Desde la bancada periodística
Alberto Fernández da pelea contra la pandemia y contra la insensatez
“Fue una situación difícil, imposible de comparar con otras crisis. Fue casi contradictorio al concepto de gobernar, porque uno gobierna con lo que conoce, pero es muy difícil hacerlo cuando te enfrentás a un virus que no sabés cómo ataca y no tenés remedios para curarlo o vacunas para prevenirlo. Esta es la circunstancia que nos tocó, uno no elige cuando gobierna y a nosotros nos tocó el peor escenario posible. Pero cuando uno revisa y ve la gente que nos acompañó, nos percatamos de que pudimos llevar Salud a todo aquel que nos demandó atención sanitaria, que no hemos tenido un solo episodio de saqueos o levantamientos sociales, que hemos garantizado que todos los argentinos tengan comida. Tuvimos que gobernar lo desconocido y hemos hecho lo que debíamos hacer”, señalaba Alberto Fernández, invitado en un encuentro con la prensa a ensayar un rápido balance de su gestión.
Es sabido que recibió un país en estado crítico en materia social y laboral, con la industria y el comercio incendiados, y una deuda impagable sin rastros visibles del destino que se le dio a la fortuna cedida a Mauricio Macri por los usureros del Fondo Monetario Internacional; ese FMI al que Cambiemos se acercó disimuladamente explicando que era sólo una consulta de “carácter preventivo” y se transformó en un compromiso lapidario a cien años.
Recibió un país que no tenía Ministerio de Salud, porque se lo consideró un gasto superfluo, un país asfixiado por los Messi de la economía, directivos de empresas multinacionales que fugaron dólares y multiplicaron fortunas al ritmo de la salvaje escalada de la cotización de la moneda estadounidense.
El regreso
Créase o no, esos mismos cerebros que tienen los derechos de autor de la debacle, regresaron de inmediato a la escena.
El rotundo fracaso en las urnas de 2019 los obligó a retirarse de los despachos que ocupaban, pero retornaron a caballo de Twitter y declaraciones mediáticas.
Transcurrió casi un año y medio, y no se les oyó todavía la menor autocrítica. Al contrario, hablan desde un Olimpo de sapiencia infinita, con la garantía invencible de cierta prensa servil, que no olvida viejos favores y se ofrece siempre dispuesta a magnificar cualquier disparate.
Alberto no lucha únicamente contra la pandemia, lo hace también, día a día, contra la insensatez.
Los mensajes destructivos, las denuncias inventadas, los gritos apocalípticos de quienes apuestan a generar malestar, indignación, preocupación; abonando la tierra para ver si vuelve a florecer el rédito político.
Referentes opositores y súbditos mediáticos, se unen en su estado de queja permanente, luego de haber renunciado de manera prematura a cualquier gesto de colaboración.
Quien se tome el insalubre trabajo de leer y escuchar, advertirá que no hay día en que no se lance alguna consigna aplastante, alguna información devastadora, algún rumor listo para correr como reguero de pólvora. Y es allí donde la postura asumida se hace inaceptable. Porque la disidencia puede ser sana, la crítica puede aportar para crecer, señalar un error puede contribuir a corregirlo. No se espera de la oposición -política y mediática- un coro de aplaudidores. Pero es un deber exigirles al menos coherencia, honestidad intelectual, compromiso con el marco de emergencia sanitaria y los cientos de miles de compatriotas que la están sufriendo.
Esquizofrenia
Aquí nada de eso ocurre. El colaboracionismo y la solidaridad no existen. Todo se limita a cocinar la bomba del día y asegurarse que estalle con la mayor onda expansiva posible. Las consecuencias no importan, que el detonador sea real o falso da lo mismo. AL día siguiente se repetirá la operación, y encontrará eco en los relatores y escribas de la gran corporación mediática y sus satélites locales.
Se trata de una posición cómoda, que descansa sobre los pilares de la mismísima esquizofrenia, donde ninguna versión necesita ser corroborada y ninguna contradicción importa.
El daño es el fin y el camino. El precio siempre es gratis.
De esa manera, se dibujan cruzadas imaginarias con grandilocuentes títulos de republicanos libertarios, protagonistas de la épica de los flota flota, incapaces de asumir la incongruencia brutal de los discursos que defienden desde hace más de un año; tan inconcebibles que resultarían hilarantes de no mediar tanta muerte en cada episodio.
Son los expertos de la nada que se permiten opinar de epidemiología, infectología, medicina, inmunología, farmacología y técnicas de laboratorio con el ceño fruncido y la misma apariencia de profundidad.
Son los que lloran a gritos por la opresión a sus libertades individuales mientras hacen cola en el aeropuerto para inmunizarse en Miami, los que organizan marchas anticuarentena y se quejan por el incremento de casos, los que lideran campañas antivacunas y al mismo tiempo protestan por las demoras en el plan de vacunación, los que denuncian al Presidente por “envenenamiento”, a la Sputnik por comunista, a la Pfizer por coimera, a la Astrazeneca por insolvente, y no buscan el pelo sino la melena con permanente en cada huevo.
Son los que están dispuestos a repetir cien veces al día la historia más desgarradora que encuentren, pero jamás harán referencia a los millones de recuperados.
Alberto tenía razón
Alberto Fernández tenía razón. La tuvo desde el principio, cuando vislumbró la seriedad del problema que para otros era una “gripecita”. Tenía razón al priorizar la vida por encima de la economía.
Mal que le pese a quienes parecen celebrar cada contratiempo, esos que acomodan las estadísticas para sugerir siempre que estamos peor que los demás, Argentina diseñó una red de asistencia sanitaria que no colapsó.
Millones de personas fueron atendidas y curadas en todo el país, y cada compatriota que estuvo en situación crítica, tuvo un respirador y profesionales que lo esperaban.
Potencias como Suecia, Estados Unidos, Holanda, Bélgica, Israel, Francia, Portugal, muchas de las cuales eran citadas como ejemplo, padecen más casos que esta Argentina del subdesarrollo, donde al mismo tiempo se construyó un sistema de contención social más que efectivo.
Por todo ello queda clara la diferencia entre el accionar de quien lucha en plena tormenta, y quienes actúan con una visión que se agota en los próximos comicios.
El Esquiú.com