El matrimonio entre radicales y macristas parece haber superado la tormenta de 2019 y, al menos en el ámbito local, dirigentes de ambos sectores se dieron inicialmente el “sí” para volver a marchar del brazo en el proceso electoral de este año. No se confirmaron segundas nupcias, pero sí reuniones que bien pueden contemplarse como las viejas “fiestas de compromiso”, ya que los referentes de ambos bandos vieron con buenos ojos la continuidad de la alianza Cambiemos, rebautizada Juntos por el Cambio después de que la pésima gestión de Mauricio Macri destruyera la fuerza inicial de la marca y los slogans de 2015.

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No deja de ser una alianza difícil de digerir para los boinablanca puros, ya que ideológica y prácticamente, la doctrina radical, de origen popular, está a un abismo de las teorías neoliberales del macrismo; diferencia que ya en su momento motivó la escisión de algunos sectores que reconocían en Macri una frontera que no estaban dispuestos a cruzar. Incluso cuando los acuerdos ya estaban en marcha, se cantó contra Macri en las principales convenciones de la UCR. Queda claro que, como decía Borges, no los une el amor sino el espanto.

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La renovación de la alianza marca en todo caso que la UCR no logra salir del profundo pozo en que cayó desde la renuncia de Fernando De la Rúa en la crisis de 2001. Porque históricamente formó parte de frentes electorales, pero siempre lo hizo como líder de la formación y no como furgón de cola, único rol que en este momento parece capaz de asumir. Signos de una debacle que se hace más notoria en Catamarca, donde el radicalismo pasó de amo y señor del mapa político provincial durante dos décadas ininterrumpidas, a convertirse en un sello detrás de una fuerza política porteña que jamás logró hacer pie en suelo catamarqueño. Si la mejor opción de la UCR local es asociarse con un partido que jamás ganó en Catamarca, emerge la evidencia de una debilidad que lanzó el mandato de romperse y no doblarse al baúl de la nostalgia.