno suele tirarse cuatro o cinco veces, el ascenso termina desgastándote físicamente. Por eso, salvo en el invierno que es la única temporada que puede tener un clima relativamente fresco, hay que evitar el calor de las horas más tórridas”, precisa Manuel, enfatizando ciertas palabras como quien lanza una advertencia.

Para trepar las dunas hasta el filo, el mejor camino es el de la cresta norte, que resulta más largo pero es mucho menos empinado. Una vez arriba, se pueden observar las dos caras de la duna, una cayendo hacia el oriente y la otra al poniente, esta última con un muy peligroso desnivel de más de sesenta grados que la convierte en un lugar casi inaccesible para el sandboard. “Es muy fácil lastimarse cuando uno se tira por ahí, sobretodo porque en la base está repleto de piedras. Por eso la mejor opción es lanzarse por la cara oriental, que tiene la pendiente justa para alcanzar una buena velocidad sin correr mayores riesgos”, cuenta Manuel, quien siempre tiene a mano un botiquín de primeros auxilios por cualquier eventualidad. “Nunca pasa nada, pero tenerlo no está de más”, dice mientras muestra una cajita plástica con unas tijeras, un par de frasquitos y algunas vendas.

La mayor altura de la duna se encuentra sobre la cresta sur, por lo que lanzarse desde ahí por la ladera oriental permite contar con casi ciento cincuenta metros de arenas para deslizarse. Desde esa cresta, la inclinación de cuarenta y cinco grados de la pendiente resulta perfecta para el descenso, aunque es aconsejable lubricar la tabla con cera, parafina o silicona para así lograr un mejor deslizamiento. “Cuanto más se encere la tabla, mayor será la velocidad de descenso. De todas maneras, si la pendiente no es lo suficientemente pronunciada, la cera o la parafina no sirven de nada. Por eso casi nadie elige tirarse desde la cresta norte, en donde la inclinación es de apenas treinta grados. Ahí, ganar velocidad en la bajada es imposible”, precisa Manuel, quien agrega que otro detalle muy importante a tener en cuenta es el de las fijaciones. “Si uno no ajusta bien los pies a la tabla, no podrá manejarla adecuadamente y muy posiblemente termine cayéndose antes de llegar a la base”, puntualiza. 

Un desafío de mil metros

Más al norte de Saujíl, ya a setenta kilómetros de distancia de Fiambalá, se encuentran las célebres dunas de Tatón. Consideradas por muchos como las dunas más altas del mundo, son enormes extensiones de arenas que cubren gran parte de las laderas de las montañas de la región y que trepan más allá de los mil metros de altura. “Hacer snowboard en estas dunas es un desafío casi imposible. Las pendientes son muy pronunciadas y hay muchos obstáculos en el camino, por lo que se necesitan no sólo tablas sino también arneses y otros sistemas de seguridad para prevenir caídas”, cuenta Manuel, quien nunca trepó a estas dunas con la intención de surfearlas pero que espera alguna vez poder hacerlo. “Hace un tiempo llegaron hasta Tatón unos alemanes que me ofrecieron ir con ellos para descender por las dunas con las tablas. Eran todos profesionales y venían muy preparados. No me animé, porque creo que todavía no tengo el nivel necesario para poder bajar por ahí. Pero en unos años confío en poder tener ese nivel para enfrentar el reto”, dice.

Inevitable, la tarde se va muriendo. La luz oblicua del último sol del día alarga las sombras sobre las arenas blancas de Saujil. “Voy a tirarme una vez más”, grita Manuel Carrizo mientras sube por la cuesta que lo llevará al filo de la duna, allá donde las pendientes se dividen. Como siempre, se parará de cara a la ladera oriental, aguardará a que el viento calme y preparará la tabla, primero encerándola y luego ajustando las fijaciones. Después, se lanzará hacia abajo, más de cien metros hasta la base, a cincuenta kilómetros por hora. Al detenerse, habrá disfrutado de cada segundo.

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