Sábado al mediodía. La rutina del fin de semana en la despensa del barrio en Polcos: encargar las ricas empanadas para el domingo. De entrada nomás notamos cierto estado deliberativo. Nos acercamos al oído de Laura, la vecina y preguntamos ¿qué pasa? Nos respondió sonriente: “No sé bien…están hablando del estadio Bicentenario. Nadie cree que ahora, la empresa Capdevila ponga plata para su reparación; desconfían de una manito del gobierno”. Olvidamos por un momento si íbamos por las fritas u horneadas, o de carne o pollo. Acomodamos las antenas para sintonizar mejor el debate y escuchamos algunas ponencias dignas de tener en cuenta. Y, para no perder la costumbre, entramos a desconfiar también. 

  La historia cuenta que la obra, también conocida como “El gigante de la loma” o “El coloso de la montaña”, fue inaugurada el 30 de noviembre de 2010, gestión Brizuela del Moral. Con capacidad para casi 20 mil espectadores sentados, era “el sueño del pibe” para muchos catamarqueños y para otras representaba solamente la idea de quedar en el bronce por parte del gobernador de entonces. Fue director de la obra Eduardo Niederle, como parte de la empresa constructora Capdevila Construcciones SA. Hoy, el mismo Niederle es ministro de Infraestructura y Obras Civiles de la Provincia. Prohibido pensar mal: es solamente pura coincidencia. De pronto, la hecatombe: el estadio fue clausurado en el 2016 por fallas en la estructura, parte de una tribuna se vino abajo, estuvo 4 años en estado de abandono, comenzó un grave deterioro y todos las deficiencias apuntaban al deficiente trabajo de la empresa Capdevila y a la baja calidad de los materiales utilizados, de acuerdo a un informe técnico de la Universidad Tecnológica de Tucumán. Un huracán borró de un plumazo las noches de esplendor del “coloso” colmado y ese un marco espectacular para ver a los grandes de nuestro fútbol.

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  La empresa Capdevila había caído en desgracia, acusada y sospechada de lo peor de lo peor. El amigo dueño de la UCR le tiró un  salvavidas a Fernando Capdevila y lo puso al frente de la Anses (suponemos que no habrá tratado a sus empleados como lo hacía con sus obreros  en las oficinas de calle República al 1000: “¡negros de mierda!” cuando los trabajadores hacían largas colas de largas horas para poder cobrar unos miserables pesos). Esto no nos contó nadie: lo vimos y lo escuchamos en el lugar de los hechos, allá por el 2000.

  Después, todo pasó a una durísima pelea judicial entre la empresa y el Gobierno provincial. Se razonó que Capdevila debía hacerse cargo de la recuperación del estadio y desde Fiscalía de Estado reclamaban por los daños, algo así como 257 millones de pesos. “¡Pagariola!” contestaba Fredy cuando Carlos le gritaba desde la otra vereda que le debía 50 figuritas, en épocas de la niñez. Ahora, en pleno agosto de 2020, se conoció públicamente que comenzaron los trabajos de recuperación del “gigante”, por parte de empleados del Ministerio de Infraestructura y Obras Civiles y….el gran anuncio: la empresa Capdevila va a hacer un aporte (una ayuda, una contribución) de 43 millones de pesos, con un agregado: en cómodas y gambeteadas cuotas. El reino del revés: en una época donde todo aumenta todos los días, en Catamarca se reduce a la mínima expresión. Un daño estimado en más de un cuarto de mil millones de pesos, se bajó a un puñado de billetes…la pucha que es generoso y mágico el Gobierno provincial.  ¿El arreglo forma parte del “Pacto de Ipizca”? Silencio hospital. La disputa judicial quedó en la nada. Manda el Gobierno y la Justicia se calla la boca. Dicen que la inversión para poner de pie al estadio es de 113 millones de pesos e incluye tribunas, baños y otras dependencias. ¡Dicen tantas cosas! La señora de la despensa nos volvió a la realidad: ¿Cuántas? “Medio kilo de pan y un poco de mortadela”, fue la respuesta. Y que disculpe el asador: ¡Fuerte ese aplauso para Capdevila!

Kelo Molas