“Gastar plata trochemoche, sin sentir la carestía, en vez de arar todo el día, garufiar toda la noche. No andar de a pie, sino en coche don distintivo en la chapa. Tomar whisky en vez de grapa es lo único que quiero: que en vez de ser un papero, poder estar con la papa. Manejar pleitos y leyes, hacer algún acomodo. Y tener mucho de todo para vivir como reyes. Hoy mismo vendo los bueyes, la pastera y el arau. Porque soy un avivado que solo piensa en la plata, y por eso mismo, tata: ¡yo quiero ser diputado!”. Los versos del payador uruguayo Gustavo Guichón, identificado durante muchos años con festival de Jesús María, suenan inequívocos, indiscutibles. Al menos que alguno (sin distinción de género) se sienta ofendido y pretenda defender lo indefendible. El tema viene a cuento de lo que explotó el jueves por la tarde-noche a través de todos los medios de comunicación, hasta hacerse mundial: el diputado nacional por Salta, Juan Emilio Ameri, participaba de una sesión remota de la Cámara baja y “sin querer queriendo” se dejó vencer por la tentación y comenzó a besar uno de los pechos de su joven pareja. Pasó a ser “Harry el sucio” en menos de cinco minutos… incluso con fama internacional. “La obscenidad del poder”, dijo furioso “Chacho” Álvarez cuando rompió con De la Rúa, y bien vale aplicar la frase en estas circunstancias, cuando la Honorable Cámara de Diputados no exhibió precisamente algo que la destaque como tal. Nada de “honorable” y mucho de mediocridad e hipocresía. ¿Nadie conocía a Ameri? ¿Por qué lo incluyeron en una lista sábana, donde los buenos candidatos les hacen el aguante a los ilustres desconocidos y futuros aprovechadores? ¿Cuántos Ameri hay en las legislaturas de todo el país?
*******

 En un principio, el título de este comentario era: “40 años mamando la teta del Estado, ¿es para un cuadro de honor?”. ¡Claramente NO! También es una obscenidad del poder. Es un abuso y una gambeta tramposa a las bondades del sistema democrático. Un tipo que por haber llegado a ser propietario del partido radical en Catamarca, hace casi cuatro décadas exhibe sin pudor alguno una actitud de claro despotismo con la total complicidad de algunos que se dicen radicales entre nosotros, y que trabajan solamente para sostener las desmedidas ambiciones del amo partidario. Sin vergüenza alguna. Y sin más vueltas: estamos hablando del perpetuo “senador nacional” Oscar Aníbal Castillo. El que se niega a rendir cuentas de lo que hizo en favor de la provincia; sabe que va a pasar un monumental papelón, salvo que quiera venir a presumir con su último gran proyecto: pedir la reapertura de los hipódromos porteños (se puso pesado Palito Ortega con su “ya todos saben que vos sos un caradura…”). Para el oficialismo local, Oscar es “un gran estratega” y en ese carácter lo buscaron para el “Pacto de Ipizca”, un acuerdo con más sombras que luces y de dudoso contenido. ¿Qué record se propuso batir este muchacho? Millonario ya es. Cuarenta años llenando los bolsillos sin el menor esfuerzo. ¿Y el respeto por Catamarca? ¿Y el respeto a la democracia y sus instituciones? ¿Hasta cuándo los catamarqueños vamos a tolerar que este personaje se burle y menosprecie a nuestra provincia? Es hora de reaccionar: en tiempos de tanta zaraza, no podemos permitir que un abanderado de la sanata (con el perdón del inolvidable Fidel Pintos) nos siga representando sin representación alguna (salvo para un puñado de súbditos que se hacen llamar radicales) en el Congreso de la Nación. Más respeto, por favor. Un cachito de dignidad no vendría mal. Los bolsillos están gordos de tanto mamar del Estado. “¡Para qué más!”, dice la recordada muletilla del escribano Chucho Salman. Gracias, Guichón ,y que descanse en paz.

Kelo Molas