Editorial
Patrimonio urbano
Causó mucha consternación, a juzgar por las reacciones en las redes de El Esquiú.com, la noticia que reflejó la demolición, durante el último fin de semana, del edificio de La Farola -Rivadavia y avenida Güemes-.
En la vieja construcción de adobe funcionó durante décadas el tradicional local de hamburguesas y minutas. Varias generaciones de catamarqueños y catamarqueñas pasaron por sus mesas, especialmente los sábados o domingos, luego de un paseo por la Peatonal. Se trataba, sin dudas, de un clásico capitalino para reunirse con familia o amigos.
Es cierto que tras el traslado del comercio, en 2017, a una nueva ubicación en La Chacarita, el edificio había quedado vacío y que en los últimos tiempos su deteriorada estructura sirvió apenas para colocar cartelería partidaria. No obstante, cualquiera que haya pasado ayer por la zona de la Plaza de la Estación, así como quienes vieron las fotos del antes y el después publicadas por los medios, habrán sentido tristeza y hasta dolor por la desaparición de otro ícono arquitectónico de la ciudad.
Claramente, La Farola no integró el listado de obras históricas y patrimoniales que sí recibieron tratamiento de revalorización en los últimos tres lustros, desde la Catedral a La Alameda, pasando por el ex Seminario Diocesano, el ex Registro Civil y la plaza 25 de Mayo. Pero formaba parte de ese conjunto edilicio que, sin rasgos sobresalientes, era un paisaje muy cotidiano para los habitantes de San Fernando del Valle.
Ese paisaje -lamentablemente- se ha ido modificando, en particular en el centro, en donde varias edificaciones añosas han sido reemplazadas por playas de estacionamiento o anodinos tinglados comerciales.
Las autoridades de todos los niveles no han querido/podido consensuar una estrategia que permita acercar soluciones técnicas a las necesidades de los propietarios, de manera que al menos las fachadas puedan preservarse como sucede en otros lugares del país.
La solución no pasa por aumentar multas que de todas maneras se pagarán, sino por promover que cualquier cambio a la línea de edificación -al menos en el casco histórico- sea morigerado mediante propuestas creativas.
Aún no es tarde para crear un marco institucional que evite una pérdida mayor a la identidad urbana de la ciudad.