Sorpresa y también desconcierto causaron las palabras de Diógenes de Urquiza, presentado públicamente antes de asumir como nuevo secretario de Deportes de la Nación.

En una entrevista que tuvo eco en todo el país, entre otras definiciones, el futuro funcionario señaló: “Yo soy muy malo para administrar mi plata, pero la que no es mía, para sacármela, me tenés que matar. Lo que no puede ser es que el deporte solo viva del Estado, es una locura. Hay muchas empresas que nos pueden ayudar. No puedo entender eso de ‘vamos a pedirle al Estado’. ‘Papá, dame plata’. No, andá a laburar, ya tenés 21 años...”.

No se trata de comenzar a criticar o juzgar a una persona que todavía no asumió en sus funciones, pero si sus palabras resultan una declaración de principios, siembra demasiadas dudas.

Porque el rol del Estado como promotor del deporte debe apuntar precisamente allí donde no existe ni llega el apoyo empresarial, donde la actividad deportiva está muy lejos de rozar el negocio, y los torneos impulsados oficialmente -competitivos y recreativos- cumplen un rol social insustituible.

Hay muchos jóvenes con talento y proyección deportiva a los cuales, si se los manda a “laburar”, no tendrán oportunidad alguna de desarrollarse en una disciplina. Y la triste realidad indica además que para muchos la opción no es hacer deporte o laburar, sino hacer deporte o delinquir, abandonarse, caer en mil tentaciones de la calle.

En algún momento, en algún rubro, en alguna situación, las autoridades nacionales deberán comprender que hay vida detrás de los números, y que no puede analizarse el mundo entero a través de una planilla contable. Cuando lo hagan, descubrirán quizás la importancia de invertir en los deportistas.