Desde la bancada periodística

Retratos de una obsesión

sábado, 16 de mayo de 2020 00:28
sábado, 16 de mayo de 2020 00:28

La imponente fuerza del diario Clarín es una característica que no está sujeta a ninguna clase de simpatía o antipatía personal. El grupo económico que maneja es objetivamente un gigante y fue durante décadas, tal cual rezaba su slogan, “El gran diario argentino”. Pilar y emblema del periodismo nacional, se constituyó en espejo para cientos de diarios de toda la República, muchos de los cuales hasta hoy buscan imitar sus formas y gestos. Inclusive en Catamarca.

Había nacido en agosto de 1945, con una apuesta singular que al cabo de los años cambió la historia de la prensa gráfica en el país. Con predominio de temas locales, se lanzó inicialmente a la conquista del público porteño, y su estrategia funcionó a la perfección. Cuando todos los diarios costaban 10 centavos, Clarín salió a competir en las calles con un valor de 5 centavos, y un formato que si bien no era original (El Mundo fue el primer tabloide del país, aparecido a fines de los años 20), se mostraba distinto al de los medios dominantes.
Así, los porteños tuvieron un pequeño diario que competía con las gigantescas páginas sábana de los diarios tradicionales, y a mitad de precio.

Explicar cómo el medio creció hasta el infinito, demandaría más espacio del que ofrece esta página. Pueden mencionarse numerosos aciertos, como el interés por el deporte (básicamente el fútbol), la creación de una legendaria contratapa con historietas, los avisos clasificados y muchos otros factores que exceden lo periodístico y se vinculan más con el manejo político-empresarial, no siempre en forma cristalina.

Lo cierto es que poco a poco Clarín literalmente arrasó a todos sus competidores, y asumió un liderazgo indiscutido, incluyendo el control de la materia prima de sus rivales: el papel prensa. Se convirtió en el diario más leído de habla hispana, con una monstruosa tirada que rondaba 1,5 millones de ejemplares cada madrugada hasta comienzos de los años 80.
Hoy esos números ya no existen, pero el diario mantiene su predominio en el mundo digital, con una web que acapara millones de visitas diarias.

Con su demoledora expansión, Clarín dejó de ser solo un diario para convertirse en el Grupo Clarín, el conglomerado de medios de comunicación más fuerte del país, que contiene hoy a los principales medios gráficos, digitales, televisivos y radiales, entre muchas otras empresas. El grupo es además socio del otro gigante, La Nación, un diario de 150 años de antigüedad que se ubica segundo entre los más vendidos del país.
Líder y escolta, con raíces distintas, están hoy hermanados por una auténtica obsesión, una batalla sin tregua que esencialmente consiste en concentrar todas sus fuerzas en apuntar a una sola persona: Cristina Fernández de Kirchner.

 

 Periodismo de guerra

Los medios de comunicación más importantes del país, protagonizan desde hace poco más de una década -más precisamente desde marzo de 2008- una etapa sin parangón en la historia de la prensa nacional, dando forma a un fenómeno que será -sin dudas- materia de análisis durante muchos años. Y a medida que transcurra el tiempo, costará cada vez más comprender este enfrentamiento feroz que se sostiene como una verdadera obsesión, en ocasiones, más allá de los límites racionales.
Julio Blanck fue un eximio periodista, especializado en análisis político, que se inició en la profesión en los años 70, como tantos otros colegas, en el área de Deportes. Durante la Guerra de Malvinas pasó al área política, y deslumbró con su pluma y sus catedráticos análisis. Talentoso, audaz, lúcido, se convirtió nada menos que en editor jefe de Clarín, y siguió escribiendo hasta que una enfermedad terminó con su vida abruptamente, hace menos de dos años.

Era una voz autorizada para hablar. Sobre todo de política, de periodismo y, por cierto, de Clarín. El propio Blanck concedió una histórica entrevista poco después de la victoria electoral que llevó a la presidencia a Mauricio Macri, en la cual mencionó con sinceridad este fenómeno.

