Editorial

Puerta abierta

viernes, 29 de marzo de 2013 00:00
viernes, 29 de marzo de 2013 00:00

Como en todo el país, hoy no se distribuyó la edición papel de El Esquiú.com. Hicimos una “tapa” para publicar en nuestra web, con una puerta abierta que simboliza una forma de entender la celebración del Viernes Santo. Pudimos poner una cruz, la corona de espinas u otros signos, pero elegimos uno que ponga el acento en la esperanza más que en el dolor, aunque ambas experiencias son parte del mismo misterio que conmemoran hoy los cristianos en el mundo entero.
A lo lago de la historia de la humanidad se ha usado el vocablo «resurrección» con distintas significaciones, pero su acepción por antonomasia la dio la resurrección de Jesucristo, resultante de la experiencia de la Pascua, de la cual sigue por extensión la resurrección de los hombres. Este punto, debatido desde las primeras comunidades seguidoras de Jesús de Nazaret hasta nuestros días, es el centro y piedra angular de la fe cristiana, tal como lo expresó Pablo de Tarso en su carta a la comunidad de Corinto, renuente a creer en la resurrección de los muertos: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vacía es también nuestra fe».
Es un hecho histórico que entienden y aceptan quienes tienen la certeza de la fe.
En el Antiguo Testamento de la Biblia, el Salmo 103[102],3-4 proclama: «Él, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura» y el libro de Isaías afirma: «Devolverá la vida a los muertos, hará que se levanten sus cadáveres, que se despierten los que están acostados sobre el polvo».
El poder de Jesús sobre la vida se manifestó no sólo en curaciones sino también en resurrecciones, pero en todos estos casos los cuerpos físicos volvieron a la vida, indistinguibles de su situación antes de la muerte. Esas resurrecciones recuerdan los milagros proféticos del Antiguo Testamento y representan en las Escrituras el anuncio velado de otra resurrección muy diferente: la de Jesús mismo.
Más aún, leemos en el Evangelio de Juan: «Yo soy la resurrección y la vida. El que vive en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» implicando así que quienes creen en él ya tienen las puertas abiertas a la vida eterna.
El Evangelio de Juan lo reitera con el «signo del Templo»: Jesús, interpelado por los judíos, dice: «Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días...» y luego el mismo evangelista explica: «hablaba del templo de su cuerpo».
Las puertas de la muerte permanecían cerradas, infranqueables, hasta que un día como hoy Jesús las abrió con su propia muerte. Este es el insondable misterio que celebra el cristianismo en este Viernes Santo. Por eso, elegimos la imagen de la “tapa” de hoy.

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