Desde la bancada periodística

El amanecer después de la pandemia

sábado, 5 de junio de 2021 01:09
sábado, 5 de junio de 2021 01:09

La pandemia mundial de coronavirus, iniciada en China a fines de 2019, mantiene en jaque al planeta entero desde hace un año y medio, sin certezas sobre el momento en que se la podrá considerar definitivamente superada.

En los cinco continentes la experiencia se vive como un acontecimiento inédito, que en primer lugar impacta por el drama humano de la pérdida de millones de vidas, y exige al límite a la comunidad científica, para hallar medicamentos, tratamientos y vacunas que puedan salvar a poblaciones enteras.

Paralelamente, la emergencia sanitaria ocasiona desastres en materia económica, laboral, comercial, educativa y un sinnúmero de dificultades impensadas, que garantizan que esta experiencia colectiva quedará grabada a fuego en la historia; todo potenciado por los actuales medios tecnológicos y sistemas de comunicación, que permiten conocer en tiempo real lo que sucede en los cinco continentes.

Lo cierto es que la humanidad atravesó ya por episodios similares en otras ocasiones, y como toda la historia es cíclica, posiblemente se reiteren aquí dos características esenciales de las grandes pandemias: sus enormes pérdidas, y los reordenamientos que imponen.

Imposible proyectar las consecuencias en pleno curso de la emergencia, cuando ni siquiera los diagnósticos son precisos. Pero es posible que, como sucedió en otras épocas, las secuelas no se limiten al aspecto sanitario, y repercutan en escenarios mucho más amplios.

A través de los siglos, las pandemias resolvieron guerras, derrumbaron imperios, modificaron las relaciones internacionales y humanas para siempre.

                                                                                                                                    

Poder destructivo

Los historiadores tienen registro de muchas pandemias, aunque de aquellas que corresponden a tiempos remotos no se puede precisar la enfermedad que dispersaron. En general surgen de reino animal, y se expanden precisamente por la convivencia y domesticación de diferentes especies, y más tarde por su utilización como alimento.

Se tienen vagas referencias de algunos desastres sanitarios desde la denominada Plaga de Atenas, que en menos de cinco años mató a la cuarta parte de la población de la ciudad y diezmó las tropas de la Ciudad-Estado, poniendo fin a su predominio.

La Peste Antonina ocasionó el deceso de unos cinco millones de personas, provocando unas 5.000 muertes diarias en Roma. Constantinopla también sucumbió por una pandemia, la Peste de Justiniano, que causó 10.000 muertes diarias; y la devastadora Peste Negra se extendió de Asia a Europa, matando 20 millones de europeos en seis años.

El tifus resolvió la guerra entre cristianos y musulmanes en Granda, cuando los españoles perdieron 3.000 soldados en combate y 20.000 por la llamada “fiebre de los campamentos”, y fue también el tifus el que derrotó al genio militar de Napoleón, cuando sus guerreros morían enfermos por decenas de miles en la frustrada conquista de la Rusia invernal.

Las pandemias también interfirieron en las guerras del nuevo continente: cuando los españoles luchaban en México, la viruela arrasó en Tenochtitlan, matando al emperador y 150.000 pobladores, lo que facilitó la conquista, al igual que en Perú.

Después llegaría el Cólera, que causó no una, sino siete pandemias durante más de un siglo, período en el cual se presentó con letales consecuencias en diferentes lugares: India, Europa, Rusia, Africa, Asia, y América Latina

La Gripe Rusa viajó a Europa a América dejando un tendal de un millón de víctimas fatales, y ya en el siglo pasado la Gripe Española mató a 25 millones de personas, aunque algunos documentos señalan el doble de víctimas. La particularidad de esa pandemia fue que se desvaneció sola en un año y medio.

Se sucedieron más tarde las gripes Asiática (1957), de Hong Kong (1968) y Rusa (1977), todas con un triste saldo de alrededor de un millón de muertos cada una.

Ya en los ’80 apareció el virus de la inmunodeficiencia adquirida (SIDA), que provocó la muerte a unos 25 millones de personas, y en este siglo surgieron el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), la Gripe Aviar y la Gripe A (H1N1), graves pero con efectos mortales sin la magnitud de las anteriores afecciones.

Quedan por mencionar los periódicos brotes de ébola hasta llegar a la actual pesadilla del coronavirus, todavía sin solución.

Lo que vendrá

Qué quedará del mundo actual después de la pandemia, simplemente no se sabe. Algunas almas optimistas imaginaron, cuando todo comenzó, que crecerían la solidaridad y se recuperarían valores humanitarios, pero no hay indicios de que ello vaya a suceder.

La pregunta se la formulan desde 2020 expertos en las más diversas materias alrededor del planeta. Y la única coincidencia es que nadie imagina un mundo tal como lo conocimos. La “normalidad” con la cual crecimos no parece haber sido suspendida momentáneamente, sino eliminada para siempre.

Muchos de los protocolos impuestos se quedarán, sobre todo en el ámbito laboral. Económicamente llevará años volver a hacer rotar la inmensa maquinaria de la industria y el comercio internacional. Las grandes potencias quedarán heridas, y los países subdesarrollados más endeudados.

El Estado retomará protagonismo, y las estructuras sanitarias se modificarán de manera definitiva.

El planeta entero deberá encarar un proceso de reconstrucción, posiblemente con nuevas reglas, aunque asoma como una aspiración utópica la idea de que allí primara la hermandad y la igualdad.

La tecnología profundizará su incidencia, y las batallas políticas seguramente continuarán con la misma impronta que mantuvieron en todas las épocas.

La educación tampoco será igual, y deberá rediseñarse con nuevas herramientas, así como se alterará en un sentido u otro todo el mapa geopolítico.

La comunidad científica crecerá, y saldrá fortalecida en todas partes, luego de padecer abandonos y postergaciones hasta que la humanidad entera comprendió que debía recurrir a ella.

Catamarca y el país

Catamarca y el país pusieron en blanco sobre negro, pandemia mediante, todas sus debilidades estructurales.

Los gigantescos operativos de asistencia social que debieron desplegarse, ratifican que la falta de trabajo genuino, la mala distribución de recursos, la inequidad social y la improductividad de la mayor parte del elefante burocrático estatal, que -atado de pies y manos- incide poco y nada en la coyuntura cotidiana.

Es una feliz noticia que hasta aquí ese Estado haya sido eficaz para brindar ayuda, como es una pésima realidad que la mayor parte de la población sea incapaz de sobrevivir por sí misma.

La concentración del poder en gobiernos que ejercen pleno control, que en lugar de servir y administrar resuelven sobre el destino de miles y millones de personas que son absolutamente dependientes de decisiones y políticas oficiales, revelan un problema severo y profundo.

Difícil imaginar, por estos rincones del mapa, que esa realidad vaya a modificarse en el escenario pospandemia. Todo indica que, por el contrario, el amanecer sin coronavirus encontrará esas falencias profundizadas al máximo. Sea lo que fuera que ocurra en el resto del mundo.

El Esquiú.com

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