“Hicimos periodismo de guerra contra Cristina. Y sé que hicimos mal periodismo, pero fuimos buenos haciendo guerra. En verdad periodismo eso no es. O no es el que me gusta hacer. Hice cosas que en circunstancias normales por ahí no hubiese hecho”, confesaba, con la honestidad que en retrospectiva le hacía sentir que había ganado la batalla.

Cristina también lo tenía claro. En 2009, durante el acto de celebración del Día de la Soberanía Nacional en la Casa Rosada, declaró públicamente: “Si mañana me paro frente al Río de la Plata, se abren las aguas y voy caminando hasta Montevideo, algún diario monopólico va a titular: ‘Cristina no sabe nadar’”.
Cuándo, cómo y por qué comenzó esta pelea, es algo que puede determinarse con relativa precisión. Porque inicialmente, aunque cueste recordarlo, Néstor Kirchner tuvo una muy buena relación con Clarín, por entonces enfocado en barrer con lo poco que quedaba del menemismo.

Luego surgieron diferencias cada vez más profundas, con un quiebre fundamental en el gravísimo conflicto derivado del Proyecto de Ley de Retenciones y Creación del Fondo de Redistribución Social, la famosa Resolución 125, ya con Cristina en la presidencia.

 

Sin límites ni final

Desde entonces, una desenfrenada espiral de violencia llevó a responder cada agresión con otra agresión peor y nadie reconoció límites. Primero sutilmente y luego a cara descubierta, Cristina y Clarín se golpearon con ferocidad, sin ahorrar en el uso de las herramientas que cada uno tenía a su alcance.
Clarín vio desplomarse su credibilidad. “Clarín miente” desplazó su propio slogan. Perdió negocios multimillonarios como las transmisiones oficiales del fútbol, se expuso a su dueña, la ya fallecida Ernestina Herrera, como sospechosa de apropiarse de hijos de desaparecidos; se impulsó una Ley de Medios que apuntaba a descuartizar al poderoso grupo, se revelaron los vínculos del medio con la dictadura genocida y los beneficios que obtuvo por ofrecer silencios cómplices; se desnudó el negocio y sus intereses políticos.

La Nación se afirmó en su rol de ácido opositor, fiel a su público. Pero Clarín, mucho más masivo, respondió con todo su arsenal. Convirtió a Cristina en símbolo de la corrupción, la denigró y la golpeó sin piedad, a ella y a todo el que la rozara. Creó sin distinción de argumentos verdaderos o falsos, el universo de “los K”, submundo de soberbia, perversión e inmundicia, como eje de todos los males pasados, presentes y futuros del país. Todo sirvió para dispararle a Cristina, desde la marca de una cartera hasta un atentado terrorista ocurrido veinte años antes de que asumiera.
Y Clarín ganó. O sintió que ganó, cuando llevó a Macri a Casa Rosada. Pero no escuchó allí una última campana, sino que desató una furia multiplicada, que ahora operaba no solo desde titulares, sino desde tribunales, oficinas de gobierno y cuanto estamento se necesitara al servicio del lawfare.

Pero la masacre no alcanzó a disimular la debacle del desgobierno macrista, y con una jugada maestra en el momento exacto, Cristina recuperó el poder en la primera oportunidad de competir en las urnas, ahora como vicepresidenta y arquitecta de un impactante triunfo peronista, impensado dos años antes.
Y la guerra sigue hasta nuestros días, con noticias construidas sin pudor, con alevosía, sin más necesidad que perpetuar una batalla ya carente de lógica, tan alevosa que atravesó incluso el hastío de un país que se dividió por efecto de las letras derramadas.

No se trata ya de ideologías, de política, de negocios. Es personal. Es una guerra encarnizada que continuará ante un público involuntario, que asiste atónito a más y más episodios. Con la mirada ubicada en el horizonte, es similar a la pandemia del coronavirus: nadie sabe cuándo terminará, ni cuánto daño habrá causado. 

 

El Esquiú.com
 

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Comentarios

16/5/2020 | 11:07
#149006
EXCELENTE NOTA¡¡¡

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