Las definiciones del presidente de la UCR, Amado David Quintar, pueden considerarse sensatas, especialmente cuando se refiere a la situación interna. Viejo zorro de la política, experimentado en duros entreveros, sabe cómo manejarse entre los popes partidarios y quienes reclaman desde la dirigencia intermedia. Su posición de al menos considerar la realización de internas para cargos electivos, desde que asumió, fue inalterable. Las aceptó como mecanismo legítimo para nominar candidatos pero, en la escala de preferencias, las ubica después de un entendimiento a través del consenso. Sus dichos, sin embargo, contienen una pequeña “trampilla”: ¿quiénes son los que consensuan una candidatura? Allí descansa la madre de todas las discordias.

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También ha aclarado Quintar que no habrá lugar para todos, aunque se intentará repartir el naipe de la forma menos traumática posible. En ese sentido, señaló que posiblemente en marzo sea convocada la Convención y allí tendría que definirse el tema de la interna. El famoso dilema de cuándo se realizarán las elecciones ha desaparecido, y teniendo en cuenta que se vota el domingo 27 de octubre, sobra el tiempo para programarla, efectivizarla y mover a la gran masa de afiliados.

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El gran intríngulis es tomar la decisión de hacer una interna a las que el radicalismo no está acostumbrado. La última fue el 11 de mayo de 1987 y terminó en un escándalo, que es el que espanta a dirigentes como Oscar Castillo, un claro militante del consenso, especialmente si le toca participar a él -como ha ocurrido en los últimos 20 años- de la toma de decisiones. Pero al haber tantos postulantes y tantos que quieren reelecciones que parecen ser eternas, ¿no habrá llegado el momento de convocar a internas para eludir un problema mayor? o ¿acaso nadie considera que las listas del consenso pueden terminar en un escándalo peor que el de una interna? Quintar conoce bastante de los pulsos partidarios. Por eso no descarta nunca la interna.