Existen en la Argentina alrededor de cuatro millones de personas mayores de 65 años, y con excepción de un pequeño grupo de privilegiados, la mayoría enfrenta como un auténtico problema su propia subsistencia.
La caída de los ingresos en comparación con la época laboralmente activa, se combina fatalmente con un incremento en los gastos de atención en salud y medicamentos, lo cual genera un desfasaje decisivo en la calidad de vida de muchos abuelos.
Los adultos mayores padecen además, en muchas ocasiones, la postergación y el abandono del propio grupo familiar, lo que los empuja a convivir con situaciones de violencia psicológica o física.
Es sabido que el término “jubilación” proviene etimológicamente de “júbilo”, que no es otra cosa que la alegría. Pero la realidad de nuestros jubilados rara vez puede emparentarse con ese sentimiento.
En ese contexto, debe reconocerse y saludarse el positivo esfuerzo de instituciones que trabajan de un tiempo a esta parte para brindar a los abuelos, no sólo servicios y cobertura, sino también calidez y contención.
Los centros de jubilados, el PAMI y ANSES, modificaron su ritmo habitual de trabajo durante estas semanas para ofrecer diversos agasajos a los abuelos, reconocimientos que implican un aporte significativo, más allá de la actividad que se organice, para valorar a quienes transitan una etapa de la vida donde cualquier carencia duele, pero ninguna tanto como la falta de interés.