El Secretario
Una obra histórica y superadora no puede devenir en un problema por falta de diálogo, pero es lo que comienza a ocurrir en el renovado acceso a la Gruta de Choya, donde se invirtió una auténtica fortuna -incluyendo fondos de Nación, Provincia y Municipio- y ahora hay un conflicto latente por el destino de quienes trabajaban en la zona, y ahora ven su fuente de ingresos en peligro. La Gruta de la Virgen del Valle es posiblemente el punto más convocante de todo el territorio catamarqueño.
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Decenas de miles de vecinos y turistas de todo el país se acercan allí cada año, para conocer o visitar el sitio donde fue hallada la imagen de la Morena. Es uno de los santuarios más importantes de la Argentina, lugar de rezo, agradecimiento, ruego, reflexión y recogimiento espiritual, pero también un atractivo turístico de enorme relevancia. Nada de malo hay en aprovechar el turismo en un sitio religioso: en la misma plaza de San Pedro, en El Vaticano, hay oficinas turísticas: es una oportunidad de generar trabajo y recursos honestos.
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Ante esta realidad, la obra que se hizo es digna de ser aplaudida. Cuenta con instalaciones amplias y cómodas, que brindan seguridad, belleza y confort para todos. Es una real puesta en valor de un rincón especialísimo de Catamarca. Lo que no se comprende es que a partir de ese logro surjan tantos inconvenientes. Ocurre que las autoridades, concluido el trabajo, cedieron su administración a la Iglesia, y el Obispado inició un manejo que puso en pie de guerra a los feriantes. Al parecer les ofrecen contratos de alquiler de los flamantes locales comerciales, por dos años y sin precisar costos. Los vendedores, que llevan décadas trabajando en el lugar, sienten que en lugar de ayudarlos los están perjudicando. Una situación que deberá replantearse contemplando el respeto a quienes sostuvieron tanto tiempo sus puestos allí, y ahora deberían ser los primeros beneficiados con lo que se hizo en lugar de caer en la incertidumbre. Entre otras cosas porque para la obra se utilizó dinero de todos, y la Iglesia deberá ser solidaria a la hora de administrar aquello que recibió sin esfuerzo alguno.