Editorial

Escraches

miércoles, 12 de diciembre de 2018 00:00
miércoles, 12 de diciembre de 2018 00:00

La reunión de un importante número de actrices argentinas, la mayoría famosas y reconocidas, para denunciar públicamente un caso de violación ocurrido hace casi una década, es un tema tan impactante como delicado.
No se trata de un hecho aislado, sino de una suerte de continuidad de un impresionante fenómeno nacido en los Estados Unidos, y específicamente en el mundo de la farándula hollywoodense, que trascendió todas las fronteras con el lema “MeToo” (“yo también”, en inglés), en referencia a las mujeres que habían sido víctimas de distintas clases de abuso y, por diversas razones, no podían revelarlo.
En una cuestión naturalmente compleja, el primer factor a mencionar es la importancia de que ningún caso de abuso quede impune, y que cada agresor reciba el más severo castigo de la justicia.
En segundo lugar, debe valorarse la solidaridad y la valentía de las mujeres -famosas o desconocidas- que decidieron dar a conocer sus martirios, enfrentando toda clase de prejuicios absurdos, y despertando a una sociedad que tenía (¿y tiene todavía?) absurdamente naturalizados abusos machistas, sean de naturaleza sexual o de cualquier otra característica.
Dicho esto, y si es que quedaron completamente claros y asentados esos primeros puntos, vamos a diferenciarnos del movimiento en un tercer aspecto: no se puede estar a favor de los “escraches”.
Escrachar es condenar social y públicamente a alguien sin que la Justicia haya intervenido. Y no puede avalarse esta metodología sin contemplar el riesgo de que en algún momento se destruya a un inocente.
No puede jamás, una denuncia, equivaler a la condena, porque no puede toda denuncia considerarse cierta por el simple hecho de ser difundida.
No a los abusos. Castigo duro a los abusadores. Solidaridad y respaldo total a las víctimas... pero no a los escraches.
La historia -incluso la catamarqueña- ha dado demasiadas muestras de lo que generan los “tribunales populares”.
Para hacer Justicia, debe imperar el Estado de Derecho, porque si avalamos que esas normas sean vulneradas una vez, las habremos perdido para siempre.

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