A telón abierto

viernes, 7 de diciembre de 2018 00:00
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Hoy se cumplen 62 años de la muerte de uno de los grandes del folclore provincial con indudable proyección nacional: Manuel Acosta Villafañe, el “Tata” Manuel. En efecto, el santamariano falleció un 7 de diciembre de 1956 en Buenos Aires y regresó en cenizas a su Santa María natal un 4 de marzo de 1995. Cuenta el escritor Arnaldo Raúl Molina en su libro “La canción popular de raíz folclórica de Catamarca”, que la pequeña urna  con las cenizas de Don Manuel llegó al valle del Yokavil “para retornar al cosmos original” y hacer realidad los versos “Por lejanas tierras anduve, mi vida fue caminar, veinte años sufrí de ausencia y al fin pude retornar”. Recuerda que Juan Bautista Zalazar supo escribir: “¡Quién sabe qué vidalas, qué zambas o qué coplas se quedaron segadas para siempre en su boca! Porque no hay despedida para ausencia tan poca, ¡nadie diga que ha muerto! Su canto lo remoza. ¡Nadie diga que ha muerto! Toda canción lo nombra y vive entre nosotros en la zamba y en la copla”. Manuel Acosta Villafañe había nacido en San José, departamento de Santa María, el 2 de enero de 1902. Su madre, doña Julia Villafañe Palacios, pertenecía a una caracterizada familia de Santa María y su padre, don Carlos Moisés Acosta, de origen belenista, era primo hermano de la madre del laureado poeta Luis Franco, doña Balbina Acosta de Franco. El relato de Molina se hace atractivo cuando cuenta que, después de asistir a la escuela primaria en su pueblo, se trasladó a San Fernando del Valle de Catamarca para ingresar al Seminario Menor, junto con su pariente y amigo Eudoro Mariano Palacios, que años posteriores sería el famoso tony y propietario del circo “Totó” y, a la vez, padre de Margarita, la inolvidable “hermosa flor de Catamarca”. En el seminario permaneció tan solo dos años y luego abandonó, llamado por la música y el canto. Se trasladó a Salta y luego a Jujuy, donde residió por algún tiempo entre los años 1918 y 1920. 

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  Dice Molina: “Tenía 23 años cuando con su inseparable ´ñaña´ Carlos, se trasladó nuevamente a la Capital catamarqueña. Forman entonces el ´Dúo Calchaquí´ acompañados por otro santamariano: el guitarrista Daniel Albarracín. Luego, en 1926, Buenos Aires. Su hermano Abel es elegido diputado nacional y allá van en el Ford T, salvando dificultades dignas de un safari: Abel, Manuel, Carlos y las guitarras. Perdidos por sus calles, pero con un objetivo cierto e irrenunciable: mostrar las expresiones del arte tradicional y popular norteño. Empresa casi imposible en una ciudad bullente con su propio latido con forma musical de tango (“Envuelto en mi poncho puyo, mi venío de mis valles con zambas y vidala te saludo Buenos Aires”)”.Ya entre 1929 y 1930 comienzan a ser conocidos y respetados y son contratados como artistas exclusivos de RCA Víctor por cinco años, después del éxito de venta del primer disco de pasta, una cueca catamarqueña. Eran tiempos en que cada uno de los músicos y autores provincianos que se lanzaban a la conquista de la gran ciudad, quería mostrar la imagen de su propia provincia, valorizando su paisaje, escenas campestres, lugares más recónditos e ignorados por el público y demostrando su añoranza y pesadumbre por la ausencia necesaria del pago. El relato de Molina dice: “Pero Manuel no se conforma con el canto y la guitarra. Hace presentaciones en los intervalos de los cines con el seudónimo de ´El Gaucho Peñaflor´. Incursiona también en la filmación de una película nacional: ´Noche federal´, ópera prima de Mario Sóffici. 

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  Señala el libro de Molina que don Manuel creía en su misión de difusor del canto, la poesía, la danza de inspiración y proyección folclórica, para lo cual puso todo su empeño junto a la pléyade de provincianos que trataban de imponer las expresiones del arte nativo de sus provincias en la Capital Federal, entre ellos: Eusebio Zárate, los hermanos Peralta Dávila, Julio Argentino Jerez, Hilario Cuadros, Momtbrún Ocampo, Buenaventura Luna, Luis Padula, Andrés Chazarreta, “Payo” Solá, los hermanos Abalos, Marcos López, Atahualpa Yupanqui y otros. En mayo de 1945 publica su libro poesías –cantares vallistas, con prólogo de José Ramón Luna, titulado “Mos de chayar”, en el que incluye la zamba “Noches de Catamarca”, a la que le puso música el andalgalense Felipe Benito Zurita (Atahualpa Yupanqui supo decir: “Manuel anduvo en las carpas buscándolo al carnaval, mezclao con el pobrerío de puro gaucho no más”). Hubo luego una nueva formación musical, integrada en un principio por Atuto Mercau Soria, “Pebete” Gerván Leguizamón, Juan Ramón Ponce, Víctor Quinteros y Ramiro Espoz Saavedra. Luego se incorporaron el pianista y compositor Víctor Gentilini, el sanjuanino Torres, Edmundo Tula, Aníbal Zafe, Antonio López y Juan Ramón Ponce. Temas como Adiós Catamarca, adiós, Noche de Catamarca, A Villa Dolores, Zambita pa´ Valle Viejo, Zambita pa´ Fray Mamerto, Vidala del Culampajá, La flor del cardón, A Santa María, Mis desengaños y Recuerdos de Choya, entre otros, hablan a las claras de por qué don Manuel Acosta Villafañe fue un discutido precursor del folclore provinciano en Buenos Aires. Por eso y mucho más, lo recordamos al cumplirse hoy un nuevo aniversario de su partida. Hasta el viernes.
 

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