Una molesta “piedra en el zapato” de la impunidad

sábado, 19 de enero de 2019 10:54
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Aparecieron, sin anuncio previo, hace un par de décadas. Recorrieron el mundo combatiendo modelos culturales de comunicación y, al menos en el último lustro, explotaron con tanta fuerza como para hacer temblar a los monopolios de prensa.

Nos referimos a las redes sociales, motorizadas por gigantescas empresas (Google, Instagram, Youtube, Whatsaap, Twitter, Facebook, etc), que han provocado cambios en la forma de vivir y obrar de los ciudadanos.

 Si nacieron como entretenimientos en el infinito mundo de internet o como simples plataformas de intercomunicación pronto pasaron, a través de cientos de millones de celulares, a influir en el quehacer cotidiano.

El mundo de los negocios, las relaciones entre empresas y sus clientes, la presentación de productos y cuanto uno pueda imaginar en términos de interacción entre personas o los grupos que abundan en todos los sectores de la sociedad, hoy parecen ser patrimonio de esas redes sociales que tanto dominan los jóvenes y no tan jóvenes, dejando de lados a los mayores, sujetos a las inveteradas costumbres de otros tiempos.

Más ejemplos. Las industrias de la música, la fotografía y el cine, en franca caída, son testigos de un fenómeno al que ya nadie puede mirar con indiferencia, sopena de quedar aislado del mundo en que le toca vivir.

Las acciones políticas Si tanto influyen las redes en el mundo virtual de la Internet, raro hubiese sido que no hayan llegado a la política, una actividad que requiere como pocas establecer vías de comunicación para desarrollar campañas, planes de gobierno o, lo más elemental, mantener informados a los ciudadanos.

Todo el andamiaje de la política, a la postre, se lleva cabo en estas redes que, de paso, se sumaron a los medios de comunicación tradicionales (diarios, radios, televisiones, etc), mucho de los cuales se sienten perjudicados por una competencia que tiene otras características y formas, guiadas éstas por la libertad de opinar en cualquier momento sin necesidad de pasar por ningún filltro, especialmente la censura, una de las centenarias rémoras del periodismo.

Hasta allí, todo está bien. Sin embargo, los alcances de los gigantes han llegado mucho más lejos de la capacidad de comprensión. Está recontraconfirmado, por investigaciones que lleva a cabo la propia Justicia, que en la última elección de Estados Unidos hubo una participación gravitante de facebook y que, para permitir el triunfo de Donald Trump, se utilizaron mentiras por doquier a efectos de influir en la mente de los electores norteamericanos.

Estas prácticas, asociadas a la llamada post verdad –un embuste que recién puede aclararse con el paso del tiempo-, también se habrían llevado a cabo en la contienda Macri-Scioli de 2015 y otra vez las miradas apuntaron a facebook. Se trata, por lo pronto, de una suposición que deberá confirmar la Justicia, la que tiene en la mira a empresas con nombre y apellido.

Más recientemente, en las elecciones brasileñas, se asegura que los equipos de campaña del presidente Jair Bolsonaro trabajaron, falseando la verdad, a través de la mensajería más rápida de la tierra, la de los whatsapp.

En fin, son muchas cosas como para obrar en “modo ingenuidad”. Las redes sociales están marcando los tiempos de la modernidad y a ellas hay que someterse.

Fin de la impunidad Por encima de la vigencia plena de las redes, obviamente, hay severas discusiones. No solo de los ciudadanos, sino de los gobiernos y de la Justicia misma que, en no pocos casos, se declara impotente.

El ataque a la privacidad es el faro de mayor preocupación. Quedan incluidos aquí los llamados trol que, desde las propias redes, crean vericuetos para atacar a quien o quienes desean perjudicar en las valoraciones de imagen. La política, ahora mismo, los está utilizando y la desvergüenza llega al punto que nadie los desmiente. Los trol están naturalizados.

Frente al olor nauseabundo de quienes convierten a las redes sociales en una cloaca, se opone el aire fresco que generan los actos solidarios que se pueden materializar por internet, como campañas favorables al bien común, ayuda a los necesitados, denuncias de situaciones aberrantes, etc.

 A estos últimos hechos, todos auspiciosos, habría que agregarle uno que tiene importancia fundamental, íntimamente relacionado a los medios de comunicación de cualquier tiempo, sean estos locales, nacionales o internacionales.

Nos referimos a la censura. Mejor dicho, a la muerte definitiva de la censura, madre y rigurosa custodia de la impunidad en sus diferentes formas.

 Hasta la aparición de las redes sociales, la prensa del mundo se manejó con una invisible discrecionalidad que, por lo general, le permitía  a presentarse como expresión periodística independiente cuando evidentemente lo no lo era.

Así, a través de la censura previa, se podían tapar los enjuagues más vergonzosos de la política, los escándalos personales, las estafas más notorias y hasta los homicidios más horrendos. Al revés, se podían presentar casos de forma tal que, a sabiendas, se tergiversara la verdad. También que se los omitiera. Secuencias como éstas, y tantas otras, podrían desbordar en su racconto los límites de esta página y abarcar siglos de impunidad frente a la mirada indolente de los medios de comunicación. Hoy por hoy, afortunadamente, ese manejo espurio de la información no es posible. Se lo debemos a las redes sociales que, sin proponerse, van a coartar para siempre los mecanismos de impunidad.

La historia de la censura, dentro de los límites provinciales, tiene asimismo incontables capítulos.

Por largas décadas, nada menos que la impoluta iglesia católica supo aplicarla con fuerza a través de un medio de comunicación que marcó rumbos por su larga trayectoria, pero nunca dejó de separar a los buenos de los supuestamente malos y lo conveniente de lo inconveniente. Más claro: lo publicable de lo no publicable. El bien común, base de sustentación de la milenaria institución, iba por un lado y los intereses por el otro, circunstancia que, por lo general, terminaba beneficiando al más poderoso frente al más débil. De allí a establecer condiciones de impunidad existía a distancia mínima.

Los años 90 alumbraron un cambio que prometía expresiones saludables en términos de los medios de comunicación, los que crecieron cualitativa y cuantitativamente. Aquella apertura duró algunos años hasta que, con fuerza, reaparecieron las conveniencias empresariales y hasta los caprichos mesiánicos de pretender gobernar desde la prensa.

Toda esta historia, con sus matices, por suerte ya forma parte del pasado. Y fueron las redes sociales las que subieron al escenario para ponerle freno a la censura y, por ende, a la impunidad. Pretender tapar una noticia o una circunstancia cualquiera es, hoy en día, una utopía.

Con beneficio de inventario de los lectores, este diario El Esquiú lanzó su propio desafío de censura cero en 2010. Como que se acopló a las expresiones generales del ciudadano, los que ya tenían las puertas abiertas de las redes. ¡Enhorabuena que se hayan corrido todos los velos!

El Esquiú

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Comentarios

20/1/2019 | 10:09
#149006
Entonces deeia bueno que le avisen al hijo de Ruben Dusso, que pare la mano con los trolls en las diferentes redes, utilizando la estructura informática del gobierno. Ya es por todos conicidos como se mete a perseguir y a inventar falsedades sobre los opositores al gobierno de Lucia Corpacci. Uno de los mas atacados es el Diputado Luis Lobo Vergara, que dice verdades sobre la realidad provincial.

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