33 de mano

miércoles, 24 de octubre de 2018 00:00
miércoles, 24 de octubre de 2018 00:00

El pasado jueves, una vez y como otra acabada muestra macabra del destino, el país volvió a demostrar las razones de por qué se le conoce como el “del vale todo”. Por un lado, los espacios informativos de la televisión nacional se empeñaban en imponer las imágenes del acto de cierre de los Juegos Olímpicos de la Juventud como el hecho más importante de la jornada, mientras a muchos kilómetros de allí, en idéntico horario, en un asentamiento del partido bonaerense de San Martín, Fabián González Rojas y Leonela Ayala confesaban ser los autores del crimen de Sheila Ayala, de 10 años, a la que se buscaba desde hace varios días. La fiesta y el dolor. Las 32 medallas logradas por la Argentina, los aplausos y las lágrimas de felicidad de los jóvenes competidores. El horror, la bronca y la impotencia de los vecinos. Y también el llanto, quejumbroso, apesadumbrado, muy distinto al  que se vía en los rostros del acontecimiento deportivo. Después vino lo peor. Ya “con el diario del lunes”, como se dice cuando se abordan cosas cuyos resultados se conocen, fue como una epidemia de lo peor que tiene la televisión argentina: todos los programas, incluidos los llamados “de chimentos”, opinaban sobre la muerte de Sheila con una liviandad espantosa y falta increíble de conocimientos sobre el tema. Aparecieron expertos en criminología, especialistas en autopsias, doctores/as en minoridad y familia, investigadores que no saben lo que ocurre en la casa propia, opinólogos de nada y así fueron desfilando con sus absurdas exposiciones. La morbosidad y la promiscuidad se regodeaban a sus anchas en cada pantalla chica porque tenían quien las interprete. Por supuesto, Mauro Viale, Chiche Gelblum, la señora Moria Casán, el siempre festivo Mariano Iudica y el no menos siempre “dolubo” de José María Listorti, entre otros,  eran protagonistas de escenas patéticas tratando de explicar nada. Porque nada sabían del lamentable caso. El show, grotesco, para ellos debía continuar. Vergonzoso por donde se lo mire.


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  Sheila quería ser bailarina. La muerte, en una de sus expresiones más crueles e injustas, se le cruzó en el camino. Después vino el desfile menos pensado. Familiares de la pequeña Sheila contando para la televisión que sabían que el padre de la nena la hacía pelear con otras vecinitas por plata, “como gallos de riña”. Que la madre tendría alguna vinculación con la venta de droga al menudeo en el barrio. Que la niña no iba a la escuela desde hace tres meses. Que Sheila era prácticamente una “chica de la calle”. Que pedía para comer. Que el tío sospechado de matarla tenía antecedentes de robos e intentos de abuso. Que un año antes ya había intentado abusar de la sobrinita. Que el fiscal general de San Martín, Marcelo Lapargo, admitió que “los abusos sexuales en la zona son generalmente intrafamiliares en un 90%”. Que en el departamento judicial de San Martín (tiene cerca de 2 millones de habitantes) se revisan unos cinco niños por día y que, más o menos, hay 70 condenados por año por este tipo de hechos”. Que a Sheila la quisieron abusar y se habría defendido hasta que la mataron. Lo digamos: que había un Estado ausente. A todo esto, a todo lo apuntado, lo conocía todo el mundo en San Martín y de manera muy particular en el predio donde vivía Sheila. Lo sabían sus padres, familiares y vecinos. Y todos callaron hasta que a la niña la asesinaron. ¿Todos son cómplices con su silencio? Ahora, con el diario del lunes, y con la muerte presente de manera irremediable, todos exponen sus verdades, esas mismas verdades que escondieron y silenciaron durante 10 años. Es tiempo de preguntarnos cuántas Sheilas hay en el país, de punta a punta. Incluyendo Catamarca. Cuántas víctimas de la pobreza y el abandono como Sheila hay en tantos barrios del país y la provincia. Para colmo, la pobreza y el abandono andan de la muerte con la muerte. Ha llegado el día de alertar a las autoridades correspondientes sobre casos similares que se conozcan. De denunciar para prevenir desenlaces fatales como el que nos ocupa. Hay que asumir esa responsabilidad con coraje y profundo espíritu solidario. Lo de la niña del conurbano bonaerense nos debe llamar a la reflexión. Sheila no merecía el final que tuvo. Entonces, manos a la obra: hagamos algo para que en ningún barrio de Catamarca lloremos lo que no supimos denunciar para prevenir. Los cobardes no escriben la historia en favor de la vida. Y Sheila estaba rodeada de cobardes y mal paridos.

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