La proclamación de Bergoglio como el nuevo Papa y la elección del nombre Francisco para ejercer su pontificado, por parte del cardenal, no son casualidades. Son designios de Dios que, para este momento de la historia, seguramente son los más convenientes para los católicos y el mundo entero. Para Argentina, paralelamente, se trata del hecho más extraordinario de los últimos siglos. Nada puede compararse, en una nación tan creyente, que un hijo suyo sea designado como el Vicario de Cristo, esto es, su representante sobre la tierra. Más claro: Bergoglio no es el reemplazante de Joseph Ratzinger, sino del mismísimo Salvador.

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Más allá de las connotaciones políticas -todas despreciables- que han surgido después del impacto de la noticia, nadie duda que Bergoglio es un hombre comprometido con las causas de los pobres, humildes y marginados, por lo que se estima seguirá los pasos de un Papa como Juan Pablo II que, como nadie antes, traspasó las murallas vaticanas para ir al encuentro de los pueblos más oprimidos y más resistentes al sentimiento cristiano. Las reformas de la Iglesia, por simple intuición, pensamos que formarán parte de grandes debates, pero primero estará la tarea de llevar al evangelio a todo el Orbe, como lo haría San Francisco de Asís en este siglo XXI.

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El Esquiú.com fue el único medio que destacó la importancia que para la más noble causa local, la beatificación y santificación de su hijo más preclaro, Fray Mamerto Esquiú, tiene la existencia de un Papa argentino y seguidor de las ideas del hombre de Asís. Es que precisamente Fray Mamerto, aparte de su indiscutida intelectualidad, fue un asceta que reivindicó a San Francisco. A pesar de haber ejercido altas dignidades -obispo de Córdoba, entre otras- murió abrazando la causa de los humildes y, ya muy enfermo, en la más cruenta de las pobrezas. ¿Cómo el Papa Francisco, con semejante ejemplo de vida, no se va a preocupar por la ascensión del siervo catamarqueño hacia los Altares?