Desde la bancada periodística

En busca de la herramienta perdida

sábado, 30 de mayo de 2020 00:18

Entre las últimas transformaciones de la estructura estatal catamarqueña, resueltas por el gobernador Raúl Jalil a poco de iniciar su mandato, sobresale la conversión de la Caja de Prestaciones Sociales de Catamarca (Capresca), en la flamante Caja de Crédito y Prestaciones Provincial, un organismo oficial cuya labor excede por mucho el simple cambio de nombre, y que viene a cubrir una de las ausencias más fuertes de la Provincia.

La nueva Caja de Crédito actúa en coordinación con muchas otras áreas, entre ellas los ministerios de Hacienda Pública, de Vivienda y Urbanización, pero también otras dependencias gubernamentales.

El objetivo es esencial: brindar acceso a operatorias crediticias, préstamos y promociones para la construcción de viviendas, el comercio y la industria, a quienes no pueden acceder fácilmente a ofertas similares provenientes de la banca privada; sea porque les cuesta cubrir los requisitos, porque ya están endeudados o porque no pueden asumir los costos.

No es necesaria demasiada lucidez para comprender que el rol de esta Caja es fundamentalmente el de un banco, que a diferencia de los otros bancos no pone el acento en los fines de lucro y en la búsqueda de ganancias desmesuradas, sino en el aspecto social, para favorecer la reactivación económica y respaldar economías familiares.

¿Por qué ese lugar lo debe ocupar una Caja de Crédito Provincial? Sencillamente porque Catamarca es un Estado provincial que no tiene banco propio. Aunque alguna vez lo tuvo…
 

Los orígenes

La primera experiencia bancaria catamarqueña no fue exitosa, y data de finales del siglo XIX. Cuando agonizaba la era del 1800, el Estado tenía un Banco Provincial que, a fuerza de malas inversiones y confusos manejos, cayó en desgracia y obligó a las autoridades a liquidarlo. Curiosamente, como ocurriría muchas décadas después, ese cierre se produjo envuelto en escándalos que la Justicia de la época nunca aclaró, y el pionero Banco Provincial terminó absorbido por el Banco de la Nación Argentina. ¿Se puede tropezar dos veces con la misma piedra? Ya veremos más adelante.

Pero un banco era necesario como el agua para desarrollar la provincia, y fue así que a comienzos del Siglo XX comenzó a estudiarse la creación de una nueva entidad bancaria, tomando las precauciones necesarias para no repetir el fracaso anterior.
La salida que se encontró fue fusionar capitales estatales y privados, que acompañaran los años de pujanza que vaticinaba la llegada del ferrocarril, y a través de la Ley 1090, la Legislatura creó el Banco de Catamarca en septiembre de 1933.
Era una institución de capitales mixtos cuya creación fue avalada por el gobernador Rodolfo Acuña Navarro, y el Banco nació oficialmente en febrero de 1934.

Era, en definitiva, una sociedad anónima, con capitales privados y estatales divididos por mitades, y administración estatal. La provincia aportó la suma que había recibido por la liquidación del viejo banco, y comerciantes locales aportaron la misma cantidad. Hoy esa mezcla sembraría desconfianza, pero lo cierto es que el banco comenzó a funcionar, y a crecer.

El fin era conceder créditos para la producción agraria, y el banco se hizo de fuertes ingresos tomando a su vez un millonario préstamo autorizado por Nación durante la presidencia de Agustín P. Justo. Después vino la llamada década infame, y el joven banco tampoco se salvó de que se utilizaran sus recursos con fines políticos.

Pero el Banco de Catamarca superó la tormenta, y se mantuvo en pie con el mismo mecanismo de participación privada/oficial por varias décadas. Contaba con la confianza de los catamarqueños, y si bien no estaba en condiciones de competir con las grandes entidades del país, cumplía su labor.

La historia muestra un golpe de timón decisivo en 1984, cuando el joven gobernador Ramón Eduardo Saadi decide estatizar el banco por completo. La provincialización de la entidad se hizo mediante la expropiación de los capitales privados, con aval de la Legislatura.

Se cambió la carta orgánica y la entidad comenzó a funcionar como un organismo financiero del Estado en los albores de la recuperada democracia. Hubo allí también denuncias sobre maniobras como cesión de préstamos sin las garantías correspondientes, pero el banco siguió firme y de pie varios años más.
 

La destrucción

La debacle total del Banco de Catamarca comenzó con la Intervención Federal de 1991. Caído el gobierno de Saadi en medio del escándalo del Caso Morales, en la desastrosa gestión de Luis Prol se resolvieron despidos masivos en varias áreas estatales, tendientes a allanar el camino y despejar la masa de empleados públicos sin costos políticos para el nuevo gobierno que llegaría.

Echaron a muchos empleados legislativos, del Ejecutivo, de la Justicia, y también del banco. Cualquier relación con el gobierno intervenido era motivo de despido.

El Frente Cívico y Social se encontró en el poder con un banco propio, y lo destrozó por completo. Entre los desmanejos de la época, se recuerdan las triangulaciones financieras que salieron a la luz tras una frustrada e ilegítima jugada: la provincia perdería fortunas con depósitos de los bancos Feigin y Extrader, que se derrumbaron causando perjuicios millonarios y desnudando la timba de quienes conducían al pobre banco provincial.

El actual senador Oscar Castillo fue imputado por la Justicia Federal como gestor y encubridor de la oscura jugada, que según los cálculos involucró unos cinco millones de dólares. Sin embargo, los siglos pasan pero los políticos mantienen su condición de intocables, y como ocurriera con el Banco Provincial de 1.800, al cabo aquí tampoco se “hallaron pruebas” para desenmascarar al operador oculto.

Debilitado, y sin utilidad para quienes deseaban aprovecharlo como plataforma de negociados privados, el Banco de Catamarca perdió interés para las autoridades, y Arnoldo Aníbal Castillo le puso el “cartel de remate”, con la excusa de obedecer sugerencias del Banco Central.

Quiso el destino que su hijo, Oscar Aníbal Castillo, imputado por las maniobras fraudulentas de los 90, fuera el gobernador que terminara de liquidar el banco en diciembre de 2000: una vez más, el Banco de la Nación Argentina lo absorbería, y Catamarca quedaba sin banco propio otra vez.

La aventura del Banco de Catamarca duraría 66 años, y quedarían en la provincia, apenas, una cartera de incobrables entre quienes se sospecha hubo beneficiados amigos, favorecidos con préstamos suculentos por el poder político, cuando el cierre de la entidad ya estaba “cocinado”.
 

Sólo pequeñas cajas

Nunca más Catamarca pudo contar con un banco, y las sucesivas gestiones de gobierno perdieron una herramienta esencial para la promoción financiera, económica y productiva con fines sociales.

Hasta desapareció durante un buen tiempo Capresca, que podía cumplir ese rol a pequeña escala, cediendo préstamos a los empleados públicos, al ser reemplazada por la Administración General de Juegos y Seguros.

Capresca había nacido en 1985, y resurgiría con su espíritu social recién en 2012, por decisión de Lucía Corpacci. Ahora el organismo entra en una nueva etapa como Caja de Crédito y Prestaciones Provincial, un intento más por reemplazar el vital rol de un banco que Catamarca tuvo y perdió absurdamente, sin que los responsables jamás rindieran cuentas.

 

El Esquiú.com
 

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